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DISCORDIA EN EL PEÑON

Como violación de la soberanía nacional fueron tomadas por los españoles las maniobras de la Armada Británica en aguas de Gibraltar.

23 de mayo de 1983

A primeras horas de la mañana del miércoles 13 de abril, once barcos de guerra, dos submarinos (uno con cabezas nucleares) y tres buques auxiliares británicos entraron parsimoniosamente a la bahía de Algeciras, sobre el Mediterráneo. Encabezaba el convoy de la Royal Navy el portaviones Invencible, de tan ingrato recuerdo para los argentinos durante la guerra de las Malvinas. En su tripulación traía al principe Andrés, hijo de la reina Isabel II.
El despliegue de la flota británica tenía como objetivo realizar unas "maniobras de rutina" en aguas de Gibraltar. Pero el hecho provocó una verdadera tempestad de protestas en España.
En realidad, la presencia de una agrupación de combate de la armada inglesa en aguas del estrecho de Gibraltar no es nada novedosa y durante el pasado régimen constituyó un hecho habitual más o menos silenciado por la prensa y los políticos de entonces. Sin embargo, esta vez el gobierno de Madrid ha sido contundente al valorar como gesto inamistoso la realización de esas maniobras, y los medios de comunicación han especulado con los propósitos de presión psicológica que pudieran encubrir los ejercicios navales cuando, en buena lógica, debería esperarse el desbloqueo del contencioso hispano-británico sobre Gibraltar como resultado de las conversaciones del canciller español Fernando Morán con su colega Francis Pym.
La incómoda visita permaneció en Gibraltar 125 horas y la esperada presencia del principe Andrés por las calles de la roca se limitó a una escapada a la residencia del gobernador. Después de entorpecer el tráfico aéreo comercial en la zona --hecho que motivó una protesta del gobierno español ante la Organización de Aviación Civil Internacional-- la flota británica dio por concluidas sus maniobras que, entre otras cosas,fueron un fracaso desde el punto de vista táctico debido en parte al mal tiempo y a una huelga en los astilleros gibraltareños.
Pero, eso sí, antes de abandonar la dársena del puerto, rumbo al Atlántico occidental, dejó en Gibraltar nuevos misiles tierra-aire tipo blowpipe y un refuerzo de dos mil soldados que se sumarán a la guarnición de la base. También dejó, claro está, una estela de polémica y el enfriamiento en las relaciones entre España y Gran Bretaña.
Esta crisis diplomática entre ambas naciones podría aconsejar la suspensión de una entrevista que debían celebrar el 25 de abril los cancilleres español y británico, con el tema del peñón de Gibraltar como fondo. Para los británicos la reacción española ha sido desproporcionada y han restado importancia a las protestas de Madrid, acostumbrados desde siempre a fondear sus barcos en aguas del enclave colonial.
Pero el gobierno de Felipe González seguramente ha calibrado con su nota de protesta ante el embajador del Reino Unido, que la opinión pública no hubiera aceptado un silencio oficial sobre la llegada de la escuadra de las Malvinas a la bahía de Algeciras. Y menos aún después del "gesto de buena voluntad" mediante el cual el gobierno del señor González decidió la apertura peatonal de la verja que durante más de diez años mantuvo separado el Peñón del resto de la península.
La apertura de la verja, aunque solo fuera para permitir el paso de peatones, fue indudablemente un movimiento más en la larga partida de ajedrez entre Madrid y Londres sobre el tablero del Peñón. Las conversaciones sobre la descolonización de Gibraltar se encontraban en punto muerto desde que, en 1980, los cancilleres de ambas naciones firmaran lo que hoy se conoce como la Declaración de Lisboa, en la que por parte británica, se pedía el cese de las restricciones españolas. El pasado año había previsto unas importantes conversaciones hispano-británicas, pero la guerra de las Malvinas situó de nuevo el tema en vía muerta hasta que la llegada del nuevo gobierno socialista y su decisión de abrir la frontera, hicieron albergar algunas ilusiones de desbloqueo.
