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El hombre en la sombra

Este misterioso pediatra egipcio es señalado como sucesor de Ben Laden y una figura clave en el terrorismo islámico.

20 de agosto de 2001

Mientras Estados Unidos intensifica su campaña contra Osama Ben Laden y su grupo Al Qaeda, protegidos y aliados del régimen Talibán de Afganistán, la mayoría de los observadores sostienen que aun si se lograra la captura o la muerte del terrorista otros seguirían su campaña contra los “infieles”. Y cuando se pregunta por su sucesor sale a la superficie el nombre de un personaje tan siniestro o más que el propio Ben Laden. Se trata del médico egipcio Ayman al Zawahiri.

Como Ben Laden, Al Zawahiri creció en medio de los privilegios. Su abuelo fue gran imán de Al Azhar, una de las mezquitas más importantes del mundo, situada en El Cairo, y centro del pensamiento musulmán. Uno de sus tíos abuelos fue secretario general de la Liga Arabe. Su familia, en pocas palabras, es una de las más prominentes de Egipto.

Pero a diferencia de Ben Laden, Al Zawahiri comenzó su militancia islámica desde muy joven. A los 15 años, en 1966, fue arrestado como miembro de la Hermandad Musulmana, un movimiento creado en 1924 por un maestro de escuela, Hassan al Banna, que buscaba, sin recurrir a la violencia, el sueño de crear un estado islámico que abarcara a todas las naciones árabes y desde 1954 había sido declarado ilegal por el recién instaurado gobierno egipcio.

El sueño de la revolución pacífica quedó aplastado bajo las botas militares. Muchos de los miembros fueron desaparecidos, torturados y asesinados. Al Zawahiri era estudiante de medicina cuando, en 1973, participó con otros jóvenes en la formación de la Jihad Islámica Egipcia, que aplicaría una metodología distinta: la violencia. El mismo criticaría años más tarde a la Hermandad en La cosecha amarga, uno de sus varios libros.

La primera acción espectacular de la Jihad Islámica se produjo en 1981 cuando terroristas infiltrados en las tropas dieron muerte al presidente Anwar el Sadat en El Cairo en un desfile militar. El motivo inmediato: haber firmado la paz con Israel.

Aunque en ese momento no se le pudo probar su participación en el atentado Al Zawahiri pasó tres años en prisión por tenencia ilegal de armas. Al salir de la cárcel, en 1984, pareció retornar a la normalidad. Fundó una clínica en un barrio elegante de El Cairo y se dedicó a su esposa y a sus tres hijos. Pero poco le duró. En 1985 la guerra que se llevaba a cabo en Afganistán entre rebeldes musulmanes y el régimen comunista con sus aliados soviéticos le atrajo por sus connotaciones religiosas y políticas. Allí le esperaba un puesto en la Media Luna Roja y un encuentro marcado con el destino: allí conoció a Osama Ben Laden.

La relación entre los dos floreció rápidamente. Para muchos, Al Zawahiri fue quien convenció a su nuevo amigo de la necesidad de expandir los horizontes de los movimientos islámicos más allá de la lucha local para buscar un estado unitario musulmán y fundamentalista. No existe unanimidad en cuanto a quién influyó más en quién. Pero lo cierto es que Al Zawahiri, mayor y con mucha más experiencia en actos de terrorismo, contribuyó al surgimiento de una nueva mentalidad, más siniestra y determinada a luchar contra el mundo “infiel”.

Durante los años 90 Al Zawahiri, quien ya se había hecho al liderazgo absoluto de la Jihad Islámica, viajó por varios países (incluido Estados Unidos) con pasaporte francés y suizo en busca de apoyo financiero y su movimiento perpetró varios atentados, entre ellos la bomba en la embajada egipcia en Pakistán y el intento de asesinato del ministro egipcio del Interior. En febrero de 1998 participó en la fundación de la Alianza Islámica con Ben Laden, lo que produjo la división de su propio movimiento, la Jihad Islámica. Ello no fue obstáculo, sin embargo, para que los egipcios tuvieran una influencia crucial en los ataques a Estados Unidos. Al menos Mohammed Atta, quien dirigió uno de los aviones contra el World Trade Center, era miembro de su equipo.

Al Zawahiri, quien está en la clandestinidad, ha sido condenado por varios hechos de sangre, entre los cuales está su participación en las bombas colocadas contra dos embajadas de Estados Unidos en Africa. Su existencia es, para muchos, la prueba de que la muerte o la captura de Osama Ben Laden no serviría de mucho para acabar con el terrorismo musulmán. Como dijo a SEMANA Natalie Goldring, experta de la Universidad de Maryland, “creo que Ben Laden no tiene la significancia que Occidente le está dando. La mayoría de creyentes del mundo islámico no se sienten identificados con él, ni con sus actos, por lo que su muerte no sería la caída de la cabeza del Islam. Por otra parte, la persecución que Estados Unidos está realizando contra él no es inteligente ya que la red Al Qaeda tiene una gran, amplia, extendida y eficiente organización que no depende de una persona. Su lucha y su causa es común. Puede ser que Ayman al Zawahiri sea cercano a Osama Ben Laden, pero no es el único, hay muchos, lo que garantiza que la desaparición de uno u otro no afecte de manera radical la causa de este movimiento”.