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COCAINA PARA TODOS

La alcaldía de Amsterdam estudia un revolucionario método para luchar contra la drogadicción. SEMANA habla con los responsables del proyecto

7 de noviembre de 1983

"Pensamos distribuir de todo: Cocaína, morfina, heroína ", decía pausadamente el hombre, un caucásico de talla media y cabellos desordenados reclinándose contra el espaldar de una silla. "Y lo haremos a largo plazo, en caso de que el ensayo que vamos a emprender sea concluyente".
¿Una discusión entre narcotraficantes? ¿Los planes de "la mafia" para "inundar" de alucinógenos una ciudad? No. Por extraño que parezca, era una conversación ingenua entre José Hernández, corresponsal de SEMANA en Europa y el doctor de Ruyter, un joven médico holandés que participa en el estudio de un proyecto de la alcaldía de Amsterdam para luchar contra la drogadicción.
Aunque esfuerzos en este sentido se hacen en muchas ciudades de América y Europa hoy en día, el de la capital holandesa, de ser aprobado, será muy singular: allí la lucha contra la droga y sus consecuencias sociales se hará suministrándola o vendiéndola a precios módicos a los drogadictos.
La idea no es nueva. Inglaterra la había experimentado -sin mayores resultados- hace algunos años. "El fracaso de los ingleses se debió, nos dijo el médico de Ruyter, al hecho que distribuyeron sólo algunas drogas y, únicamente, a ciertos drogadictos. Nosotros, en cambio, pensamos dar de todo".
¿El gobierno autorizará ese tipo de experiencia? Jan Van Dyk, diputado de Amsterdam y principal responsable del sector Salud en el Partido Socialista, no lo duda. Según él, la casi totalidad de socialistas -mayoritarios en el concejo de la capital holandesa- y buena parte de las fuerzas políticas del centro y de derecha, son favorables al proyecto. "Salvo los moralistas, que se encuentran en todos los partidos, incluyendo el mío, una neta mayoría de diputados consideramos que Amsterdam se encuentra frente a un problema nuevo, frente a un hecho cultural ante el cual las soluciones clásicas se revelan ineficaces. Nosotros queremos utilizar una fórmula nueva. No sabemos con seguridad si vamos a obtener resulta dos satisfactorios pero gozamos del apoyo de la población de Amsterdam".
La razón de ese consenso se encuentra en el importante aumento de la pequeña criminalidad en estos últimos años. "Cada día, explica el doctor de Ruyter, se cometen robos y atracos en Amsterdam por cerca de un millón de florines. Ese dinero, por lo esencial, sirve al consumo de la droga". Koos Nitters, responsable de la prevención en el "Centrum Jellinek", especializado en la inserción de los ex drogadictos, confirma esa correlación entre la inseguridad pública bien relativa en Amsterdam con respecto a otras capitales y el incremento del uso de la droga: "En los cinco últimos años, dijo a SEMANA, el número de adictos se ha doblado en Amsterdam, pasando de seis a doce mil personas".
Entretanto, los resultados positivos obtenidos en los 17 centros, las dos clínicas y varias fincas que cuenta esa capital para desintoxicar, alcanzan apenas un 15%. Nada ha podido frenar la progresión de la droga. Ni las medidas represivas tomadas por la policía -que ya no sabe qué hacer ni las campañas de información y disuación emprendidas hasta en los colegios y escuelas. De esta manera Amsterdam ganó, lenta pero seguramente, la fama de ser el centro de la droga en Europa. "Fama inmerecida" responden los responsables de la lucha contra la droga en la alcaldía, al recordar la situación similar que reina en otras capitales.
Ellos no ignoran, sin embargo, que en ciertas calles como a Zeedijk y Sin Olofssteeg, es más difícil encontrar un periódico que un gramo de heroína.
En estas circunstancias, el proyecto de suministrar la droga obedece, ante todo, a la necesidad de restablecer la seguridad en la capital. Las autoridades municipales creen que si los drogadictos están seguros de obtener sus dosis, los robos disminuirían. En ese caso, una parte de la policía que ha tenido que salir a las calles a causa de las investigaciones generadas por el alto número de demandas, podría ser liberada y puesta al servicio de la prevención.
