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El presidente de Irán, Hasán Ruhaní, dijo que la ejecución de Nimr Baqr al-Nimr era un “gran crimen contra un líder religioso’. El rey de Arabia Saudita, Salmán bin Abdulaziz, es desde hace un año el líder de su país y está buscando consolidar su poder. | Foto: A.P. - A.F.P.

ORIENTE MEDIO

Arabia Saudita e Irán se muestran los dientes

Al romper relaciones los polos opuestos del conflicto de los musulmanes, desencadenaron una nueva crisis que podría tener repercusiones nefastas.

9 de enero de 2016

El año no habría podido comenzar peor en Oriente Medio. El sábado 2 de enero, Arabia Saudita ejecutó a Nimr Baqr al-Nimr, un clérigo chiita muy apreciado en Irán y conocido por sus apasionados sermones políticos, quien según las autoridades saudíes había instigado la violencia durante los levantamientos que tuvieron lugar en el país durante la Primavera Árabe en 2011. Los iraníes, que por el contrario lo consideraban un exponente de la resistencia pacífica, recibieron muy mal su muerte. Y en protesta, una muchedumbre quemó la embajada saudita en Teherán, un acto que, según Riad, toleraron e incluso instigaron las autoridades iraníes.

En represalia, el domingo Arabia Saudita cortó relaciones diplomáticas con Irán, repatrió a su embajador y produjo una reacción en cadena que se extendió por toda la región. El lunes por la mañana, Bahréin hizo otro tanto citando la “obvia y peligrosa interferencia” de Teherán en los asuntos de los países árabes. Por la tarde, Sudán siguió el mismo camino y el miércoles Yibuti y Catar hicieron anuncios similares. El jueves, Somalia se les unió, Emiratos Árabes Unidos redujo al mínimo su nivel de relaciones y Jordania convocó al embajador iraní en Amán. Teherán respondió al acusar a Arabia Saudita de bombardear “adrede” su embajada en Yemen (un hecho que no pudo ser confirmado) y le echó aún más gasolina al incendio diplomático.

Esa espiral era previsible. “La ejecución buscaba una sobrerreacción de Irán –que fue justamente lo que sucedió con la quema de la embajada– para debilitar la posición de ese país de cara a las conversaciones de Ginebra sobre la guerra de Siria, que tendrán lugar a finales de enero, y en la que ambos países están implicados de lleno”, dijo en conversación con SEMANA Paul Aarts, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Ámsterdam y autor del libro Saudi Arabia in the Balance.

De hecho, la escalada diplomática de esta semana tiene como trasfondo la rivalidad histórica entre Irán y Arabia Saudita, los países más extensos de la región, dos de los más poblados, sus mayores potencias energéticas y también los principales representantes de las principales ramas del islam. Mientras en Riad gobiernan los sunitas, en Teherán mandan los clérigos chiitas. Desde que se impuso en la última la revolución islámica, ambos mantienen una fuerte puja por convertirse en el poder hegemónico de la región. Con ese fin, se han metido de lleno en una guerra fría y se han enfrentado en varios conflictos por interpuesta persona (proxy wars), apoyando con dinero, armas e incluso hombres a las facciones chiitas y sunitas que combaten en Siria, Irak y Yemen.

Aunque esas contiendas se encuentran hoy en un punto muerto, los saudíes se sienten asediados por los iraníes, y también abandonados por Estados Unidos, su aliado tradicional. Como señaló a SEMANA William Harris, especialista en Oriente Medio de la Universidad de Otago y autor del libro The Levant: A Fractured Mosaic, “Riad siente que Irán está expandiendo su proyecto hegemónico por toda su frontera norte, desde Bagdad hasta el Mediterráneo, pasando por Siria. También, que ese país es el responsable de su fracaso en Yemen, donde ha combatido en vano a una milicia chiita que controla amplias zonas del país. Y para detenerlo, está haciendo todo lo posible para lograr consolidar el poder sunita en la zona, que ve como su única alternativa de defensa a mediano y largo plazo”.

Si bien son remotas las posibilidades de que esas potencias se enfrenten directamente, su encontronazo de esta semana sí agravará la situación de los países cuyas guerras están financiando. En particular la de Siria, que ha dejado centenares de miles de muertos, millones de refugiados y una generación perdida. Si a finales de 2015 una salida política a ese conflicto era muy compleja, con el abismo que se abrió entre la chiita Irán y las naciones musulmanas árabes esa posibilidad es hoy remota.