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Algunos juguetes de la firma Mattel, conocida por su obsesión por la seguridad, han tenido que ser retirados del mercado por contener plomo en su pintura

CHINA

El gigante descuidado

Crece la alarma por la inseguridad de los productos chinos que inundan el mundo. Porque resulta prácticamente imposible vivir sin ellos.

11 de agosto de 2007

El risueño Elmo, aquel entrañable personaje de Plaza Sésamo, se podría convertir en un serio obstáculo para el milagro económico chino. Con su apariencia inofensiva, un millón y medio de juguetes fabricados en el país asiático, muchos de la famosa serie infantil, estaban cubiertos por pigmentos tóxicos. Se trata del último en una serie de escándalos, desde llantas defectuosas hasta comida de mar contaminada, que cuestionan la calidad de los productos 'Made in China'.

La pintura de 83 modelos de Fisher Price, incluido el popular monstruo rojo, tendría exceso de plomo, un material que está prohibido no sólo en juguetes sino en cualquier objeto que pueda estar en contacto con los humanos. Incluso en pequeñas dosis, el plomo produce una intoxicación de graves consecuencias. Cerca de un millón de estos juguetes serán retirados del mercado en Estados Unidos, y otro medio millón en países tan distintos como Reino Unido, Canadá, Australia o Argentina, con un costo que se calcula en 30 millones de dólares. A diferencia de otros incidentes con medianos fabricantes, en este caso resultó afectada una gran compañía y, sobre todo, un sector de consumidores muy delicado. En un caso similar, en junio se habían retirado millón y medio de trencitos de madera, por el mismo problema. Si un niño muriera, podría generar un movimiento de rechazo a las importaciones chinas.

Pero esa hipotética víctima no sería la primera por cuenta de productos defectuosos originados en el llamado imperio del centro. En Panamá, la intoxicación masiva por un jarabe para la tos elaborado con materiales chinos, y distribuido gratuitamente por la caja del seguro social, ha causado la muerte de más de un centenar de personas desde octubre. El remedio contenía dietileno-glicol, un disolvente utilizado como anticongelante para carros que envenena el hígado y el riñón y afecta al sistema nervioso central. Había sido importado como si fuera glicerina pura. Los pacientes presentaron desde fallas renales y parálisis facial hasta convulsiones y comas profundos. El primero de julio, la Food and Drug Administration de Estados Unidos publicó una advertencia sobre varias marcas baratas de crema de dientes, fabricadas en China, que tendrían el mismo químico del jarabe panameño.

A principios de este año, Estados Unidos ya había incrementado los controles a productos chinos cuando se conoció que un alimento para mascotas con ingredientes provenientes del país asiático, había matado a un centenar de perros y gatos. En su momento, la oposición demócrata acusó al gobierno republicano de haber sido débil en su respuesta.

Y es que China se ha convertido en la fábrica del mundo. El llamado 'milagro' económico, con un crecimiento superior al 8 por ciento durante las últimas dos décadas, está sustentado en las exportaciones que han inundado el planeta. Desde hace años, las tensiones comerciales entre Washington y Beijing han estado sobre la mesa. Los proteccionistas se quejaban de los puestos de trabajo 'robados' por la industria china y varios grupos protestaban por los reportes sobre abusos en derechos humanos o la crítica situación medioambiental. Muchos sectores, incluso, objetaron a finales de los 90 el ingreso de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC). Ninguno de esos debates había sido tan efectivo para encender las alarmas sobre la dependencia norteamericana de China como las recientes dudas sobre la seguridad de sus productos.

El impacto de esta serie de escándalos dependerá de cuántos productos defectuosos sigan apareciendo y del lúgubre balance de víctimas que los acompañen. Pero incluso si se despertara una ola de indignación en Estados Unidos u otros países, las importaciones chinas son simplemente demasiado baratas para resistir la tentación. ¿Realmente se puede vivir hoy sin los productos hechos en China?

La invasión china

Sara Bongiorni, una periodista independiente de Lousiana, trató de responder la pregunta y escribió un libro sobre aquel esfuerzo que se convirtió en toda una odisea: "A year without 'made in China'" (un año sin 'hecho en China'). La idea se le ocurrió el 26 de diciembre de 2004 mientras estaba con su esposo en la sala de la casa. Sobre el tapete había desparramados los regalos y juguetes de la Navidad, y al observarlos se dio cuenta de que la gran mayoría eran chinos. Examinó el resto de la casa y llegó a la misma conclusión. Quiso probar si era posible vivir sin ningún producto chino durante todo un año, y el primero de enero de 2005 comenzó su 'abstinencia'. "Es sobre todo una historia personal, un intento para entender la conexión de nuestra familia con la economía global", dijo en una entrevista a Foreign Policy. "Lo que encontré es que realmente no hay manera de vivir la vida ordinaria de un consumidor sin una fuerte dependencia en las mercancías de China".

Halló las famosas etiquetas en televisores, celulares, herramientas, lámparas, camisetas y todo tipo de productos imaginables. En muchos casos, como las velas de cumpleaños, la mercancía china era la única opción. No pudo reemplazar la cafetera que se les dañó porque todas las disponibles venían del gigante asiático. Tampoco pudo arreglar la licuadora porque las cuchillas eran chinas. Tuvo que matar cuatro ratones con las viejas ratoneras de resorte porque las que permiten atrapar sin matar a los roedores provenían del país del dragón. Tardó dos semanas en conseguir unos tenis italianos que pagó a cuatro veces el precio de unos chinos y al final del año sus hijos estaban aburridos de sus juguetes Lego, uno de los pocos que se consiguen que no son hechos en China.

Por todo eso, el tema de la calidad de los productos chinos se convirtió en un asunto de seguridad mundial. "El comercio ha crecido tanto en los últimos 10 años que los consumidores no se han dado cuenta. El 80 por ciento de los productos de Wal-Mart son chinos", dijo a SEMANA el analista Rob Collins, autor de Doing Business in China for Dummies (Negocios en China para dummies).

A raíz de los escándalos, Beijing ha hecho todos los esfuerzos para frenar el estado de alarma, sobre todo a medida que se acercan los Olímpicos de 2008, su gran vitrina mundial. En una sentencia ejemplarizante, China ejecutó a Zheng Xiaoyu, el ex director de la Administración Estatal de Alimentos y Medicinas, por recibir sobornos a cambio de autorizar medicamentos que no cumplían con las condiciones mínimas de seguridad.

El gobierno sabe que el prestigio del 'hecho en China' es clave para su expansión económica. Cuando se conoció la historia de los juguetes tóxicos, Beijing se apresuró a afirmar que el 99 por ciento de sus productos son seguros y acusó a los medios occidentales de tratar de dañar su imagen para obstaculizar el comercio. "A pesar de las mejores intenciones tanto en Estados Unidos como en China, no es mucho lo que el gobierno puede hacer y me temo que vamos a seguir viendo este tipo de incidentes", asegura Collins. Para los países del mundo en desarrollo, el reto es todavía mayor.

Por mucha indignación que causen en Estados Unidos estos episodios, la invasión comercial china luce incontenible. Con tantas empresas estadounidenses explorando el país más poblado del mundo en busca de bajos precios y mano de obra barata, y tantos proveedores distintos, es prácticamente imposible establecer controles de calidad efectivos. Como bien apuntaba Bongiorni, los estadounidenses pueden ser famosos por su patriotismo, pero sólo hace falta acercar la mirada para darse cuenta de quién fabrica sus banderas.