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¿DONDE ESTARAN LOS REHENES?

El secuestro del TWA en Beirut: ¿se repite la historia de la crisis de los rehenes de la embajada en Teherán?

22 de julio de 1985

Sucesos como el de los pasajeros de la aerolínea norteamericana TWA secuestrados en Beirut son de aquellos que pueden mantenerse congelados durante varios días y semanas o resolverse de un momento a otro. Un golpe de mano de los interesados en rescatar a los rehenes, o una liberación inesperada de éstos gracias a negociaciones que nadie conocía, o, en el peor de los casos, una matanza absurda de secuestrados ante un aventurado intento de los ofendidos por romper el equilibrio de la crisis, son las variantes que podrían darle un giro inusitado al cuadro de cosas existente al momento de redactar esta nota.
A la altura del cierre de esta edición, todo parecía estar bloqueado en la capital del Libano. Cada uno de los protagonistas del grave episodio daba muestras de no querer recoger sus palabras, a la espera de que el bando contrario comenzara a mostrar signos de fatiga o de que aparezca un mediador providencial. Los secuestradores, cuya identidad no está del todo establecida (ver recuadro), insisten en la liberación de los 766 chiítas libaneses que están en poder de Israel.
El presidente Ronald Reagan, sombrio, vacilante y prudente, admite que ha sido puesto contra el muro, pero ratifica su posición de "no hacer concesiones a los terroristas".
La Cruz Roja Internacional se niega a hacer de mediadora entre dos gobiernos (Estados Unidos e Israel) "que tienen directos y permanentes contactos" Nabib Berri, ministro de Justicia del Libano y a la sazón el hombre que parece haber asumido la dirección del secuestro, no parece por su parte dispuesto a ceder un solo centimetro. El expectante gobierno israelita insiste en que una eventual liberación de los chiítas debe contar con una petición explícita de Washington. Así las cosas, todo seguía (con una sola excepción) en el mismo estado en que se encontraba la situación cuando los pasajeros retenidos fueron divididos en dos grupos por sus captores, quienes los escondieron en sendos edificios del destruido Beirut.
La sola excepción, la única alegría en este viacrucis aparte de la liberación de las mujeres, efectuada en forma relativamente rápida, fue el caso del cantante griego Demis Roussos, quien viajaba en el avión con su esposa y un amigo común. Su libertad fue al parecer, un logro personal de Berri. En medio de los sacos de arena que protegen de los disparos el hogar del controvertido ministro libanés, el obeso y barbudo cantante fue liberado por los secuestradores. "He sido tratado con amabilidad por las gentes de Amal", dijo el vocalista refiriéndose a uno de los componentes de la operación terrorista.
Pero este gesto de los captores no indicó un cambio en la volátil situación. En Washington, la administración ha empezado a dar indicios según los cuales la pelea va a ser a largo plazo. El presidente Reagan no puede comportarse de otra forma ante los hechos concretos. Tiene en primer lugar que bregar con una aparente división en las opiniones de sus colaboradores sobre cómo resolver el problema. George Shultz, quien hace algunos meses sorprendió a su auditorio al decir que Estados Unidos debe emprender acciones militares contra los actos terroristas, aunque en la represalia mueran gentes inocentes, se ha opuesto a Caspar Weinberger y otros funcionarios de la administración que apoyan un tratamiento más calmado del episodio actual.
De otro lado, Reagan sabe que la opinión pública norteamericana, con sultada sobre estos hechos, se ha mostrado en favor de una negociación con los guerrilleros de Amal para salvar la vida de los pasajeros, mientras el ex secretario de Estado Henry Kissinger le aconseja a la Casa Blanca no negociar, para evitar repetir la situación de la administración de Jimmy Carter con los rehenes de la embajada en Teherán.
Y la verdad es que el presente caso tiene elementos similares a los del explosivo coctel que le costara a Carter la reelección presidencial. El mismo Nabib Berri, quien reprochó el miércoles a Estados Unidos el haberlo obligado a responder por la seguridad de los pasajeros, cuando él apenas se consideraba un mediador, estaría encarnando ahora el papel que jugara en la crisis de Teherán el ministro de Relaciones Exteriores de Khomeini, Sadegh Gotbzadeh, quien estuvo dispuesto a negociar con Washington, pese a que de hecho carecía de control sobre los estudiantes iraníes que retenían a los funcionarios de la embajada.
La actitud contradictoria del Presidente norteamericano, quien al parecer estuvo dispuesto a ordenar en un primer momento una acción de comandos (ver recuadro) destinada a rescatar a los rehenes en Beirut decisión que fue frenada cuando los de Amal escondieron a los retenidos no es más que una demostración del temor de Reagan de verse arrastrado por los hechos a un callejón sin salida. Callejón dentro del cual tendría que echar por tierra su bravuconería habitual, para escoger más bien la vía de las concesiones y salvar la vida de los rehenes.
En últimas, un repliegue de esta naturaleza sería una parte del precio que ha tenido que pagar Reagan por su fracasada política en el Medio Oriente, región de donde se vio obligado hace algunos meses a retirar las tropas norteamericanas, tras el monstruoso atentado que acabó con la vida de decenas de marines en Beirut. Por otra parte, en el revuelto Líbano, la retirada del Ejército de Israel, tras haber desbandado a las fuerzas palestinas, vino como carambola a favorecer la aparición de los grupos armados chiítas, más radicales si se quiere que los hombres de Arafat, y quienes hoy parecen estar llegando a dominar el sur del país con el nada disimulado apoyo de Siria.
Desde luego que en la Casa Blanca no es de buen recibo el paralelo con la crisis de Teherán. Según explicaba un funcionario, los dos hechos no podrían compararse, pues en el caso de Irán, los estudiantes exigían algo imposible de cumplir, como era el regreso del Sha a Irán, mientras que en el caso de Beirut, la exigencia es la liberación de un número determinado de chiítas libaneses cuya entrega Israel había anunciado antes de que se produjera el secuestro de la nave de la TWA.
El problema, empero, es endemoniado, pues la liberación en estos momentos de los 766 chiítas libaneses --quienes ni siquiera tienen el status de prisioneros de guerra, ni de terroristas condenados por tribunales, ni de civiles desplazados-- aparecería como una concesión a los musulmanes chiítas, que reforzaría su radicalismo y acrecentaría la autoridad en el Líbano del ministro Nabib Berri.
Reagan, de todas maneras, cuenta con una acción unilateral de Israel y con el buen sentido de Shimon Peres, su Primer Ministro, quien no debe estar muy contento con el fracasado intento de rescatar a los pasajeros al estilo de Entebe, practicado poco tiempo después de que el avión fuera capturado. Pero Tel Aviv, quiéralo o no, se encuentra atrapada por la línea de Reagan de no negociar con los secuestradores ni pedir que otro gobierno lo haga.
Las familias de los secuestrados, mientras tanto, siguen apareciendo en los noticieros de televisión, rogando al gobierno que tenga flexibilidad. El regreso de sus familiares sanos y salvos es la única preocupación de estos americanos.
Cualquiera que sea el desenlace, eso sí, las represalias del gobierno de Reagan no se harán esperar. Ya sea en contra del gobierno de Khomeini en Irán, faro ideológico de los milicianos chiítas de Amal, o sobre las fuerzas de Berri en el Líbano. Pero eso será material de una nueva historia.--
Los hombres de Amal
La milicia chiíta Amal, que mantien en su poder a los rehenes norteamericanos en Beirut, está ideológicamente más cerca de la filosofía de la revolución iraní que de la influencia de Siria y siempre ha negado que recibe apoyo material de Irán. Los orígenes de Amal y su estructura organizativa no son muy claros. Amal quiere decir "Esperanza" y apareció como una agrupación político-militar de tintes radicales. En sus textos oficiales Amal se define como el "movimiento de la resistencia nacional libanesa por antonomasia".
No se sabe bien cuántos individuos la integran (hay una tendencia marcada entre sus miembros al secreto) y sus políticas de alianzas suelen ser flexibles y a veces hasta contradictorias. A pesar de que Amal se alejó un poco del régimen de Damasco a raíz de los rumores en el sentido de que la venerada figura histórica del chiísmo libanés, Mussa Sadr, había sido secuestrado en Libia con ayuda de la rama pro siria de la OLP (Saika). Amal de hecho ha realizado acciones conjuntas con estas últimas fuerzas, como quedó claro en las pasadas semanas cuando estuvo a la vanguardia de la lucha contra los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila que responden a Yasser Arafat.
Musulmana y adscrita a la secta chiíta --la más activa militante de todas las variantes del islamismo-- el grupo Amal dice haber surgido como evolución del movimiento populista creado por Mussa Sadr. Su base social es la comunidad chiíta libanesa (un millón 300 mil personas, casi la mitad de la población del Líbano), en especial el sector de los pauperizados Hezbollahi, seguidores del Partido de Dios.-


