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El nerviosismo del ministro de Finanzas griego, Euclides Tsakalotos, y del primer ministro, Alexis Tsipras, durante la aprobación del acuerdo en el Parlamento ateniense se convirtió en el símbolo de una semana de pánico en Europa. | Foto: A.F.P. / A.P.

EUROCRISIS

Crisis griega deja a Europa polarizada

El reciente capítulo de la tragedia griega terminó con un rescate bajo duras condiciones impuestas por Bruselas.Grecia vuelve a encaminarse hacia austeridad y miseria.

18 de julio de 2015

Hasta hace pocas semanas, el primer ministro griego, Alexis Tsipras, era un tipo sonriente y encarnaba el sueño de cualquier político. Llegó al mundo con un carisma natural, y quienes lo conocen dicen que la sonrisa de las fotos refleja la realidad. Tiene 40 años, su ídolo es el Che Guevara y es ateo y comunista declarado. Pero nada le impidió llegar en 2006 al Concejo de Atenas, en 2008 a la secretaría de su partido Syriza, en 2009 al Parlamento y el pasado 26 de enero al gobierno de Grecia. Las cifras confirmaban su buena estrella. Con 70 por ciento de aprobación, arrancó como un gobernante popular en Europa.

Pero la semana pasada, el mundo vio a otro Alexis Tsipras. Primero el lunes en Bruselas, cuando, tras 17 horas de negociación, la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, François Hollande, lo amenazaron con expulsar a Grecia temporalmente del euro y lo hicieron aceptar dolorosas condiciones a cambio de un rescate por tres años. “Extorsionado”, según sus palabras, debió pisar un peligroso puente de financiación del que saldrán 86.000 millones de euros.

Y luego el miércoles en el Parlamento en Atenas, donde, evidentemente nervioso, debió presentar el plan de recortes y reformas aceptado, el cual va más allá de lo que sus compatriotas habían rechazado en el referendo del pasado 5 de julio. Sentado junto a su nuevo ministro de Finanzas, el marxista Euclides Tsakalotos, hizo muecas, se tomó la cara con las manos y llamó varias veces a sus asesores para saber si el plan de salida del euro, que un equipo secreto de expertos había estado tejiendo, estaba listo. Al final este no fue necesario, y Tsipras pudo respirar, pues el acuerdo fue aprobado. (El jueves, el Banco Central Europeo le dio un espaldarazo: por primera vez en semanas aprobó un nuevo crédito de emergencia de 900 millones de euros. Y el viernes el parlamento alemán secundó la ayuda pactada por Merkel.)

Ese día, sin embargo, algo cambió en Europa. Y en primer lugar cambió para Tsipras, hoy rechazado por amplias fracciones de su partido y tildado de “traidor” por algunos sectores. Pero también su país ha empezado de nuevo a temblar, y la Europa unida de las ideas y los valores comunes, de las buenas maneras y las eternas cumbres a puerta cerrada en Bruselas, sigue perdiendo espacio ante las pujas políticas, el populismo y las abismales diferencias entre sus habitantes.

Hoy se respira un aire hostil en el Viejo Continente. Tras la aprobación del Parlamento griego, el ya popular exministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, consideró el acuerdo “una derrota” y “una humillación”, dijo que era “un Tratado de Versalles que arruinará a Grecia” y fustigó a Tsipras: “Grecia ha sufrido un golpe de Estado en el que se han usado bancos en lugar de tanques”.

En la noche, el lenguaje virulento se convirtió en violencia. La plaza Syntagma de Atenas volvió a ser el escenario de agentes antidisturbios con lacrimógenos y recibidos con cocteles molotov. También las calles se llenaron de manifestantes que gritaron arengas anticapitalistas, incendiaron carros y reeditaron así disturbios que no se veían desde 2012.

El ambiente enrarecido se ha tomado también las discusiones en otros países. Especialmente Alemania ha entrado en el foco de un debate que oscila entre las peleas del nobel Paul Krugman (enemigo de la política de austeridad) y editorialistas de París y Berlín, y la polarización y la violencia verbal. Antes de la cumbre en Bruselas, el rotativo Berliner Kurier puso en primera plana a Tsipras con el titular “¿Le regalaría usted a este hombre 35.000 millones de euros?”. Y poco después, uno de los subdirectores del partido CDU de Merkel, Thomas Strobl, salió a decir que “estamos mamados de los griegos”.

