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CINCO AÑOS DESPUES

La reunificación de Alemania impresiona al mundo. Mauricio Saenz, enviado especial, reporta los progresos y los problemas del proceso.

30 de octubre de 1995

HASTA 1990, PENSAR EN UNA ALEMANIA UNIficada era una utopía inconfesable. Desde su derrota en la Segunda Guerra Mundial, el mundo estaba partido en dos bloques antagónicos, y la división de ese país en una parte occidental y capitalista y una oriental y comunista era emblemática de ese orden de cosas. Hoy, cuando se visita Alemania, resulta difícil pensar que hace apenas cinco años un muro de concreto separaba fisicamente a los dos sectores y, más aún, que eso era lo 'normal'. Pero el 3 de octubre de ese año, en una revolución en la que no se derramó una sola gota de sangre, se formalizó la absorción de la República Democrática Alemana, la Alemania comunista, por parte de la República Federal de Alemania. Nunca antes se había borrado una frontera internacional sin una guerra de por medio.
Del viejo muro queda muy poco, tal vez kilómetro y medio entre algunos trayectos en Berlín, y el tráfico fluye tranquilamente por lugares donde se vivieron los momentos más dramáticos de la guerra fría. El famoso 'Checkpoint Charlie' es una caseta abandonada en un cruce insignificante, marcado por una gran pancarta que invita a recordar la iniquidad. El puente de Glienicker Brucke, donde se intercambiaban los prisioneros, casi siempre espías, es ahora cruzado rutinariamente por los miles de berlineses que pasan su domingo en Potsdam, justo al otro lado. A primera vista, la división del país parece cosa del pasado remoto, algo superado. Sin embargo, a pesar de que el proceso de unificación es sin duda uno de los hechos más espectaculares de la historia del siglo XX, aún falta mucho camino por recorrer. Porque para muchos. el muro físico desapareció, pero hay otro mucho más difícil de erradicar, el que separa las mentes de los alemanes.

ESFUERZO CICLOPEO
Es difícil reflejar la magnitud del esfuerzo hecho por Alemania en el proceso de unificación. Se dice que han sido transferidos a la antigua Alemania oriental 150.000 millones de marcos anuales, (un marco equivale aproximadamente a 1.5 dólares) necesarios para poner a tono el sector con el resto del país. Pero donde se puede observar mejor la dimensión del proceso es en la privatización de la economía de control central del regimen comunista.
Se trata de una labor sin precedentes en la historia. Una agencia fiduciaria, la Treuhandanstalt, acometió la privatización de 14.500 empresas y 30.000 establecimientos minoristas, desde el restaurante de la esquina, pasando por la fábrica de confecciones, hasta el gran 'combinado' de la industria química o la acería, que en conjunto representaban los puestos de trabajos de cuatro millones de empleados.
Cuando se produjo la unión económica, el primero de julio de 1990, quedó al descubierto la falta de competitividad de la economía estealemana. Sólo el 8 por ciento de las empresas de la RDA eran rentables y su productividad un 30 por ciento menor que en la República Federal, la maquinaria completamente anticuada y el consumo de energía un 100 por ciento más alto. Los 270 gigantescos 'combinados' eran verdaderos dinosaurios de la era industrial, con decenas de miles de empleados y totalmente por fuera de cualquier competitividad a nivel mundial.
Descubrir esa realidad fue el primer golpe para los alemanes orientales, que hasta entonces vivían convencidos por su régimen de que la suya era la décima economía del mundo y cobijados por la noción socialista del empleo garantizado. A pesar de que la fiduciaria hizo, todo lo posible por reflotar las empresas cuya estructura lo permitiera, y en ocasiones incluso fijo un precio de venta negativo para subsidiar el saneamiento 3.700 fueron cerradas. Los estealemanes se enfrentaron a un concepto desconocido, el desempleo.
Sin embargo, la industria de la antigua Alemania Oriental crece a un ritmo acelerado. Para la muestra, de enero a julio de 1994, la producción aumentó en un 22 por ciento con respecto al mismo período del año anterior. No es para menos, si se tiene en cuenta que en los últimos cinco años se han invertido en los nuevos estados federados más de 900.000 millones de marcos. Algunos ejemplos son muy dicientes: una sociedad germano-franco-rusa construye en Sajonia-Anhalt la refinería de petróleo más moderna de Europa. En Dahlewitz, estado de Brandeburgo, la empresa germano-británica BMW RollsRoyce construyó una planta de motores de aviación no contaminantes. En Turingia, la General Motors de Alemania, constructora de los autos Opel, invirtió 1.000 millones de marcos en una nueva fábrica. La empresa 'Carl Zeiss' de instrumentos de precisión, de Jena, expropiada por los comunistas, se convirtió en el consorcio 'Jenoptik' y redefinió sus objetivos de alta tecnología.
El pasado mes de julio, la Treuhandanstalt culminó su tarea e hizo entrega de una economía privatizada, en lo que se constituye en una hazaña sin precedentes. Con ello, buena parte de la labor administrativa de la reunificación estaba completa. Para asombro del mundo entero, Alemania había logrado el sueño de la unificación a un altísimo costo. Y, lo más increíble de todo, seguía siendo la tercera economía mundial, el motor económico de la nueva Europa.

