Home

Mundo

Artículo

EL FRACASO DEL ASESINO

La muerte de Yitzhak Rabin representa una tragedia para los israelíes, pero no es el fin del proceso de paz.

11 de diciembre de 1995

YITZHAK RABIN REPRESENTABA EN SU VIda la historia moderna de Israel. Fue sucesivamente guerrillero, soldado en la guerra de independencia, arquitecto de la victoria en la guerra de los Seis Días, primer ministro y Premio Nobel de Paz y, por si todo lo anterior fuera poco el primer gobernante sabra, esto es, nativo del país. Pero ninguna de esas condiciones lo hubiera elevado a la categoría de mito. Para eso necesitaba ser asesinado.
Porque a pesar de todo, Rabin tenía a la hora de su muerte una posición política precaria. Los ataques suicidas de las facciones palestinas opuestas a los acuerdos celebrados con Yasser Arafat a nombre de la Organización para la Liberación de Palestina -OLP-, habían erosionado fuertemente el apoyo popular para el programa de paz. Crecían las manifestaciones de israelíes de extrema derecha en contra de ese acuerdo -y los insultos personales contra el Primer Ministro-, lo cual significaba que la posibilidad de que Rabin perdiera las elecciones del próximo año no era nada remota. Como estadista, Rabin gozaba de admiración mundial, pero en su país era un gobernante emproblemado. Los israelíes nunca lo vieron como un líder carismático, pero ahora tiene el carisma máximo del martirio.
Por eso hoy, cuando sólo han pasado unos cuantos días desde el asesinato de Yitzhak Rabin a la salida -ironías de la historia- de una gigantesca manifestación de apoyo a la paz, muchos observadores coinciden en que el resultado del magnicidio podría ser radicalmente opuesto a lo que sus victimarios buscaban. Salvo excepciones, esa parece ser la lección de la historia. Sólo en este siglo los ejemplos de resultado contrario no faltan. Domingo Aquino fue muerto en Filipinas para acabar con la oposición al régimen de Ferdinando Marcos. Pedro Joaquín Chamorro fue asesinado para que se perpetuaran los Somoza en Nicaragua. Martin Luther King Jr. cayó para detener el movimiento de derechos civiles en Estados Unidos. Anwar el Sadat cuya muerte tiene interesantes paralelos con la de Rabin (ver recuadro)- fue acribillado para terminar con la paz entre Egipto e Israel.
La muerte de Rabin tiene además la connotación de haber sido perpetrada por un judío israelí, en nombre de la religión judía, y en un Estado en cuya existencia la religión tiene un papel fundamental. El magnicidio fue incitado por grupos de extrema derecha, para quienes las concesiones territoriales a los palestinos eran poco menos que alta traición. Pero esos grupos cargan ahora con la culpa imperdonable de haber involucrado a su país en la peor de las blasfemias: el crimen en nombre de Dios.
Todo ello, junto con el apoyo al proceso que dieron más de 100 jefes de Estado presentes en el funeral, juega en contra de la oposición, principalmente contra el conservador Partido Likud de Benjamin Netanyahu y a favor del primer ministro encargado, Shimon Peres.
Peres disputó con Rabin durante muchos años el liderazgo del Partido Laborista, fue primer ministro entre 1984 y 1986 y se unió a él desde el triunfo electoral de 1992. Con fuertes antecedentes pro-paz, fue Peres quien se reunió secretamente con la OLP en Oslo (Noruega) para iniciar las conversaciones y Rabin le dio credibilidad política al proceso.
Aun con la fiera oposición que enfrentaba, estaba claro que Rabin era preferido por los israelíes para conducir cualquier proceso de paz, porque sus antecedentes militares aseguraban que su posición de reconciliarse con los países vecinos y con los palestinos no se motivaba en darle gusto a éstos, sino en obtener mayor seguridad frente a enemigos más peligrosos, como Irán e Irak. Pero el profundo impacto emocional por el asesinato probablemente legitimará a los ojos de sus conciudadanos las acciones de Peres en los difíciles temas que se avecinan, entre otros el futuro de Jerusalén.
En sus últimas semanas, Rabin era un político más, vulnerable a los ataques, susceptible a las derrotas. Hoy, está más allá de cualquier enemigo, porque ahora es un héroe y un mártir, una de las grandes figuras de la historia de Israel. Es cierto que ya no estará a mano para superar los demenciales ataques suicidas de los enemigos palestinos del proceso de paz, pero seguramente desde su tumba podrá defender aún con mayor fuerza la paz que le costó la vida.

MUERTES PARALELAS
EL MAGNICIDIO DE YITZhak Rabin tiene un impresionante paralelo con la muerte del presidente egipcio Anwar el Sadat, por varias circunstancias.
Ambos murieron por la paz del Medio Oriente. En 1978 Sadat y el entonces primer ministro israelí firmaron los acuerdos de Camp David, por los cuales Egipto se convirtió en el primer país árabe en reconocer la existencia del Estado de Israel.
Ambos murieron en medio de un acto multitudinario. Sadat fue acribillado el 6 de octubre de 1981 por soldados que salieron de sus filas en un desfile militar y lanzaron granadas y ráfagas de ametralladora contra la tribuna del mandatario.
Ambos murieron por manos disidentes de su propio país, enemigos del proceso de paz. Si en el caso de Rabin su asesino fue Yigal Amir, de un grupo de extrema derecha, en el de Sadat su muerte fue orquestada por un militar fundamentalista, Khaled Ahmed Shawki al-Istambul.-