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El encuentro con Bartolomé I, patriarca de Constantinopla, estaba destinado a sanar las heridas dejadas por Juan Pablo II

Turquía

Cita con la historia

El papa Benedicto XVI se apuntó el primer éxito de su papado con su visita a Turquía. El cardenal Ratzinger por fin se graduó de Sumo Pontífice.

2 de diciembre de 2006

Con su controversial viaje a Turquía, el papa Benedicto XVI cumplió su cita con la historia. Durante cuatro días se movió con la habilidad del diplomático y la sapiencia del Vicario de Cristo en la Tierra. El viaje era en principio pastoral (visitar al "hermano en Cristo, el Patriarca de Constantinopla"), pero en realidad era también una delicada misión política: las relaciones con el Islam y con una Turquía que no renuncia a entrar a la Comunidad Europea.

El viaje estaba precedido de temores, por el furor internacional que el Papa creó el 12 de septiembre cuando citó en Regensburg, Alemania, una frase que los musulmanes consideraron ofensiva. Pero ni sus más acérrimos críticos pudieron ver en sus gestos humildes el implacable ex guardián de la doctrina de la fe. Cada vez es más difícil reconocer en los gestos muy humanos del Papa los métodos rígidos del cardenal Ratzinger.

El encuentro con el patriarca ecuménico de Constantinopla Bartolomé I, jefe espiritual de 250 millones de cristianos ortodoxos, tenía como objetivo continuar el diálogo hacia la reunificación. En lo inmediato, según algunos, buscaba limar las asperezas que dejó Juan Pablo II quien, como escribía Sergio Romano en el Corriere della Sera: "a los ojos de la Iglesia ortodoxa, se comportó como un Papa polaco, más inclinado a tratar a la cristiandad griega como una conquista que a dialogar".

¿La Santa Sede logró el objetivo? Sólo en parte. Si bien el Patriarca, a diferencia del de Moscú, sigue siendo el aliado más disponible de los católicos, el mayor punto de contacto es el campo político: el reclamo doctrinal de supremacía del Obispo de Roma sobre los cuatro Patriarcas de Oriente es un obstáculo difícil de superar. Pero el Pontífice es indispensable en las peticiones por la defensa de las minorías religiosas, libertad de culto y derechos humanos.

En cuanto a lo político, la víspera del viaje el Primer Ministro turco anunció que no iba a recibir al Papa, pero cambió de idea al último minuto. Entre irritar el electorado musulmán y asustar a Europa con una actitud intransigente y dañar las negociaciones con la Unión Europea, la diplomacia turca resolvió el problema con un encuentro de 25 minutos, el primer día del viaje, en una sala del aeropuerto de Ankara.

En el diálogo entre Occidente y Oriente, Turquía juega un papel estratégico y tiene características muy particulares. Es un Estado laico más o menos democrático, trata de hacerse admitir en la Unión Europea y es el mejor intérprete con el que cuenta el Occidente. De otro lado, a pesar del laicismo impuesto por el fundador Mustafá Kemal Ataturk, y defendida por los militares, no puede ignorar que es un país con 72 millones de habitantes en su gran mayoría musulmanes con un puñado de integralistas que le pisan los talones al islamista moderado y primer ministro, Recep Tayyip Erdogan.

Y lo malo es que en 2004, cuando era cardenal, Benedicto XVI aseguró que permitir la entrada de Turquía en la Unión Europea era un grave error, pues "histórica y culturalmente, ese país tiene pocas cosas en común con Europa".

Muchos observadores piensan que Turquía optó por esta solución porque, consciente de que la desencantada y vieja Europa no deja de atribuirle poderes taumatúrgicos al papado y todo cuenta en el largo camino (los más optimistas hablan de 10 ó 15 años de gestiones) hacia el Viejo continente.

La otra visita histórica de Ratzinger fue a la Mezquita de Sultanhamet, o azul, donde rezó mirando hacia la Meca. La cita fue incluida a última hora, como un gesto de humildad y buena voluntad hacia los musulmanes, que fue bien recibido.

En los próximos meses saldrá a la luz Jesús de Nazareth y en la introducción Ratzinger escribe: "Cada uno es libre de contradecirme y sólo pido a los lectores aquella simpatía sin la cual no existe ninguna comprensión". Los expertos aseguran que es la primera vez en la historia de la Iglesia que un Papa advierte que no todo lo que hace tiene el carácter de infalibilidad. O sea que la transformación de Ratzinger todavía tiene mucho por ofrecer.