APARECE EL DESEMPLEO
A pesar de las halagueñas cifras macroeconómicas, lo cierto es que en los últimos años se ha presentado un desempleo de niveles que no se veían en Alemania desde los años 20. Aunque en la década de 1983-1993 se crearon 3,3 millones de empleos, el fenómeno alcanza al 7,3 por ciento de la población activa en todo el país y del 15 por ciento en los nuevos estados, o sea en la antigua RDA.
Uno de los riesgos de la reunificación es que con la subida de los salarios y la privatización, muchas empresas están comenzando a emigrar hacia los países vecinos del oriente, donde se encuentra mano de obra relativamente bien calificada por una fracción del costo en Alemania. Así se han ido a Eslovenia, Chequia, Polonia y hasta Malasia.
Si en el oeste la causa de las dificultades es sobre todo la recesión mundial y otros problemas de la economía, como el marco demasiado fuerte y un sistema de seguridad social excesivamente costoso, en el este el motivo es la reducción de puestos necesaria para hacer viables a las empresas. En algunos medios extraoficiales se dice que hay un tercio de la población alemana al borde de la pobreza. En las calles del tercer país más rico del mundo hay mendigos.
El descontento tiene características especiales en los nuevos estados, los de la antigua RDA, porque sus habitantes tuvieron que hacerse a la idea de que la unidad con el occidente no significaba la mejora automática de su nivel de vida. Por el contrario, tres millones de ellos se tuvieron que enfrentar a la dura realidad de vivir por su cuenta y riesgo, luego de haber sido protegidos durante décadas por el paternalismo del estado socialista.
De los 150.000 millones de marcos anuales de transferencia, dos terceras partes corresponden a jubilaciones. De hecho, los jubilados del este son quienes se consideran los ganadores del proceso, junto con los jóvenes. Los perdedores son los hombres entre 45 y 60 años, que por su edad, no pueden conseguir trabajo fácilmente, al paso que habían cifrado su proyecto de vejez en la permanencia de su sistema.
Por otra parte, la división sigue notándose en los sueldos. En Berlín Oriental, por ejemplo, se gana al menos un 10 por ciento menos que en la parte occidental, lo que tiene un efecto indirecto interesante: la gente buena de la parte oriental se viene a trabajar a la occidental y está desplazando a quienes rinden menos.
Si bien en el occidente se quejan de los enormes costos asumidos para hacer arrancar la economía oriental y que han llegado a sus bolsillos en la forma de una sobretasa al impuesto personal del 7,5 por ciento, en oriente la mayor preocupación es el desempleo.
Esa manera diversa de ver las cosas es un síntoma del mayor problema de la unificación alemana: la diferencia de mentalidad entre los occidentales y los ciudadanos de la antigua RDA. Muchos de éstos se quejan de la arrogancia de los primeros. Como dijo un periodista estealemán a SEMANA, "hay un evidente menosprecio entre los oestealemanes por las ideas provenientes del este". Una colega suya de Hamburgo dijo por su parte que "el proceso es más criticado en el este que aquí en el oeste. Allá antes la gente era simplemente pobre. Ahora es una gente perdedora que enfrenta la convivencia con los ganadores, quienes no siempre son piadosos en sus juicios". Otros testimonios reflejan un cierto paternalismo, como el de un oestealemán que dijo, refiriéndose a sus nuevos paisanos, que "A mí al comienzo me parecieron foráneos, eran personas extrañas que miraban con fruición los escaparates y no conocían muchos de los detalles más elementales en nuestra vida diaria. Pero no los podemos responsabilizar personalmente por las deficiencias de su vida en la RDA. Antes celebrábamos a los desertores y juzgábamos a todos los demás, esto es, a quienes se quedaban a vivir en ese media. Pero nosotros tenemos que pensar también qué hubiéramos hecho en sus circunstancias".

