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DESPUES DE LA TEMPESTAD...

Mientras se encaminan hacia la economía de mercado, los chinos todavía sueñan con la democratización del país.

10 de diciembre de 1990


"Fuiste tú quien me vendaste los ojos un día.
IVendaste el cielo con un trozo de tela roja. IMe preguntaste qué tenía y respondí que la felicidad.
IMe ataste también las manos. INo puedo andar y tampoco puedo llorar Iporque mi cuerpo está atrofiado..."
Esta es un parte de la canción del grupo de música rock chino Cai Zian, que durante la primavera pasada tuvo que suspender su gira por 20 ciudades, cuando las autoridades chinas lo sintieron como "concierto peligroso".

Los millares de jóvenes que enloquecían cuando el cantante aparecía con los ojos vendados con un trapo rojo y entonando la canción evidenciaban, ni más ni menos, un canto contrarrevolucionario que pretendía "avivar el fuego de Tienanmen". Esa, por lo menos es la explicación que dio el alcalde de Chang Du en la provincia de Si Chuan cuando suspendió la gira por "órdenes de arriba". El grupo se ha visto obligado nuevamente a realizar sus ensayos en un recinto semiclandestino y, como su canción, vuelve a estar atado de pies y manos.
Pero el temor de los veteranos de la revolución con el rock, no es sino una más de las manifestaciones de miedo ante el cambio que experimenta a velocidades espantosas la cultura china. La apertura económica que se inició a principios de los 80 ha hecho que florezca el comercio privado, el ánimo capitalista y el deseo de copiar el modelo de occidente. Las calles que antes se vestían con estampas de Mao o Chow en Lai ahora están adornadas con luminosos avisos publicitarios entre los que se destaca el de Coca Cola. La férrea disciplina de reeducaci6n de "las ideas equivocadas" contrasta con las audaces minifaldas, los ajustados jeans y cabellos engominados.

Las noticias que llegan desde Europa del este sobre las dirigencias comunistas corruptas, han despertado la suspicacia popular frente a los burocratizados y nepóticos cuadros de la dirigencia china. Para la mayoría de los jóvenes, esas "tajadas" y privilegios no son ajenos a los comunistas línea Pekín. De hecho, los Toyotas y los potentes automóviles no sólo son exhibidos por toda clase de publicistas, diseñadores, comerciantes y peluqueros que han logrado hacerse sus buenos yuanes, sino por hijos de altos funcionarios del partido que se han enriquecido a la sombra del poder.

En medio de este ambiente en donde se oye el rock, los comerciantes se enriquecen y los campesinos del Yangtze no se pierden capítulo de Falcon Crest, la consigna de la población parece ser la de esperar a que los viejos se mueran. Lo cierto es que nadie duda de que el proceso no tiene reversa. La idea de que hay que volver por los fueros del socialismo puro, como lo anunció el primer ministro Li Peng tras Tiananmen, no convence a nadie. Los chinos han llegado a la conclusión de que la Gran Marcha será sustituida por la Larga Espera.

Los campesinos que asumieron la actitud más conservadora durante los sucesos del año pasado, no lo hicieron tanto por defender el comunismo, como por haber sido los más beneficiados con las reformas económicas de la última década. Desde que se inició la apertura económica y se descolectivizó parcialmente la propiedad rural, se han creado cerca de 18 millones de empresas campesinas y nadie duda de que regresar al concepto de las comunas implicaría un levantamiento general.

En cambio, las grandes masas urbanas viven en el descontento total. Están compuestas fundamentalmente por maestros, obreros y funcionarios cuyo único ingreso es un miserable salario de 150 yuanes, cerca de 15 mil pesos mensuales. Fueron ellos quienes sintieron el recalentamiento económico producto de la apertura, que elevó a la inflación a más de un 30 por ciento en 1988. Y son también las víctimas de las arbitrariedades de las guardianas de barrio, unas ancianas vestidas con el uniforme y el brazalete de la época maoísta, que se encargan de "soplar" todo movimiento extraño de los jóvenes, a cambio de que uno de sus hijos acceda a una vivienda.

Pero la mayor inconformidad de las masas urbanas radica en la represión lenta, selectiva e implacable de todos aquellos que participaron en la revuelta de mayo de 1989. El hecho es que si durante la revolución cultural de Mao el chino común quería ser funcionario del partido o de algún organismo oficial, ahora preferiría abandonar su cargo para dedicarse a los negocios. Porque los chinos han llegado a una conclusión que tiene sabor de proverbio milenario: Sólo el triunfo individual puede hacer que las cosas cambien.