Según el gobierno de Madrid, razones humanitarias aconsejaban poner fin, así fuera parcialmente, a una situación que duraba tantos años: familias separadas de uno y otro lado de la verja que debían hacer un viaje absurdo a través de Marruecos para poder encontrarse. La apertura de la frontera supuso, desde luego, un hecho positivo pero llegó quizá demasiado tarde. El sentimiento antiespañol ha crecido en los 30.000 habitantes de la roca que, encerrados en sus cinco kilómetros cuadrados de territorio, han perdido además el contacto con la prensa, el cine, el teatro y tantos elementos de la vida diaria que, en fin de cuentas, mantienen vivo --entre otras cosas-- el idioma. Hoy no es difícil encontrar en Gibraltar niños que no han visto un tren o una vaca y adultos que no han superado los 50 kilómetros por hora en sus potentísimos automóviles último modelo. ¿Dónde y cómo podrían hacerlo?
La crisis provocada por la presencia naval británica en Gibraltar ha puesto de manifiesto, además, los graves problemas económicos del Peñón. El gobierno de la señora Thatcher está decidido aprivatizar los astilleros --lo que equivaldría a cerrarlos pues son incapaces de competir en el mercado internacional.
Para los españoles la situación es clara: Gibraltar es una colonia y debe volver a la soberanía española. Los británicos justifican su presencia en los intereses de la población gibraltareña aunque a nadie se oculta --y estas recientes maniobras han venido a demostrarlo-- a importancia estratégica y las ventajas militares que se tienen con poseer una base en la embocadura del Mediterráneo. Hay también quienes invocan una independencia protegida por la corona inglesa, algo parecido a lo que sucede en Mónaco con respecto a Francia, pero esta alternativa sería incluso menos aceptable para España que la situación actual. El tratado de Utrecht de 1713 --que consagró la presencia británica en la roca y que hasta ahora no ha sido denunciado por ninguna de las dos partes-- impide la enajenación, venta o traspaso del Peñón e impone el retorno a España del territorio en caso de producirse cualquiera de estas opciones.
La presencia de los buques del almirantazgo británico en aguas de Gibraltar, pues, no es nada nuevo, pero --se cree en Madrid-- es un hecho que, en las actuales circunstancias, podría haberse ahorrado. El anterior gobierno justificó la entrada de España en la OTAN, entre otras cosas, porque así podría llegarse a un acuerdo sobre Gibraltar. Los españoles, pendientes de un referéndum sobre la permanencia en la Alianza Atlántica, han visto perplejos cómo la OTAN les daba silencio por respuesta en este caso.
Algunos se preguntan, como el editorial del diario madrileño "Pueblo": "¿Cómo es posible entender que un país de la Alianza sitúe baterías de cohetes y misiles contra otro aliado que ha repetido insistentemente que rechaza el uso de la fuerza para recuperar el Peñón?".
EXPLICACION DEL DIAGRAMA DE GIBRALTAR
1. Paso Inocente. Consiste en que todo submarino que pase por el Estrecho de Gibraltar debe hacerlo visiblemente, es decir, asomando sus torretas e izando su bandera. En realidad esto casi nunca sucede; sin embargo, recientemente una lancha española hostigó a un submarino que no cumplió con esa exigencia.
2. Bahía de Cádiz. Las boyas delimitan las aguas españolas e inglesas. Fue una imposición británica esa delimitación, lo mismo que el istmo y el aeropuerto. En esa zona hay boyas para radar y vigilancia de aviones.
3. Zona de disputa. A la llegada de la Armada británica, la de España dispuso buques al borde de esa zona, por primera vez en la historia del diferendo. Muy cerca, el aeropuerto, cuya pista se adentra en el mar.
4. Zona cuarta. Es donde yacen los arsenales ingleses del Peñón.
5. Zona quinta. Allí se detectó la presencia del submarino "Splendid", de tipo Swifsure, con cabezas nucleares, que permaneció en aguas españolas durante casi 8 horas.