Esos imperativos no son, sin embargo, los únicos contemplados en el proyecto de la alcaldía. De ser aprobado por el gobierno, este sería benéfico para los mismos drogadictos. "En Amsterdam hay, nos dijo el doctor de Ruyter, unos 1000 a 1500 drogadictos que necesitan diariamente, mucha droga. Su ritmo de vida está ordenado por la droga. Se levantan únicamente para buscarla y han perdido el deseo de establecer relaciones sociales y la capacidad de imponerse reglas o de aceptar las de la sociedad. Nosotros pensamos que si les procuramos la droga -liberándolos así de tener que pasar la mayor parte del tiempo en pensar qué robar para comprarla- podemos ayudarlos a organizar sus vidas en torno a otros centros de interés".
Ante esta perspectiva, piensan las autoridades, una parte de los drogadictos terminará abandonando la droga. Otros aprenderán a vivir con ella como lo hacen los enamorados de las bebidas alcohólicas y, en fin, otra parte seguirá robando a pesar de haber obtenido su droga. Para ellos, el actual proyecto, prevé agravar las medidas represivas. En realidad, el optimismo mesurado de los promotores de este proyecto, se basa en los resultados obtenidos en otra experiencia lanzada por la alcaldía hace un par de años. Se trata de un programa de ayuda a los drogadictos fundado en la distribución de varios medicamentos -la Metadona, por ejemplo-, sustitutos de las drogas duras. Estos son entregados en varios buses, relativamente discretos, parqueados en lugares céntricos de Amsterdam como Waterlopplein, Wattering-Circuit y Central Station. Los medicamentos son suministrados únicamente a las personas que viven en esa ciudad y que han decidido someterse a un programa de desintoxicación. Un examen de orina previo permite saber si los "enfermos" han mezclado la Metadona y la droga. Si el examen es positivo, el "paciente" es eliminado de la lista.
Los resultados de esa operación son, en parte, alentadores. Unos 4.500 drogadictos (as) se han adherido a ese programa. Sin embargo, su repercusión en el plano de la inseguridad, no han sido, por ahora, precisados. Gracias a la Metadona, una parte de esas personas han podido organizar de nuevo su vida. "El problema", manifestó Koos Nitters, "es que no todos los drogadictos aceptan la Metadona y que una parte de los que la ensayaron han renunciado y continúan consumiendo cocaína, morfina y heróína. La Metadona no ha resuelto, pues, el problema de la inseguridad".
Koos Nitters ha decidido apoyar el proyecto de la alcaldía y piensa que los demás centros de desintoxicación también lo defenderán ante el gobierno, por dos razones: poder atraer e insertar más rápidamente los drogadictos en sus programas de ayuda y seguirlos de cerca a través del "control" que los médicos ejercerán. Estos serán, según el proyecto, los únicos habilitados a suministrar la cocaína y la heroína.
Gracias a su intervención, esas drogas podrán ser consideradas como un medicamento más. Holanda podría así hacer esa experiencia sin alterar las leyes internacionales que, habiendo criminalizado su uso, otorga a los médicos el derecho de recetarlas en casos excepcionales. ¿Aceptarán los médicos establecer una práctica nueva, en ese sentido? Nuestros interlocutores están seguros de ello. Con todo, no aspiran a pedir una revisión del acuerdo internacional sobre la droga, firmado en Nueva York en 1969. Pero estiman que esas leyes son, en las circunstancias actuales, totalmente obsoletas. "Criminalizar el uso de la droga, explicó el diputado Van Dyk, reprimir, encarcelar etc., no ha impedido que los jóvenes la utilicen y abusen de ella hasta pagar con su vida. Esas leyes han creado, en cambio, una situación similar a la de los años treinta cuando se prohibió la venta de bebidas alcohólicas en los Estados Unidos. A pesar de todo, la gente siguió bebiendo. La única diferencia es que se hizo de manera clandestina y que el mercado fue monopolizado por la mafia. Hoy, con la droga, ocurre lo mismo".
Consciente de que, en una sociedad democrática, las medidas policíacas contra la mafia son poco eficaces y que la estructura económica en Occidente, permite que la mafia lave el dinero del tráfico, el responsable socialista piensa que el proyecto de la alcaldía, que prevé reducir por veinte por lo menos el precio de la droga, podría resultar un medio para luchar contra la "honorable sociedad". La mafia, precisa Van Dyk, "trafica con la droga porque para ella representa un mercado fabuloso. Pero si somos capaces de ver el problema de la droga bajo otro ángulo y que los precios bajan, la mafia abandonará ese sector y se pondrá a especular con el arte o a vender armas".
