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El presidente Álvaro Uribe el el único colombiano que ha sido condecorado con la Medalla de la Libertad de Estados Unidos. Una prueba de su gran amistad con el presidente George W. Bush

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Días de angustia

El gobierno de Uribe espera con temor la llegada de la administración Obama, que piensa bien diferente que la de Bush.

19 de enero de 2009

El martes 13 de enero, el pasado y el futuro de las relaciones de Estados Unidos con Colombia coincidieron en Washington. Mientras en la Casa Blanca el presidente Álvaro Uribe era condecorado por su colega, amigo y alma gemela ideológica, George W. Bush, la próxima secretaria de Estado, Hillary Clinton, presentaba en el Capitolio los pilares de la política exterior de la nueva administración de Barack Obama, incluída su visión sobre Colombia.

Para Bush, "Uribe es un hombre fenomenal para el gobierno. El futuro siempre será brillante en un país si sigue habiendo hombres tan brillantes como Álvaro Uribe". Fue tanta la emoción del gobierno colombiano con la medalla, que esa misma noche les impusieron la Orden de San Carlos a los salientes secretarios de Estado, Condoleeza Rice, y de Comercio, Carlos Gutiérrez, y a la representante comercial Susan Schwab.

Mientras tanto, en sus respuestas a un cuestionario del Senado sobre Colombia, Clinton describió las relaciones con Colombia como "dinámicas y complejas" y no como excelentes, ni tampoco al país como "nuestro más importante aliado en la región" -un rótulo que se volvió común en la era de Bush-.

Uribe y el canciller Jaime Bermúdez repiten hasta la saciedad que nada va cambiar con la llegada de los demócratas a la Casa Blanca. Que la política norteamericana es "bipartidista". Sin embargo, una semana antes de la posesión del nuevo Presidente de Estados Unidos, sólo un funcionario de la futura administración abrió campo en su agenda para reunirse con Uribe. Fue el secretario de Defensa, Robert Gates, quien fue el único miembro del gabinete de Bush ratificado por Obama, y que ni siquiera es demócrata.

Tal vez más preocupante para la administración Uribe, que se la jugó toda por el TLC, es el comentario de Clinton de que Estados Unidos aún puede tener una relación productiva aun sin la aprobación del tratado. Una posición diametralmente opuesta a la de Bush, quien hasta los últimos días buscó por todos los medios que el Congreso votara por el acuerdo comercial.

Clinton explicó también por qué el gobierno de Obama se opone por ahora a impulsar la aprobación del TLC: "Las continuas violencia e impunidad en Colombia contra trabajadores y otros líderes cívicos hacen imposible garantizar la protección de derechos sindicales en Colombia hoy. Colombia debe mejorar sus esfuerzos". Algo parecido dijeron ese mismo día siete ONG de derechos humanos, encabezadas por Human Rights Watch y Amnistía Internacional, en una carta en la que rechazaron el otorgamiento de la medalla al Presidente colombiano. Esta coincidencia en el discurso es todo menos una coincidencia; es prueba fehaciente de que las ONG que tanto atormentan al Presidente tendrán mucho juego estos próximos cuatro años. Y de que los derechos humanos serán un tema de primer orden en la agenda, tal vez como nunca antes. Toda la cooperación con Estados Unidos -el Plan Colombia, el TLC, etcétera.- dependerá de cómo el gobierno de Obama y el Congreso de mayoría demócrata interpreten el cumplimiento o no del respeto de los derechos humanos por parte del gobierno y las Fuerzas Armadas. En otras palabras, habrá más intromisión en los asuntos internos. Como quien dice, al que no quiere caldo se le dan dos tazas.

Tal vez por eso, cuando le preguntaron a Uribe qué opinaba del último informe de Human Rights Watch, que critica severamente al gobierno en el campo de los derechos humanos, el siempre locuaz mandatario contestó: "Otra pregunta, muchachos". n