Los caricaturistas de algunos medios dentro y fuera de Alemania han vuelto a ponerles el bigote hitleriano a Merkel y a su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble. Y también allá los usuarios más tóxicos de las redes sociales han contaminado el debate público. El martes, al ver que un montaje que lo mostraba ahorcado sobre su silla de ruedas se había vuelto viral, Schäuble perdió la paciencia: “¡Esas cosas por supuesto me afectan!”.

Preocupado, un comentarista del diario Süddeutsche Zeitung alertó el jueves sobre la “tormenta retórica” que se extiende sobre Europa. “No parece haber más puntos medios –escribe–. Solo hay un ‘a favor de Grecia’ o ‘en contra de Alemania’. A favor de Alemania o en contra de Grecia. Europa está polemizándose hasta su propia destrucción”.

Viviendo en la austeridad

Y mientras la política hierve, la crisis del euro sigue devastando a la otrora pujante clase media. Según se conoció el miércoles, Grecia necesitará 100.000 millones de euros para salir de sus deudas. Pero la gente ni siquiera logra reunir los 30 o 40 que necesita al día para sobrevivir. Tras años de austeridad, la miseria se ha tomado partes de la sociedad donde no hay dinero para la salud, para un hogar independiente y, a veces, ni siquiera para comer.

Cuando SEMANA visitó Atenas en 2012, justo después de que Bruselas aprobara otro rescate, un recorrido por las calles bastaba para entender lo que significa la miseria en el primer mundo. En las reparticiones de comida gratuita, antes objeto exclusivo de los indigentes, abundaban los ciudadanos del común que preferían una porción de pasta con salsa de tomate en la intemperie que gastar la poca plata que tenían. El desempleo, además, había afectado a una generación de jóvenes desesperanzados y dispuestos a emigrar.

Hoy la situación se ha agudizado. Los mendigos siguen estirando sus colchonetas y durmiendo en las calles bajo cobijas donadas por organizaciones sociales. Muchos enfermos siguen sin atención, ya que no tienen para el seguro, y las organizaciones humanitarias no dan abasto para recibir más gente. Profesionales, especialmente de artes y humanidades, siguen perdiendo ingresos, no pueden pagar arriendos ni calefacción y así vuelven a casa de sus padres o, en el peor caso, buscan hogares de desamparados. Como le dijo a SEMANA un ciudadano griego: “La familia promedio tiene cuatro integrantes, de los cuales solo uno tiene trabajo”.

Según cálculos del Instituto Europeo para Investigación Económica, el nuevo acuerdo hará subir los precios, reducirá las pensiones, cortará subvenciones, causará despidos en lo público y liberalizará más los mercados.

Hoy los trámites bancarios permanecen limitados. Hay poco efectivo –la gente puede sacar solo 60 euros al día–, no pueden hacerse transacciones al exterior, y el sector productivo está frenado. El jueves, el viceministro de Finanzas, Dimitris Mardas, anunció que este lunes las instituciones abrirían. Pero fuentes de prensa respondieron que el asunto no es así: los griegos deberán esperar cuatro semanas más a que los bancos se recapitalicen y a que la situación “se normalice”. Lo que esto último significa, sin embargo, parece hoy en Grecia un perverso acertijo.

Escenas de miseria

El latigazo caerá sobre quienes ya llevan años sufriendo: los ciudadanos de a pie.

• Solo 60 euros puede sacar la gente de sus cuentas bancarias. La falta de recursos ya ha llevado a miles de personas a la indigencia.

• Los inmigrantes pobres protagonizan escenas dramáticas en las calles. Ante la carencia generalizada, ellos son los que más sufren.

• La indignación se apodera de la gente y ya contamina el debate. Comparar con Hitler al ministro de Finanzas alemán se ha vuelto común.

• Los expendios de comida gratuita, antes objeto de indigentes, hoy son concurridos por ciudadanos del común, forzados a ahorrar el último centavo.