Home

Mundo

Artículo

CUMBRE BORRASCOSA

En la reunión internacional más compleja de la historia,el bloque latinoamericano ejerció, una influencia decisiva.

13 de julio de 1992

RIO SE CONVIRTIO EN LA CAPlTAL DEL MUNdo. La capital de los jefes de Estado y de gobierno, la capital de los funcionarios estatales, la capital de los "gurús" de la naturaleza, de los artesanos, de los "guerrilleros del medio ambiente", de los artistas de cine, de los líderes espirituales, de los vendedores ambulantes, de los indígenas primerizos en la "civilización". Un caos de reuniones multitudinarias, oficiales, extraoficiales, privadas y clandestinas en la que no faltaron ni los incidentes ni las situaciones imprevistas.
Por eso, la sola finalización de la Cumbre de la Tierra es un éxito de su director Maurice Bishop, para quien la historia del movimiento ecológico tendrá reservado un lugar. Aparte de sus resultados, que según como se miren fueron positivos o frustrantes, la reunión que concluyó el domingo en "la ciudad más bella del mundo" se convirtió en el comienzo de una era en la que la salvación del planeta tendrá una prioridad sin precedentes.
Si algo demostró la Cumbre es que en esa realidad, sólo la negociación por bloques el marco de la confrontación norte sur logró hacer prevalecer los puntos de vista. Pero la multiplicidad de intereses y la comprobación de que el mundo es muy diferente al de hace dos años cuando se convocó la reunión cambiaron por completo el panorama político del planeta. Tanto el norte como el sur resultaron atravesados por gruesas contradicciones.
Un caso típico es el del llamado Grupo de los 77, que agrupa a 128 países del Tercer Mundo. Ese conglomerado solía tener en tiempos de la Guerra Fría puntos muy sólidos de unión, pero ahora su único vínculo aparece cuando se trata de presentar un punto de vista común ante el norte. Por ejemplo es evidente que Brasil, México o Malasia tienen más en común entre sí que con el conjunto de países africanos. Otros, como Chile, tienen más afinidades reales con España que con Malí o Nigeria. El lado Norte no está exento de esas curiosidades. Cuando se habla de pesca por ejemplo, Canadá tiene muchos más puntos en común con Nueva Zelanda y Rusia que con E.U., y en cuanto a cambio climático, el mayor enemigo de Washington es su aliado la Comunidad Europea.
Ni siquiera las actuales repúblicas que compusieron en el pasado la Unión Soviética se mueven al unísono: mientras las asiáticas y más pobres se sienten cercanas al Tercer Mundo, Rusia y las eslavas buscan acercarse a Estados Unidos. Todas esas curiosidades producen situaciones insólitas, como alianzas puntuales entre Malí y Canadá o entre Mauritania y la Comunidad Europea.
En cambio, la posición latinoamericana apareció como la más compacta.
A lo largo del proceso que condujo a la cumbre, esa posición fue definida en gran medida por la actitud del Grupo de los Tres (Colombia, México y Venezuela), con el apoyo de Chile y Brasil. Otros países de tradición negociadora, como Argentina y Cuba, debieron adecuarse a la tesis de que América Latina era el bloque "racional", que ejerció de puente entre posiciones antagónicas, como la del sudeste asiático y Estados Unidos.
En ese panorama, el que quedó como el gran solitario fue Estados Unidos.
El presidente George Bush llegó a Rio con el dudoso honor de ser el villano de la película. La razón es que asumió una actitud que fue calificada de electorera, y que se resumía en rechazar todo aquello que pudiera significar un sacrificio económico para su país, ya fuera la protección de la biodiversidad para impedir que la industria biológica de su país fuera afectada en el de calentamiento global, por su negativa a aceptar fechas obligatorias para la reducción de gases contaminantes. En este punto, a pesar de los esfuerzos de sus aliados tradicionales por evitarlo, Washington quedó por fuera del arca de Noé. Alemania y Japón no perdieron la oportunidad de asumir el liderazgo ecologico, al ofrecer contribuciones inusitadamente altas.
No importa que, como dice Bush, esa actitud tenga una alta dosis de hipocresia, porque es cierto que las regulaciones ecológicas de su país son mucho más estrictas, y sus pesqueros, por ejemplo, no diezmaron durante años las ballenas del mundo. Pero quedó en la mente de muchos que Bush, con propósitos electoreros internos, perdió una nueva oportunidad asumir el papel que más le gusta, el de líder de un mundo unipolar.