Aún así, descriminalizar el uso de la droga puede no incitar a otros jóvenes a ensayar, admite el diputado. Pero hasta ahora nada les ha impedido ir hacia la droga. Ni la cárcel, ni los testimonios de algunos ex drogadictos como "Cristina F", ni la necesidad de robar o de prostituirse. "El mal ya está hecho. Nosotros lo que tratamos es de encontrar una solución que no sea moralista, pues, los moralistas nunca han resuelto nada. Estamos tratando de evitar esa experiencia traumatizante que representa, para una persona de 22 años, comprobar que tuvo que robar o prostituirse durante cinco años para procurarse la droga. Ninguna sociedad ha podido evitar que los jóvenes se fijen nuevas fronteras, por peligrosas que resulten. Lo que sí tenemos que hacer, es darles la oportunidad de volver rápidamente a la sociedad evitando así que sus experiencias se conviertan en problemas sociales graves".

Los holandeses entrevistados se muestran seguros que sólo Holanda puede efectuar, por ahora, ese tipo de experiencia. Alemania, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, conocen los mismos problemas. Pero la estructura de la sociedad holandesa no puede ser comparada, se nos afirmó. Holanda es un país extremadamente liberal. Sus habitantes lo saben y conocen las ventajas y los riesgos que implica vivir en una sociedad en la cual los jóvenes deben mostrarse capaces de imponerse sus propios límites. Suministrar la droga se inscribe, pues, para algunos, en la dinámica de la sociedad holandesa que, según los socialistas, debe buscar a largo plazo la responsabilidad cada ciudadano, tanto de su vida como de su muerte. Lujo, sin duda, de una sociedad que ha resuelto, en general, los problemas vitales del género humano, salvo cómo hacerlo feliz.
Los habitantes de Amsterdam no quieren perder, a causa de la inseguridad que propicia la droga, "su especificidad, sus tradiciones". Esas costumbres que les permitía dejar, hasta hace pocos años, sus carros, su casas y sus bicicletas sin candado y visitarse con frecuencia mientras que ahora prefieren darse cita en los cafés o en los restaurantes, como consecuencia de la desconfianza que se ha ido instalando. Esto supone, piensan los defensores del proyecto, desmistificar la droga. Tomar conciencia de que el costo social causado por la droga es bastante inferior al producido por las bebidas alcohólicas o los accidentes de tránsito. Las estadísticas de varios ministerios prueban que si Holanda cuenta con unos veinte mil drogadictos, 35 de los cuales perecieron el año pasado, los alcohólicos superan los 300.000 (3.000 víctimas en 1982), mientras que los accidentes de circulación provocaron 1.800 muertos y 53.500 heridos.
Como quiera que sea, el proyecto deberá precisar aún sus modalidades de aplicación antes de ser presentado, dentro de un par de meses, por una diputada comunista. ¿Sólo los drogadictos que viven en Amsterdam podrán hacer parte de esa experiencia o será accesible a todos los holandeses? ¿La droga será limitada o aumentará según las necesidades del drogadicto? ¿La distribución será gratuita o habrá que pagar un mínimo?. ¿Durante cuánto tiempo será proporcionada la droga?
Comprobando las divergencias existentes sobre estos puntos, el doctor Ruyter cree que la alcaldía debe presentar un proyecto modesto. "Sólo asi el gobierno aceptará que hagamos una experiencia previa". A pesar de esas precauciones, los exdrogadictos se oponen a ese proyecto, nos aseguró Mohamed, un tunecino "clean" que se drogó durante siete años. Ante su grupo, compuesto de diez ex drogadictos holandeses y extranjeros, Mohamed ha denunciado ese proyecto que, según él, deja de lado la situación de los jóvenes extranjeros -muchos de los cuales nacieron o viven desde hace más de diez años en Holanda- que se drogan precisamente porque viven mal el problema de la integración.
Nelian, otra ex drogadicta, piensa que el proyecto es nefasto. Sus repetidas tentativas para poder abandonar la droga la han convencido de que es necesario someter al drogadicto a una estricta disciplina y arrancarlo del medio que frecuenta. Suministrarles la droga es, para ella, hundirlos en su propio círculo vicioso.
Otros testimonios, recogidos por SEMANA, tienden a probar que los ex drogadictos temen un cambio radical de las relaciones de los drogadictos con los médicos. ¿Qué esperanza les queda a los drogadictos, se preguntan, si sus médicos se convierten en sus propios "dealers"? En realidad, los ex drogadictos temen que sus antiguos amigos sean librados a su propia suerte. La adopción del proyecto implica, de hecho, que la droga deja de ser un problema social y se transforma en el problema de cada consumidor.