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Y DELORS DIJO NO

Quien hubiera sido seguro presidente de Francia se niega a asumir su papel en la historia.

16 de enero de 1995

POCOS SE IMAGINAN QUE puede motivar a un hombre que ha dedicado su vida a la política a negarse a ser presidente de su país, sobre todo si ese país se llama Francia. Ese es el interrogante que atraviesa por estos días al electorado galo, que tenía puestas sus preferencias por un hombre que al final les dijo no.
Se trata de Jacques Delors, un abogado parisiense, amante del deporte y del jazz, un socialista pragmático y ajeno a las corrientes enrarecedoras que pujaron en el partido en los años 80.
Delors fue alto funcionario del Banco de Francia antes de ser nombrado ministro de Hacienda del primer período del presidente François Mitterrand, donde desarrolló una política monetaria seria y equilibrada. Si bien ello no fue del gusto del electorado socialista, su retiro a Bruselas en 1985, para dirigir el órgano ejecutivo de la Unión Europea, no sólo lo puso a buena distancia de los desastres de los socialistas sino que le dio una talla de estadista de la que carecía.
Entre tanto la política francesa se debatió entre fuertes alternativas, durante las cuales Mitterrand siempre tuvo un sucesor reconocido. Al comienzo el primer ministro fue Pierre Mauroy, reemplazado en 1984 por Laurent Fabius, quien no logró evitar que en 1986, la coalición de derecha derrotara a los socialistas y se iniciara la primera 'cohabitación', al asumir el cargo de primer ministro el conservador Jacques Chirac. Dos años más tarde los socialistas recuperaron sus fuerzas y llegó al cargo Michel Rocard, quien logra mantenerse hasta 1991, cuando le reemplazó Edith Cresson. Pero su dicha sólo le duró 11 meses, antes de entregarlo a su copartidario Pierre Beregovoy.
La estruendosa derrota electoral de los socialistas en marzo de 1993 causó la caída de Beregovoy -y su posterior suicidio- pero en realidad fue el resultado de una década de ejercicio populista y personalista del poder por parte de Mitterrand, quien nunca tuvo empacho en crear y abandonar sucesivos proyectos de sucesor, el último de los cuales, el empresario Bernard Tapie, sucumbió a escándalos relacionados con el manejo de sus ya quebradas empresas.
El desierto en el campo socialista, unido al desprestigio del actual primer ministro conservador, Edouard Balladur (en menos de cuatro meses tres ministros tuvieron que renunciar por cargos de corrupción), convirtieron a Delors en el hombre clave.
Pero Delors declaró que esta punto de cumplir 70 años y que quiere un futuro 'más equilibrado entre la acción y la reflexión". Y también dijo que, aunque gane las presidenciales, no podría trabajar con un Parlamento -y por lo tanto con un gabinete- adverso.
Pero otros adelantan teorías distintas, porque el presidente puede convocar elecciones y cambiar el rumbo del Parlamento. Bien podría se que Delors, con su fama de estadista, no quiera ser heredero de una política socialista que ha probado una eficacia dudosa, por lo que se inclinaría más bien porque su partido atraviese el desierto de la oposición y regrese al poder con propuestas nuevas. O bien podría ser que Delors tenga su rabo de paja en cuanto a la financiación de las actividades políticas por parte de los grupos económicos, la gran sombra que gravita sobre esa clase política.
Porque Delors, como todos los políticos, sabe que la historia no está llena de hombres que dijeron no, sino de quienes dijeron sí. A lo sumo, ese hombre de maneras suaves pasaría al recuerdo como el Darío Echandía de los franceses.