TODO NUEVO
Y es que los alemanes del este tuvieron que acoplarse de la noche a la mañana a un sistema nuevo, en el que se les pedía convertirse, de burócratas u obreros, en empresarios. Su falta de preparación en la economía de mercado hizo que la mayoría de los puestos directivos tuviera que ser asumida por oestealemanes, lo cual es otra fuente de resentimiento. Un taxista lo puso en términos muy duros: "de cada 100 oestealemanes que vienen, 99 lo hacen para explotarnos".
La realidad es que, como dijo a SEMANA un funcionario del Ministerio del Interior, la división sicológica es muy grande: "Aún hoy muchos ciudadanos de la antigua RDA no han entendido el funcionamiento de las instituciones democráticas. Todavía hay quienes vienen a Bonn a quejarse al Ministerio por las actuaciones de un juez. No entienden la separación de poderes. Además faltan abogados y mucha información sobre los derechos En la RDA no había nada que se le pareciera al derecho comercial o económico, no existía la quiebra de empresas, ni había tribunales administrativos ante los cuales se pudieran controvertir las decisiones estatales". Ese mismo funcionario contó que, en ocasiones, en las discusiones de sobremesa, los colegas provenientes de la RDA se quejan de "que les robamos su pasado colectivo, su fe en sí mismos, su identidad nacional".
Otro problema es el aumento de la criminalidad. No sólo es cierto que han aumentado los delitos menores y la mafia organizada ha llegado al este, sino que ahora los ciudadanos se enteran de ello por los medios de comunicación, lo cual lleva a que la percepción sea la de una avalancha de crímenes.
En los medios se observa esa división sicológica: hay quienes se acercan al Ministerio del Interior para quejarse de que los periódicos están criticando demasiado al gobierno, porque eso da la idea de que el Estado no funciona. "Nosotros les explicamos que esa es una forma de control, pero ellos sencillamente no entienden ", dijo el funcionario.
Para empeorar las cosas, hoy en día están a disposición de los ciudadanos los archivos secretos de la Stasi, la policía secreta de la RDA, y eso ha llevado a que muchas personas descubrieran haber sido espiadas por sus familiares o sus allegados. Eso tiene a la población estealemana muy divida, y es una fuente de tensiones y de una serie de demandas judiciales que aún no termina.
Ni siquiera para los periódicos ha sido sencilla la transición. Uno de los editores del diario Berliner Zeitung, antiguamente de Alemania Oriental, dijo que "no ha sido fácil adaptar el estilo de redacción de la antigua RDA al nuevo mercado. Durante esos 40 años se separó bastante el idioma en cuanto a giros, modismos, etc Y además el lector de la RDA estaba acostumbrado a leer entre líneas, incluso a buscar palabras secretas, códigos de comunicación entre los opositores. La tradición política, la historia, la cultura tomaron dos rumbos diferentes, y muchas veces una referencia que sería obvia para el alemán oriental no lo es para el occidental y viceversa".
En suma, el proceso vivido por los alemanes en los últimos cinco años confirma que el suyo es un país capaz de enfrentar los retos más difíciles y salir adelante. Pero para muchos, hará falta que transcurran al menos 20 años para que los alemanes se consideren de nuevo una sola nación. Porque ni siquiera para ese pueblo privilegiado resulta fácil dar marcha atrás a la historia.