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Foto: www.dw-world.de

REPORTAJE

El largo camino del perdón

La Stasi, la policía secreta de la República Democrática Alemana, fue una de las máquinas de persecución política y espionaje más nefastas que ha visto la historia. Para este reportaje, SEMANA se reunió con una víctima, un victimario y un investigador. Un relato sobre cómo Alemania se enfrenta a uno de los más dolorosos capítulos de su historia reciente.

Camilo Jiménez
7 de noviembre de 2009

El secreto más grande que guarda Thomas Mayer* lo conocen su ex esposa y un manojo de amigos. Thomas no puede trabajar, y las autoridades federales alemanas lo vigilarán hasta el día en que se muera. Thomas Mayer nunca volverá a ser un hombre libre.
 
Y sin embargo, cuando abre la puerta de su casa, este berlinés, ya un hombre mayor, emite una sonrisa casi natural, invita a entrar sin poner reparos y de inmediato ofrece té. Cualquiera diría que Thomas, con su camisa planchada, su barba desbastada, sus gafas y su barriga, es un alemán común y corriente, generoso y jovial como tantos de sus paisanos.
 
Pero no lo es. Durante más de 20 años, Thomas Mayer trabajó como espía para el gobierno de la República Democrática Alemana (RDA). Después de la caída del muro en 1989, una corte lo acusó de traición a la patria. Gracias a una ley de amnistía, no tuvo que ir a la cárcel, pero sí recibió un castigo suficientemente cruel: el aislamiento social y la inhabilitación laboral.
 
Thomas tiene dos hijos. Desde que se separó de su mujer, uno de ellos vive con él. No en el mismo apartamento, pero un piso más arriba en el mismo edificio. Ese joven que acaba de bajar para despedirse de su padre y ya se ha vuelto a ir: ¿cómo es posible que no se haya enterado de nada? Hace 13 años el secreto de Thomas destruyó su relación marital. Sin embargo, él y su ex esposa decidieron no decirles nada a los hijos. Las parejas se separan, así es la vida, ¡estos tiempos modernos! Las explicaciones de siempre.
 
Pero la verdad, como todas las verdades de la vida del ex espía Thomas Mayer, es apabullante. Cuando él y su esposa se conocieron a comienzos de los años 80, él ya era informante de la policía secreta de la RDA. Ella, sin embargo, creyó haberse enamorado de un joven sencillo, empleado de la empresa de correos de la República Federal Alemana. Fueron novios, se casaron, compraron un apartamento en barrio el berlinés de Kreuzberg y tuvieron hijos. Fue una vida normal. Hasta que cayó el muro de Berlín.
 
Thomas pasa todo el día en su casa, con sus libros y los cientos de objetos que colecciona. Su apartamento es —¡vaya paradoja!— el único lugar donde se siente libre. Desde que el Estado reunificado alemán le arrebató hace más de diez años su derecho a participar en la sociedad, en las calles, en los metros y en los centros comerciales Thomas se siente como un extraño, como quien viera pasar las vidas libres de los otros a través de los barrotes de una celda.
Es por eso que el hogar de Thomas en Berlín semeja tanto a un microcosmos del ocio. En la sala, a donde conduce a sus visitantes, se alzan las estanterías de una inmensa biblioteca. Las repisas no tienen polvo, las tapas de los libros (¡sí, ahí están las obras completas de Marx!) brillan como nuevas. Thomas ha traído té y se comporta con absoluta normalidad. Su vida, sin embargo, nunca ha sido normal.
 
A finales de los años 70, siendo un comprometido joven comunista de Berlín occidental, Thomas viajó a la RDA con la misión de ponerse al servicio de la “gran causa” del vecino país socialista. Meses después, regresaría a su ciudad natal con una misión muy diferente: debía observar a un solo hombre y una vez por mes preparar un informe y depositarlo en un buzón anónimo. Y tuvo otra tarea más: para evitar ser rastreado, nunca podría regresar a la RDA. Debía construir una vida falsa, perfecta y discreta en territorio del “enemigo capitalista”, su propio país.
 
La vida de Thomas Mayer es tan sólo una de las cerca de 100.000 historias de los espías que trabajaron para el Ministerio de Seguridad del Estado de la RDA (Stasi). Para 1989, unos 2.000, como Mayer, eran ciudadanos de Alemania Occidental y enviaban información regularmente hacia el otro lado del muro. Pero la mayoría de quienes trabajaron, espiaron e informaron en servicio de la Stasi (en total unas 200.000 personas) eran habitantes de Alemania Oriental. Colaboraban con el sistema para recibir beneficios, o por simple miedo. Y así, hicieron pedazos con el derecho a la intimidad de por lo menos seis millones de personas, tanto en el interior de la RDA, como en el exterior.
 
¿Pero desde dónde se maquinó todo esto?
 
Visto desde afuera, el edificio de la central de la Stasi en Berlín es todavía la misma mole de concreto gris, adusta y descascarada de los años del socialismo. Y en un día lluvioso como este, su inmensa presencia a pocos metros de la avenida Frankfurter Allee, en el oriente de Berlín, oprime los ánimos.
 
El 7 de octubre de 1949, bajo la batuta de la Unión Soviética, se fundó la RDA. La nación socialista había sido erigida sobre la base de una constitución, en apariencia, democrática. Pero en realidad, en el nuevo estado alemán el poder político descansaba en las manos de un solo partido, del Partido Socialista Unitario (SED), que propagó la “construcción del socialismo”, con el fin de esculpir a la RDA a imagen y semejanza del gran astro soviético.
 
