Home

Mundo

Artículo

De las cerca de 900 personas que murieron en una nave que buscaba llegar a las costas de Italia, solo se se recuperaron 28 cuerpos.

INMIGRACIÓN

El cementerio del Mediterráneo

El drama de los inmigrantes que buscan llegar a Europa no solo se debe a las condiciones de sus países. Los europeos tienen parte de la culpa.

25 de abril de 2015

Por esta época el buen tiempo se apodera del Mediterráneo, pero en 2015 esa circunstancia trajo pésimas noticias para los gobiernos europeos en general, y para el italiano en particular. Esta vez la avalancha de embarcaciones ilegales que aprovechan estos meses para intentar llegar a sus playas llenas de inmigrantes se convirtió en una tragedia humanitaria inenarrable. Solo el domingo pasado,  más de 900 personas perecieron ahogadas y, lo peor es que aún no se sabe con claridad hasta dónde puede llegar este drama.

Los conflictos, la represión y la pobreza de África y Oriente Medio llevan a esa gente sin esperanza a intentar ese último recurso prácticamente suicida. Las autoridades comunitarias no le han dado la importancia que requiere y que sus propias leyes le exigen a un fenómeno que, aunque ya no es nuevo, tiende a agudizarse a medida que se deterioran las condiciones de vida de los países de origen, no solo por la economía, sino por los sangrientos conflictos que afectan a muchos de ellos.

En efecto, la Cruz Roja Internacional señaló el miércoles que desde hace dos décadas ha llamado ininterrumpidamente la atención sobre esta tragedia que no para de crecer. De hecho, las catástrofes marítimas de esta semana en el Mediterráneo solo son comparables con los hundimientos de naves civiles durante la Segunda Guerra Mundial. Como escribió El País, de Madrid, en su editorial del domingo, “el Mediterráneo se está convirtiendo en la mayor tumba de vidas y esperanzas”.

Hasta ahora, lo peor sucedió el domingo pasado cuando una embarcación endeble, que había partido de las costas de Libia sobrecargada con unas 900 personas, se hundió con la mayoría de sus pasajeros encerrados en su bodega. Solo 28 consiguieron llegar hasta un navío portugués que había escuchado el pedido de ayuda de su capitán. Luego se comprobó, sin embargo, que este había estrellado voluntariamente la nave para crear confusión y hacerse pasar por uno de los migrantes rescatados.

Pero el desastre no puso fin al drama. El lunes, en seis operaciones diferentes, las autoridades italianas salvaron 638 personas, y el martes rescataron a otras 500. Y en Grecia, que junto con Italia constituye una de las zonas fronterizas de la Unión Europea (UE) en el Mediterráneo, las autoridades rescataron a 550 migrantes, entre ellos varios niños. Según la Agencia Europea para la Gestión de la Cooperación Operativa en las Fronteras Exteriores (Frontex), en el norte de África hay entre 500.000 y un millón de personas esperando atravesar el Mediterráneo, de las cuales la mayoría no quiere –ni puede– regresar a sus hogares en países como Siria, Afganistán o Irak.

La situación tiende a agudizarse por el deterioro constante de la situación en África y en Oriente Medio, no solo por la economía sino por la violencia y la represión. Hoy, aunque las barcazas están partiendo de casi todos los países bañados por ese mar (con excepción de Israel), las costas de Libia se han convertido en el punto de partida de la mayoría. Y ese país, tras la caída del dictador Muamar el Gadafi, lejos de convertirse en la democracia que Estados Unidos, Francia y otros países aliados esperaban, es un Estado fallido en todo el sentido de la palabra, donde milicias afiliadas a los terroristas de Al Qaeda y de Estado Islámico (Isis) proyectan su influencia en la región. Como consecuencia, el transporte de migrantes irregulares hacia las costas europeas se ha convertido en una de las pocas actividades rentables en una economía que se contrajo un 24 por ciento el año pasado, donde además la vida humana ha perdido todo su valor.

El problema de Italia

Por su cercanía geográfica, Italia ha sido el país europeo más golpeado por este drama. Según Frontex, de las casi 700.000 personas que cruzaron ilegalmente las fronteras de la UE entre 2008 y 2011, cerca de la mitad lo hizo por la ruta central (es decir por Sicilia) y por las regiones meridionales de Calabria y Apulia. Y esa proporción ha crecido con los años. En 2014, de los 290.000 inmigrantes ilegales, 176.000 lo hicieron por la península. Lo que equivale a decir que en la actualidad ese país está recibiendo a más del 60 por ciento de los migrantes, una carga desproporcionada frente a su peso demográfico dentro de la UE.