La Fuerza Delta
Las fuerzas de asalto que han sido puestas en movimiento desde el comienzo mismo de la crisis de los rehenes del avión de la TWA en Beirut, incluyen --además de la fuerza anfibia de 1.800 marines a bordo de tres buques de guerra y del portaaviones nuclear Nimitz y sus tres naves escolta con 80 aviones de combate en total-- a los supersecretos y superentrenados comandos Delta. Aunque la administración Reagan ha indicado que es muy remota la posibilidad de emplear por ahora una solución militar a esta crisis, los tales comandos Delta han sido mantenidos en alerta roja en algún punto del Mediterráneo (posiblemente en Larnaca, Chipre), para en cualquier momento poner en práctica sus ofensivas tácticas que tanto han estudiado en Fort Bragg, Carolina del Norte.
Los Delta fueron creados en 1978 como una unidad militar que incluye soldados de las diversas armas de las fuerzas norteamericanas. Dependen directamente del Consejo de Seguridad Nacional, es decir, de la misma Casa Blanca, y sus miembros, todos voluntarios, son aproximadamente 300 hombres. Han sido dotados de los más sofisticados arsenales para la lucha antiterrorista.
Pese a ello, estos comandos de la flamante Fuerza Delta no parecen haber sido empleados en combates serios hasta el momento. Su halo de ferocidad (que hace parte de sus credenciales militares) sólo proviene de algunas notas sensacionalistas de los noticieros televisivos norteamericanos y de las dos únicas acciones de guerra en las cuales se han visto efectivamente involucrados, que no son, por otra parte, ningún modelo de combate heroico. Algunos miembros de esta fuerza de élite participaron en el frustrado intento de liberar a los rehenes norteamericanos de la embajada en Teherán en 1980, expedición que terminó cuando los helicópteros en que viajaban los comandos se estrellaron unos contra otros antes de llegar a su destino, pereciendo la mayoría de ellos.
La última acción de la Fuerza Delta ocurrió en Granada, en 1983, durante la invasión norteamericana a la pequeña isla caribeña, cuando apenas encontraron como resistencia, un puñado de instructores cubanos en obras públicas.