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COMO EL GATO Y EL RATON

En Gorazde, los serbios humillan de nuevo a la ONU, a la OTAN, a EE. UU. y a Rusia, y las opciones para detener la guerra se acortan.

23 de mayo de 1994

LOS SERBIOS APOSTARON a que la voluntad de los organismos internacionales era muy endeble, y ganaron. Con la ciudad de Gorazde a su merced, los agresores observan ahora cómo Estados Unidos, Rusia, la Organización de Naciones Unidas (ONU) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), se devanan los sesos para formular una estrategia capaz de detener la carnicería.
Gorazde había sido decretada, por una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, como una de las siete "áreas seguras", donde, al amparo de contingentes de Cascos Azules, los bosnio-musulmanes podrían ponerse a salvo de los ataques de sus enemigos, los serbio-bosnios.
Dos factores fundamentales hacían necesaria la intervención de los aviones de la OTAN: la escasa presencia de Cascos Azules, y el embargo de ventas de armas pesadas a los bosniomusulmanes, que asegura la superioridad de sus adversarios.
Pero los ataques de la OTAN sólo podían ir, a lo sumo, contra los tanques que disparan sobre la ciudad o al centro de mando de la artillería, y cuidarse de que los serbios perdieran terreno conquistado. Todo ello para no dar la impresión de haber tomado partido y desatar la furia de Rusia, que tiene su corazón con sus tradicionales hermanos eslavos.
El fracaso adquirió características de humillación no sólo porque en las dos operaciones los aviones estadounidenses de la OTAN lanzaron seis bombas (de las cuales dos no explotaron), con pocos resultados, sino porque al día siguiente una nave británica fue derribada, y porque los serbios, lejos de asustarse, continuaron con más fuerza su ataque sobre Gorazde, y derrotaron a los defensores bosnio-musulmanes.
Los serbio-bosnios, con su presidente Radovan Karadzic a la cabeza, son como un ratón frente a un gato sin garras. Se burlaron de la ONU, cuando a pesar de la presencia en Gorazde de unos cientos de Cascos Azules, prosiguieron la carnicería en sus propias barbas, sin dejar de robar algunas piezas antiaéreas que estaban bajo su custodia. Se burlaron de la OTAN y Estados Unidos, porque sus ataques aéreos resultaron inútiles. Y de Rusia, que se creía con influencia sobre ellos y que sólo consiguió, con la ira de Boris Yeltsin, que devolvieran los cañones sustraídos.
Hoy por hoy, la esperanza de los bosnio-musulmanes en la ONU y sus miembros se ha perdido casi por completo, como testimonian las manifestaciones en Sarajevo. Y los aliados se quedan sin opciones frente a una guerra que se complica cada día más.