Home

Mundo

Artículo

CON CRUZ A CUESTAS

La renuncia de Arturo Cruz tres semanas después de la de Adolfo Calero, deja a los "contras" prácticamente sin cabeza

13 de abril de 1987

Tres podían ser multitud. Pero uno es soledad. Y en el caso de los "contras" nicaraguenses no se trata de la soledad del poder sino de la soledad de la derrota. Si la supervivencia de los "contras" parecía incierta hace dos semanas cuando Adolfo Calero anunció su retiro de la Unión Nicaraguense Opositora (UNO), ahora, tras la renuncia de Arturo Cruz, ya no cabe duda alguna: ha llegado el comienzo del fin de la fórmula que los norteamericanos se inventaron para tratar de derrocar al gobierno sandinista.
Sin librar mayores batallas frente a sus adversarios, los "contras" y su progenitor -la administración Reagan- fueron los encargados de propiciar esa derrota. Después de cinco años de esfuerzos infructuosos por constituirse en una organización capaz de colocar en jaque al régimen de Managua, ni siquiera la ayuda abierta del Departamento de Estado norteamericano y el empeño manifiesto del subsecretario para Asuntos Interamericanos Elliot Abrams en las últimas semanas, fueron capaces de detener la caída en barrena de la dirigencia antisandinista.
Cuando Washington creía que la crisis estaba en vías de superación Arturo Cruz, su hombre de confianza, aquel por el cual presionó a Calero hasta hacerlo renunciar a la dirigencia de la UNO a pesar de controlar al 90% del ejército antisandinista, finalmente mostró el cobre y presentó su renuncia. "Hice todo lo que podía hacer", dijo. "Espero que finalmente, mi renuncia sirva para convencerlos a todos de que se necesitan reformas urgentes sin las cuales los problemas de la oposición nicaraguense jamás podrán solucionarse".
En un tono que sorprendió a todos aquellos que conocían los múltiples esfuerzos que el Departamento de Estado había hecho por conservarlo en la UNO, Cruz culpó de su retiro no sólo a las que llamó "corrientes hegemónicas" dentro de los rebeldes, sino además a los propios Estados Unidos por "su indecisión y ambivalencia" al apoyar a la Fuerza Democrática Nicaraguense (FDN) de Calero y no presionar por la consecución de reformas en el seno de la UNO.
A pesar de que Cruz había anunciado su retiro desde hacía varios meses, este cogió por sorpresa a la administración Reagan. Hacía apenas un par de semanas, Cruz le había asegurado a Abrams y al asesor de Seguridad Nacional, Frank Carlucci, que tras la ida de Calero permanecería al frente de la UNO. Además, el anuncio tuvo lugar sólo dos días antes de que se sometiera a votación en la Cámara de Representantes una propuesta de postergar la entrega de los últimos 40 millones de dólares aprobados por el Congreso para los "contras" el año pasado.
Tal como era de esperarse, la propuesta fue aprobada en la Cámara por 227 votos contra 198. Aunque deberá pasar todavía por el Senado y además sobrevivir al veto del presidente Reagan, lo cual resulta bastante improbable, el revés en el Congreso pareció empezar a confirmar lo que ya los observadores políticos, la prensa y los congresistas más liberales venían comentando: si el escándalo Irán-Contras dejó en una situación difícil la posibilidad de nueva ayuda para los antisandinistas, el retiro de Cruz si le asesta un golpe definitivo.
Sin Calero que era el hombre fuerte militarmente y sin Cruz que era el respetado políticamente, la dirigencia de la UNO queda prácticamente acéfala. Alfonso Robelo, el tercer miembro del triunvirato, no cuenta con el apoyo militar ni con el político necesarios para manejar una organización que ha demostrado de por si, ser prácticamente inmanejable.
Las propuestas de reforma planteadas tras la renuncia de Calero, como la conformación de una dirección plural de 5 ó 7 miembros que incluya los distintos sectores nicaraguenses en el exilio, tampoco es fácil de llevar a cabo. Si resultaba difícil cuando la única fuerza aparentemente en discordia era la FDN de Calero, ahora que Cruz también quedó por fuera, lo es aún más.
Pero si para los "contras" la situación es difícil, para los miembros de la administración Reagan empeñados en defender a los antisandinistas, no lo es menos. Tal era la importancia que revestía Cruz para su causa, que obligaron a Calero a renunciar y Abrams llegó a reconocer que Cruz era fundamental para lograr más apoyo en el Congreso para los "contras" .
Ahora, tras la jugada de Cruz, al subsecretario de Estado le ha tocado comerse sus palabras y salir a decir públicamente que en ningún momenlo el éxito de los "contras" depende del liderazgo de un solo hombre. El problema es que ya pocos le creen. De los feroces defensores de los "contras", quedan ya muy pocos en la administración. En el curso de cuatro meses salieron Oliver North, John Poindexter y Patrick Buchanan de la Casa Blanca, William Casey de la CIA y Néstor Sánchez del Pentágono. Ahora todo está prácticamente en manos de lo que Abrams y Carlucci puedan hacer, desde el centro de una administración tan desprestigiada y carente de credibilidad como los "contras" mismos.
Para ponerlo en términos de la propia prensa norteamericana, "los "contras", el hijo pródigo de la administración Reagan hace cinco años, se han convertido en su Frankenstein".