Pronto se hizo claro que la constitución de una institución policial secreta, encargada de la seguridad interna del Estado, era indispensable. El 8 de febrero de 1950 se fundó el Ministerio de Seguridad del Estado que, bajo el nombre de Stasi, se hizo tristemente célebre a lo largo y ancho de los cinco estados federados de la Alemania socialista. La Stasi serviría de “espada y escudo” del régimen de la SED. Y su tareas consistirían en perseguir a la oposición, vigilar a la población a través de un inmenso sistema de informantes y espiar a la RFA, el “enemigo capitalista” que mientras tanto prosperaba del otro lado del muro de Berlín.
 
Cuando se entra en el interior del edificio principal de la Stasi, la sensación de estar en el pasado es imposible de suprimir. Cuesta entender que lo que hay allí ya no son los corredores, los despachos, los muy curiosos ascensores y los casi interminables archivos de la policía secreta de la RDA, sino el centro de operaciones de una “Comisión de la Verdad” creada hace 18 años por el gobierno alemán para documentar la historia de la Stasi. Resulta felizmente paradójico que en el mismo lugar donde hasta hace 20 años se ultrajó descarnadamente la dignidad humana, hoy opere una gran isla de la reconciliación.
 
Porque lo que sucedió en la Stasi ya lo conoce el mundo entero: a través de la pantalla gigante. En 2006, la película alemana “La vida de los otros”, el conmovedor drama del destino de un escritor perseguido y la suerte de su perseguidor en la RDA, se convirtió en un éxito taquillero y ganó un Óscar en 2007. Hoy Bettina Korge, una joven alemana, funcionaria de la “Comisión de la Verdad”, guía a un periodista de SEMANA por los antiguos corredores, las oficinas de los peritos, las salas de interrogación y las filas y filas de archivos en que la Stasi sostuvo su poder.
 
Rodeada de carpetas amarillas y anaranjadas, en las que las vidas íntimas de millones de alemanes están meticulosamente documentadas, Korge explica la labor de la comisión: “Nuestra labor es recuperar esas historias, desenmascarar a sus autores y conservar esa información como parte del patrimonio de nuestro país.” Si todas las actas que Korge y el equipo bajo la dirección de Hans Altendorf fueran puestas en una hilera, ésta tendría 180 kilómetros de longitud. A esto se suman las 39 millones de fichas, azules y amarillas, que están archivadas en las enormes revistas de la central de la Stasi.
 
“No somos (…) una oficina de investigaciones criminales. (…) Ofrecemos un servicio de archivo: ponemos los documentos a disposición para su examen público, su procesamiento judicial y su investigación histórica y periodística, y garantizamos la existencia de una institución que ofrezca a las víctimas la posibilidad de consultar los documentos”, dijo el director Altendorf a SEMANA. El nombre de la “Comisión de la Verdad”, creada en 1990, es en realidad más largo: Oficina Federal para la Documentación del Servicio de Seguridad Estatal de la ex República Democrática Alemana, o BStU, por su sigla en alemán. Y surgió, como mucho de lo ocurrió en los meses posteriores a la caída del muro, de la masiva y decidida protesta de los ciudadanos.
 
Entre quienes son responsables de que hoy exista la BStU y de que los funcionarios de la Stasi no hubieran tenido tiempo suficiente para destruir todos los archivos de la policía secreta, estuvo Bärbel Bohley, ilustre defensora de los derechos civiles en la ex Alemania Oriental y hoy toda una institución moral. A ella, como a todo quien se opuso al régimen, la Stasi la persiguió. Y por cuenta de su constancia tuvo que sufrir terribles consecuencias: estuvo en prisión, perdió su trabajo y, por dictamen superior, no pudo volver a ejercer ninguno de sus derechos civiles. Pero Bohley no se dejó intimidar, y a mediados de los años 80 fundó junto con un grupo de demócratas la “Iniciativa Paz y Derechos Humanos”. Un años antes de la caída del muro, Bohley sería expulsada de su país. De una patada, contra su voluntad, a las puertas del “enemigo capitalista”.
 
“Eso es lo que hacía la RDA con quien reclamaba más libertad, más respeto y un poco de democracia”, le explicó Bohley a SEMANA. Pero nada pudo detenerla. En 1989, Bohley creo desde Occidente el movimiento “Neues Forum”. Y una vez había caído el muro y ella pudo regresar a su país, su primer objetivo estaba claro: la central de la Stasi. La noche del 15 de enero de 1990, cientos de ciudadanos de los dos Berlines se reunieron ante la puerta de entrada de la mole negra de la Stasi, rompieron sus vidrios y, con el apoyo de Bohley y sus camaradas, se abalanzaron sobre los archivos.
 
Desde entonces, esas actas están bajo la protección la BStU. Cualquier alemán puede pasar una solicitud y visitar al antiguo edificio de la central de la Stasi para leer las páginas que hay a su nombre. No importa si fue víctima o victimario. Lo recibirán con los brazos abiertos. Pues este, en Alemania a nadie le cabe la duda, es el sentido de la verdad histórica: conservarla, comprenderla, castigar y perdonar. Thomas Mayer, el ex espía de Berlín, aún no ha querido ir al BStU. Pues de su pasado él ya no habla con nadie. En esto, Thomas sigue siendo un radical.