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EL NUEVO MEDIO ORIENTE

Terminada la guerra, en la región siguen existiendo más problemas que soluciones.

1 de abril de 1991

La sabidurra popular dice que es más fácil planear una guerra que organizar la paz. En el caso del golfo Pérsico, ello se traduce en la necesidad de asegurar que el triunfo militar vaya acompañado de un triunfo político.

Desde cuando comenzó el enfrentamiento con Irak, los observadores occidentales comentaban que el mayor riesgo a correr por Estados Unidos y sus aliados sería humillar demasiado a los árabes de todo el mundo y alimentar aún más el odio a occidente.

El secretario de Estado norteamericano James Baker delineó hace dos semanas la concepción de su gobierno sobre la paz del Medio Oriente. Esa paz estaría fundamentada sobre un nuevo tratado de seguridad entre los países del golfo, un acuerdo para el control de la venta de armas y el examen de todos los problemas, incluso el palestino.

Históricamente, el golfo Pérsico se ha debatido entre la supremacía de Irak e Iran. Por eso, el nuevo balance de poder requeriría la permanencia de Irak como estado independiente, y el mantenimiento de parte de sus armas. Eso explicaría la decisión de Bush, de ordenar un cese al fuego antes de completar la destrucción del enemigo y avanzar sobre su capital.

Baker anunció también la permanencia al menos temporal de una fuerza extranjera (posiblemente norteamericana) para actuar como factor de disuasión.

Esa fuerza debería ser reemplazada rápidamente por tropas árabes. Pero para los estrategas de EE.UU. es claro que en el mundo islámico, atravesado por odios y lealtades cruzadas, es imposible crear una estructura unica como, por ejemplo, la OTAN. Por eso, en Washington la idea prevaleciente es que el orden del golfo debería estructurarse a partir de una serie de alianzas y contraalianzas bilaterales, de tal manera que el resultado sea tan fuerte como para controlar a Irán e Irak, pero al mismo tiempo tan sutil como para evitar que los países