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EL BARON ROJO

Rumores, sorpresa y militares rusos caídos, después del aterrizaje del joven piloto alemán en plena Plaza Roja

6 de julio de 1987

Héroe, loco o espía, lo cierto es que Mathias Rust, el osado piloto alemán de 19 años que logró aterrizar en la Plaza Roja de Moscú, es alguien a quien los expertos militares del mundo, y particularmente los soviéticos, difícilmente olvidarán. En una hazaña comparable en su época a las del "Barón Rojo" durante la Primera Guerra Mundial, Rust recorrió abordo de un monomotor Cessna-172 más de 700 kilómetros dentro del espacio aéreo soviético hasta aterrizar frente a las mismísimas narices del Kremlin, burlando uno de los sistemas de defensa antimisiles más sofisticados del planeta.
En seis horas, un tímido piloto novato de Hamburgo, que adquirió su licencia hace menos de un año, y cuya única aspiración conocida era la de completar lo más pronto posible las 150 horas de vuelo que requería para obtener su licencia comercial, consiguió llegar hasta el corazón mismo de la Unión Soviética en un pequeño avión alquilado, sin que nadie se lo impidiera. Después de partir de Helsinki, Rust se desvió de su ruta original a Estocolmo y, volando bajo logró pasar inadvertido para los sensibles radares soviéticos e indiferente para los dos cazas que lo detectaron y siguieron en la región de Estonia, pero lo dejaron continuar su vuelo.

El hecho, que causó tanta admiración dentro de los jóvenes alemanes entusiasmados por el arrojo de su compatriota, naturalmente no le produjo ninguna gracia al Kremlin mismo, dentro del cual a escasas 48 horas del suceso se sintieron ya sus primeras consecuencias. Mijail Gorbachev, quien acababa de llegar con su ministro de Defensa, Sergei Sokolov, de una cumbre del Pacto de Varsovia en Berlín, reunió de inmediato al Politburó, el cual no dudó en destituir fulminantemente al mariscal del aire Alexander Kuldonov y enviar a "buen retiro" a Sokolov, como máximos responsables de la defensa aérea de la Unión Soviética.

La actitud del Kremlin no dejó de sorprender. A diferencia de ocasiones anteriores como el caso del accidente de Chernobyl, en que los culpables se encontraron en los mandos medios pero nadie de la alta jerarquía fue involucrado, en esta oportunidad la acusación recayó directamente sobre los máximos responsables. La acción fue interpretada por algunos como un intento de Gorbachev y del Politburo de demostrar que dentro del nuevo proceso si bien hay una mayor apertura hacia la autocrítica, también hay mayor decisión en controlar la negligencia o la indisciplina. Muchos aseguran, sin embargo, que Gorbachev simplemente aprovechó la oportunidad que la imprudencia de Rust le brindaba en bandeja de plata para deshacerse de Sokolov (un general de 75 años que había heredado del gobierno anterior y quien era visto como un buen acatador de ordenes pero no como un innovador) y sustituirlo por alguien de su entera confianza como el general Dmitri Yazov, de 63 años y antiguo comandante de las Fuerzas Soviéticas en el Lejano Oriente. Yazov se considera uno de los hombres de Gorbachev y su designación, como un espaldarazo a la política del líder soviético.

¿CULPABLE O INOCENTE?
La capacidad de sorprender del Kremlin tendió a crecer aún más cuando un alto oficial soviético, Valentin Falin, ex embajador en Alemania Occidental y quien desempeña actualmente un alto cargo dentro de la agencia de prensa Novosti, declaró al periódico alemán Hamburg Morgenpost que Rust podría ser juzgado por violar el espacio aéreo soviético, pero devuelto a su país rápidamente, después de "agradecerle el habernos hecho tomar conciencia de las fallas en nuestro sistema de defensa aérea".

De ser asi, el caso contrastaría notoriamente con lo sucedido en septiembre de 1983, cuando un jumbo de la Korean Air Lines que penetró el espacio aéreo soviético fue derribado sin contemplaciones por un misil, muriendo sus 269 pasajeros. Esta acción fue condenada entonces por la mayoría de los paises del mundo y Moscú parece dispuesto ahora a establecer una cierta diferencia. Así lo dejan entrever las palabras del vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, Gennadi Gerasimov cuando al recordársele el hecho en una rueda de prensa anotó: "En aquel momento nos criticaron por derribar un uvión. Ahora nos critican por no hacerlo".

Sin embargo, la suerte de Rust es todavía incierta. Al finalizar la semana, en periódicos occidentales como Die Tageszeintung de Berlin Occidental, se mencionaba que Rust no habría actuado solo, sino de acuerdo con la redacción de un diario no identificado de Hamburgo; mientras en circulos soviéticos se especulaba sobre la posibilidad de que hubiera alguien más detrás de la aventura de Rust, cuya escasa experiencia coma piloto hacía dificil comprender cómo pudo planear tan cuidadosamente un viaje tan complejo. Si finalmente los soviéticos deciden llevar a Rust a juicio, podría ser sentenciado a diez años y una multa de mil rublos (unos 375 mil pesos) y la avioneta, que pertenece a un club de Hamburgo, podría ser confiscada.

Aunque Rust de todos modos parece que perderá su licencia de piloto, a pesar de haber demostrado que puede hacer su trabajo mejor que cualquiera de sus compañeros de profesión, e indudable que pasará a la historia no solo a la de la aviación. Su triunfo se ha encargado de demostrarle una vez más no solo a los soviéticos, sino al mundo entero, que aún la más alta tecnología es susceptible al fracaso sin importar el sistema poíitico o la ideología que la produzca. Basta recordar el Challenger, Chernobyl o el caso de febrero de 1974 del piloto que se robó un helicóptero y logró aterrizar, también, tan tranquilo en medio del jardin de la Casa Blanca, el mismisimo corazón del otro lado de mundo. --