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De acuerdo con la nueva Constitución, Rafael Correa podría quedarse en el poder hasta 2017.

ECUADOR

Correa, ¿imparable?

El presidente ecuatoriano tiene todas las de ganar en las elecciones del próximo domingo, pero su proyecto sigue dividiendo al país.

18 de abril de 2009

El presidente Rafael Correa se prepara para lograr una hazaña: ser reelegido en el país que hasta hace poco se consideraba el más inestable del vecindario por su costumbre de tumbar mandatarios. Correa tiene todas las de ganar en los comicios del próximo 26 de abril, con lo que gobernaría hasta 2013.

"Ellos (los opositores) ya se ven vencidos en las urnas. Su estrategia es desgastar lo más posible al Presidente", aseguró en una reciente entrevista, y recalcó que además aspira a una mayoría en el Congreso. Y las encuestas le dan la razón. Correa agrupa entre el 45 y el 51 por ciento de la intención de voto, con lo que incluso, como coincidieron varios encuestadores consultados por SEMANA, se anticipa una histórica reelección en primera vuelta.

Aunque hay ocho aspirantes, algunos de los cuales no han dudado en tildar a Correa de "dictatorial, autoritario y fascista", sus principales rivales son dos viejos conocidos, el ex presidente Lucio Gutiérrez y el magnate bananero Álvaro Noboa, que aspira por cuarta ocasión. "Cuando yo gobernaba, los ecuatorianos estaban mejor. Ahora ni siquiera hay libertad de expresión", dijo Gutiérrez a SEMANA. Pero ninguno de los dos se acerca siquiera al 20 por ciento de las preferencias. Todo apunta a que Correa prolongará su 'invicto' en las urnas.

De cumplirse, ésta sería su cuarta victoria. Después de las presidenciales de 2006 ganó su tesis de una Constituyente y, acto seguido, captó la mayoría de escaños en esa Asamblea. Por último, en septiembre del año pasado logró que se aprobara la nueva carta política. Correa había sido elegido para gobernar hasta 2011, pero la nueva Constitución requiere 'relegitimar' todos los poderes (en total unos 6.000 funcionarios) y le permite postularse para un nuevo mandato de cuatro años con la posibilidad de un segundo período. Así las cosas, podría quedarse en el poder hasta 2017.

Pero, a pesar de los éxitos de Correa en las urnas, Ecuador está más dividido que nunca por sus continuos enfrentamientos con la prensa, los empresarios y la banca, así como los insultos a sus opositores. Al igual que en Venezuela y Bolivia, Correa no deja de insinuar que el Departamento de Estado norteamericano apoya a la oposición en sus planes de desestabilizar el gobierno. Subalternos de Correa aseguran que no se debe desestimar ningún recurso de la derecha en estos propósitos. "Si no pueden tumbar un gobierno, como decimos por aquí, pueden inclusive planificar atentados personales", afirmó a SEMANA un ministro que prefirió mantener su nombre en reserva.

Correa no las tiene todas consigo. Además del odio de la derecha, hay sectores de izquierda que discrepan con sus planteamientos. La Confederación de Nacionalidades Indígenas (Conaie), la organización social más importante de Ecuador, por ejemplo, respaldó a Correa en su camino a la Presidencia, pero ha cambiado de postura. "No vamos a apoyar a ningún candidato, porque ninguno representa una real alternativa para el país", manifestó a SEMANA el dirigente Humberto Cholango.

De otro lado, varios asesores del gobierno han estado involucrados en actos de corrupción, como el ex ministro de Deportes Raúl Carrión, quien se encuentra detenido. Alberto Acosta, quien presidió la Asamblea Constituyente, se distanció de Correa, mientras que su ex ministro de Gobierno y Seguridad, Gustavo Larrea, se vio salpicado por su acercamiento a las Farc junto con su asesor José Ignacio Chauvín, declarado amigo de 'Raúl Reyes' y ahora también en la cárcel como sospechoso de narcotráfico. El gobierno insiste en que los supuestos nexos de Correa con la guerrilla son un escándalo mediático montado por la oposición y la inteligencia de Colombia y Estados Unidos, destinado a encubrir el bombardeo del campamento de 'Reyes'.

Por lo pronto, todo indica que Correa no va a dejar de ganar elecciones. Pero tampoco de casar peleas.