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El juicio de la historia

Según The New York Times, la percepción popular sobre los presidentes cambia radicalmente con el paso del tiempo.

1 de marzo de 1993

EL JUICIO DE LA HISTORIA
RECIEN TERMINADO EL gobierno de George Bush, pronto los estudiosos comenzarán a dilucidar su verdadero puesto en la historia. Pero como señala un artículo aparecido la semana pasada en el diario norteamericano The New York Times, la visión ciudadana de la gestión de un presidente al final del mandato, no es casi nunca su calificación definitiva.
Esa percepción no se mantiene estática pues muchos factores, a veces absolutamente impensados en vida del protagonista, pueden llegar a cambiarla radicalmente.
La mejor confirmación de lo anterior es el caso de Woodrow Wilson, quien dejó la presidencia en 1921 con la fama de haber sido pésimo en temas internacionales, mejoró cuando hizo carrera la idea de que su negativa a entrar a la Sociedad de Naciones fue importante para detener a Hitler, pero ahora está en baja porque su insistencia a favor de la autodeterminación de los integrantes del antiguo imperio Austro-húngaro es considerada un factor de la guerra de Bosnia. Pero Wilson murió en 1924, casi 70 años antes.
Harry Truman es otro ejemplo de factor "cómo salieron las cosas". A pesar de haber ganado la Segunda Guerra Mundial, cuando terminó su período era un rey de burlas. Pero su discurso de despedida, pronunciado el 15 de enero de 1953, es la base de su actual repunte en la historia. Hablando de la confrontación este-oeste, Truman predijo la caída del comunismo: " Nadie sabe con seguridad cuándo se producirá ni cómo si por revolución o problemas en los estados satélites, o por un cambio interno en el Kremlin. Pero no tengo ninguna duda de que el cambio ocurrirá ".
Otros, como Dwight Eisenhower, terminaron desprestigiados pero se han ido revaluando por el estudio de los intríngulis de su gestión. En el caso de Lyndon Johnson, un presidente demócrata recordado sobre todo por sus promesas incumplidas sobre Vietnam, se dice que su imágen futura dependerá en gran medida de la gestión de Bill Clinton, quien tiene un perfil capaz de hacer recordar los primeros años de Johnson, marcados por los éxitos a nivel doméstico que su antecesor Kennedy no alcanzó.
Esa tendencia, que se basa en el curso posterior de la historia, tiene su contraparte en otro factor: la a veces caprichosa opinión de los ciudadanos.
Un ejemplo citado por el diario es el de John Kennedy: aunque hoy los historiadores tienen claro que el presidente-mártir fue un verdadero fracaso, el público le sigue teniendo en un altar, pero no porque piense lo contrario de los estudiosos sino porque su percepción se enfoca hacia otros aspectos, como su excelente discurso de posesión, que se considera inicio de una renovación de los valores patrióticos.
En el caso de Ronald Reagan aún persisten las incógnitas, porque, según el diario, su gestión es todavía más el campo de disputas partidarias que del análisis histórico serio. Su enorme popularidad que le valió la reelección parece asegurarle una estatura prominente en la posteridad. Pero el veredicto dependerá en últimas de cuál factor resulta más importante: el hecho de haber desencadenado la victoria en la guerra fría, o el extraordinario déficit presupuestario que dejó al abandonar la Casa Blanca.
En cuanto a Bush, el diario sostiene que casi con seguridad no alcanzará a la clasificación media de los jefes de Estado norteamericans, porque casi nunca los que no fueron reelegido, alcanzan un puesto prominente. Es difícil además que su gran gesta, la guerra del Golfo, califique como un evento siquiera importante en la historia de Estados Unidos. A los 68 años, Bush tal vez no alcanzará a conocer el veredicto de la historia, pero su consuelo será probablemente la variabilidad del mismo.