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El huracán en Washington

Katrina ya se siente en la Casa Blanca. Bush es criticado por todos los flancos y su gobernabilidad está en entredicho.

11 de septiembre de 2005

Además de tratarse de la más catastrófica tragedia que recuerda Estados Unidos en los últimos años, las consecuencias del huracán Katrina van más allá de las miles de vidas perdidas, la destrucción de centenares de hogares, el hundimiento de una hermosa ciudad y la crisis de salubridad, que se presentan en la zona del desastre natural. También en Washington, la capital del país, se siente otro tipo de consecuencias que preocupan a las más altas esferas de la política estadounidense. A raíz de la calamidad y la tardía ayuda por parte del gobierno federal, las críticas al presidente Gorge W. Bush parecen estar creciendo aceleradamente, y su opinión favorable tanto nacional como internacional se ha visto seriamente afectada.

Las críticas a la actuación del gobierno federal han copado los medios a lo largo de la semana. La asistencia de Washington llegó tardíamente y el desastre natural ya se había convertido en una tragedia humana. Mientras importantes tropas de este país se encontraban en Irak, cuatro días después de Katrina no había presencia del Ejército en la zona afectada y muchos sectores clamaban su presencia para la ayuda humanitaria.

Adicionalmente, importantes medios de comunicación y sectores de opinión denunciaron que las personas que lograron evacuar la zona fueron en su mayoría personas blancas y de los sectores más pudientes, mientras que los damnificados fueron las personas más pobres y de raza negra. Entre estas críticas se encuentran las planteadas por importantes líderes demócratas como John Edwards, nominado a la vicepresidencia por este partido en 2004, quien sostuvo en un comunicado de prensa que "la verdad es que la gente que más sufrió con Katrina es la misma gente que sufre todos los días". Aunque de por sí la zona afectada tiene una importante población afrodescendiente, estas críticas calaron en la opinión pública y afectaron a Bush.

Y en referencia a la guerra contra el terrorismo, que ha sido el tema más importante y polémico del gobierno, los efectos de Katrina también han generado debate. En este punto, la bancada demócrata en el Congreso ha planteado serias dudas sobre la forma como la Casa Blanca manejaría eventualmente un nuevo atentado terrorista. Líderes de la importancia de John Kerry, John Edwards y Hillary Rodham Clinton lanzaron sendos ataques al manejo de la tragedia por parte de Bush, en el sentido de que el país comprobó que el gobierno no está preparado para manejar una crisis como lo sería un ataque terrorista después de cuatro años del catastrófico 11 de septiembre. Estas voces han sido catalogadas por los medios, tales como The Washington Post, como las más duras críticas al gobierno en cinco años en el poder.

Los sectores sociales también se han hecho oír. Activistas de movimientos contra la guerra se manifestaron el miércoles pasado frente a la Casa Blanca en Washington contra la enorme concentración de recursos en el Oriente Medio, mientras el gobierno federal no parece tener capacidad de reacción en una eventualidad dramática como este desastre natural. Incluso los manifestantes plasmaron su posición en carteles con un nuevo eslogan: "De Irak a Nueva Orleans, financien las necesidades humanas, no la máquina de guerra".

Y en el mundo académico las críticas parecen coincidir. Para Stephen Wayne, profesor de la Universidad de Georgetown, especializado en presidencialismo, las dudas y las incertidumbres frente a eventuales crisis menoscaban esfuerzos realizados por el gobierno de George W. Bush para enfrentar la amenaza terrorista. El académico le dijo a SEMANA que "la respuesta que le dio el gobierno de Estados Unidos a Katrina genera interrogantes respecto de lo preparado que está el Departamento de Seguridad Nacional para enfrentar un ataque terrorista. Igualmente, genera dudas frente a la forma como el Departamento ha coordinado e integrado las 17 agencias que lo conformaron".

Este tema se entrelaza con problemas fiscales que ha tenido Estados Unidos en los últimos años. Según Wayne, "Katrina le da una presión financiera adicional al gobierno de Bush, que tendrá efectos en las propuestas del gobierno de privatizar la seguridad social, mantener las políticas de recortes de impuestos, y de atender gastos en el ámbito internacional como la lucha contra el sida en África y la permanencia misma en Irak". Claramente, estos elementos debilitarán el posicionamiento del gobierno en la opinión pública y crearán un ambiente en el que la administración "no tendrá flexibilidad financiera y la presidencia será recordada por los déficit que ocurrieron en este período" concluyó Wayne.

Aunque todos estos elementos confluyen en un momento de Bush en que tradicionalmente los presidentes han transcurrido un proceso de desgaste y, por ende, presentan bajos índices de popularidad, también es cierto que "Katrina menoscaba la imagen de Bush como un hombre de decisiones fuertes, un gobernante que puede proteger al país y refuerza la imagen de que es un hombre que toma demasiadas vacaciones", le dijo a SEMANA Clyde Wilcox, especialista en opinión pública. Y aunque las cifras de favorabilidad ya son bajas y es difícil que se consoliden por debajo del 40 por ciento actual, sí es muy diciente que "desde ya varios líderes republicanos que aspiran a la presidencia estén tomando distancia del Presidente" agregó.

Y, por otro lado, Katrina también afectó el proceso de nominación en la Corte Suprema de Justicia. Ya hace un par de meses Bush había nominado a John G. Roberts Jr., pero con la muerte de William H. Rehnquist, presidente de la alta corte, decidió elevar su candidato para que ocupe el puesto del legendario líder de la corte que sirvió en esta institución durante 33 años. Sin embargo, el tema es más delicado de lo que parece. Para algunos analistas, la nominación de Roberts a la presidencia de la corte se da en un excelente momento, cuando toda la atención pública se concentra en la catástrofe del huracán, quitándole importancia a las audiencias de confirmación de Roberts en el comité jurídico del Congreso.

No obstante, otros sectores han elevado la protesta de la presencia de un ultraconservador no sólo en la corte, sino como cabeza del cuerpo judicial. Roberts es reconocido por su talante conservador como juez y abogado en la Casa Blanca en el período de Ronald Reagan. En este sentido, los críticos sostienen que es inaudito que mientras Katrina demostró la debilidad de sectores excluidos, el presidente Bush apoye un candidato a la presidencia de la Corte Suprema que represente a los más privilegiados por su condición social y racial. Esta opinión podría favorecer la nominación de un miembro de alguna minoría que tendría un mayor impacto en la opinión pública. Y el Presidente no lo ha descartado. Tras el difícil momento las realidades de la tragedia de Katrina amplían el espectro para un segundo nominado como presidente de la corte que podría ser una mujer o incluso un hispano.

Con este contexto, lo que sí es cierto es que Bush debe estar analizando con mucha cautela sus movimientos para no deteriorar aun más su imagen. Y en este sentido puede haber dos escenarios, como le dijo Wilcox a SEMANA. "El primero es que el Presidente se recupere de los efectos de Katrina, realice unos cambios en la agencia de emergencias federales y proyecte una imagen de preocupación y atención a los sectores marginados. O, por el contrario, que no logre neutralizar las críticas, el elevado precio de la gasolina lo continúe afectando y el manejo del tema de Irak minimice sus esfuerzos en el sur del país". En este contexto, la nominación de un magistrado que modere el conservadurismo del gobierno y de su nominado original puede ayudar.