A su vez, Italia ha cargado de manera excesiva con el costo de las operaciones de rescate. En 2013, tras el naufragio de un barco con centenares de inmigrantes cerca de la isla de italiana de Lampedusa, a medio camino entre Libia y Sicilia, Roma puso en marcha la operación Mare Nostrum. Contaba con 9 millones de euros mensuales del presupuesto italiano, cinco embarcaciones, cuatro helicópteros, cinco aeronaves, cinco barcos y unos 900 efectivos. Tenía la misión de buscar, rescatar y ayudar a las personas encontradas en situación de riesgo hasta una distancia de 318 kilómetros de la costa italiana, por lo que cubría las cercanías de las costas de Libia. Desde que se puso en práctica en octubre de 2013 hasta que se terminó un año después, realizó 588 salvamentos que permitieron llevar a la costa europea a 150.000 migrantes irregulares. En un comunicado publicado a finales de 2014, la Organización Internacional para las Migraciones  (OIM) describió su trabajo como “heroico”.

En su momento la operación fue criticada con severidad por países como Reino Unido por supuestamente haber favorecido la inmigración ilegal. Pero los hechos de los últimos meses han confrontado a los detractores de Mare Nostrum (el nombre antiguo del Mediterráneo) con la alternativa de no asistir a los migrantes en peligro. De hecho, en noviembre del año pasado, entró en vigor la operación Tritón (por el dios griego de las tormentas), financiada por la UE  a través de Frontex. Las diferencias son de marca mayor: su rango de acción es inferior a 50 kilómetros; dentro de su misión no están ni buscar ni rescatar las personas en peligro, sino simplemente vigilar las fronteras de la UE; cuenta con un presupuesto de apenas 3 millones de euros mensuales; y sus medios materiales se reducen a siete embarcaciones, dos aeronaves, un helicóptero y un contingente de 65 hombres. Consecuentemente, el número de migrantes muertos tratando de cruzar el Mediterráneo se ha multiplicado por 17. Mientras en los primeros cuatro meses del año pasado murieron unas 100 personas, en el mismo periodo de 2015 han perecido 1.700 aunque en ambos años el número de personas que emprendieron la travesía fue similar (unas 26.000).

Pero además del impacto económico y logístico de las operaciones, Italia ha sufrido las repercusiones políticas y sociales de la crisis. Según la Convención de Dublín de 1990, que sigue los lineamientos de la de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, “será responsable del examen el primer Estado miembro ante el que se haya presentado la solicitud de protección internacional”. Lo que en plata blanca significa que los países del Mediterráneo tienen que hacerse cargo de la mayoría de las solicitudes de asilo. Y ese proceso, que puede durar varios años, muchas veces se resuelve mediante regularizaciones masivas, como las siete que ya se han efectuado en Italia. En la práctica, en muchos casos Roma ha optado por hacerse la de la vista gorda y dejar que muchos migrantes sigan hacia otros países del norte del continente.

A principios de la semana pasada el primer ministro italiano, Matteo Renzi, secundado por la plana mayor de su país, les dirigió a sus colegas comunitarios estas duras palabras: “Me resulta difícil entender por qué, frente a estas tragedias que estamos viviendo, no se produce ese sentimiento de cercanía y de solidaridad que la UE otras veces ha mostrado. Italia está trabajando casi completamente sola”. El presidente de la República, Sergio Mattarella, fue más severo y escribió una nota difundida en varios periódicos nacionales en la que dice: “Espero que la sensibilidad hacia los derechos humanos prevalezca sobre una indiferencia que a veces roza el cinismo”. En una esperada cumbre de emergencia realizada el jueves, los líderes europeos reunidos en Bruselas lanzaron un nuevo programa de repatriación rápida, y acordaron un paquete de medidas destinado a reforzar las operaciones de Fortex. Además, se comprometieron a acoger a 5.000 inmigrantes, una cifra muy inferior al número de personas que están llegando.

Mientras tanto, la opinión pública italiana está profundamente afectada. Como le dijo a SEMANA Maurizio Ambrosini, profesor de Sociología de las Migraciones de la Universidad Estatal de Milán, “por un lado, hay sentimientos de hostilidad y de cansancio. La percepción de muchos es que desde hace 20 años Italia está llena de problemas y carece de recursos para compartir con quienes llegan del extranjero. Pero por el otro, las imágenes de los migrantes en altamar apelan a los sentimientos de misericordia y de solidaridad. Y en medio de esas dos visiones están los gobernantes y los medios de comunicación, que culpan a los traficantes de esclavos, que muchas veces son simples pescadores que se han quedado sin trabajo, e insisten en que Isis promueve la crisis actual. Pero lo cierto es que Europa no está cumpliendo los compromisos internacionales que ha adquirido en materia de derechos humanos”.

Hoy, se habla de destruir mediante drones las barcazas donde los migrantes irregulares son transportados. Pero esa alternativa, ilegal desde el punto de vista del derecho internacional, puede tener efectos contraproducentes, como afectar a la propia población civil que se buscaría ayudar. A su vez, la posibilidad de regresar a los migrantes a las costas africanas de donde partieron tampoco es viable. Ese procedimiento, que Italia puso en práctica a finales de la década, le valió una seria condena de la Corte Europea de Derechos Humanos de Estrasburgo, que a principios de 2012 le ordenó de manera tajante acabar con las deportaciones colectivas y las expulsiones en el mar. Como dijo Ambrosini, “no se puede ser al mismo tiempo democráticos y xenófobos”.