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El nuevo México

Tras la victoria de Vicente Fox nada será igual en la vida política del país azteca.

7 de agosto de 2000

El domingo 2 de julio Vicente Fox celebró el mejor cumpleaños de su vida. Las tradicionales mañanitas le saludaron como el candidato del Partido Acción Nacional y en la noche apagó las velas del pastel como presidente electo de su país. Mientras ese hombre “desabrochado y lenguaraz”, como lo describen en México, disfrutaba la llegada de sus 58 años, sus paisanos cerraban una era de 71, en la que fueron gobernados sin interrupción por el Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Lo primero que saltó a la vista fue la diferencia entre lo que dijeron las encuestas hasta último momento y los resultados reales. Nadie hubiera pensado que Fox iba a conseguir 43 por ciento contra apenas 36 por ciento para su contendor, Francisco Labastida, del PRI. Si se tiene en cuenta que las previsiones sobre el tercero en discordia, Cuauhtémoc Cárdenas, del Partido de la Revolución Democrática (PRD), acertaron en su 17 por ciento, la conclusión es que mientras estuvo el PRI en el poder la gente en México no se atrevía a decir lo que pensaba. Al fin y al cabo durante esos años, en que partido y Estado se confundieron, fue una verdad de a puño ese dicho de los ‘dinosaurios’ del PRI según el cual “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”. El partido era el omnipresente ‘gran hermano’ distribuidor de riqueza para los empresarios y de empleo y vivienda o un plato de comida para los menos favorecidos.

Pero esa actitud de temor reverencial, que siguió rigiendo entre campesinos y obreros y, en general, en la gente del pueblo, dejó de existir en las zonas urbanas, donde un electorado joven y más educado sintió que el cambio era más importante por sí mismo que la persona que lo encarnaba. En México, más que Vicente Fox, se impuso la idea de que con el PRI en el poder era imposible pensar en un país capaz de aspirar con realismo al mundo desarrollado.

Una de las incógnitas es cómo reaccionarán sus diferentes estructuras de poder. Para el analista Alejandro Páez, “algunos de esos factores no encierran mayor preocupación. La dirigencia empresarial ya había comenzado a cambiar, sobre todo en los estados que, como Chihuahua y Nuevo León, llevaban ya 10 años gobernados por oposicionistas. La burocracia, que es fundamental para administrar el cambio, ya demostró su voluntad en las urnas, pues Fox ganó en ciudades como México, que es burocrática por excelencia. Y el ejército es muy institucional, es hijo de la revolución y profundamente popular y democrático”. La única preocupación para Páez está en la fuerte organización sindical oficial, que siempre fue un bastión inexpugnable del PRI. “Yo vería un riesgo en que esa gente no entendiera la dimensión del momento histórico que se vive”, dijo.

En cualquier caso el futuro del PRI es incierto. Su estructura y su visión, prácticamente desde que fue fundado para poner orden en el caos posrevolucionario, estaban diseñados para mantener el poder. Para unos, su futuro es la desintegración, como sucedió con el comunismo en la URSS. Otros, como Páez, piensan que el liderazgo pasará de la presidencia a sus gobernaciones estatales. Y hay quienes creen que, tal como ha sucedido en los estados gobernados por el PAN y el PRD, el partido podría adaptarse a cumplir un papel de oposición democrática. En todo caso, como dijo a SEMANA Rosana Fuentes, escritora y periodista mexicana, “ahora navegamos por aguas inexploradas”.

¿Y Fox? Según un observador que pidió el anonimato, “fue el burro que tocó la flauta, como decimos en México”. Para muchos es claro que la gente votó más por sacar al PRI que por el nuevo presidente. Para Fuentes, “Fox deberá entender que no es el presidente de los mayores de 55 años, ni del 57 por ciento de las mujeres, ni de los mexicanos que no tienen secundaria, ni de la inmensa mayoría de los campesinos, que no votaron por él. El debe comprender que su triunfo pudo haber acentuado las divisiones de la sociedad y manejar esa realidad”.

Fox tiene a su favor que no deberá hacer grandes reformas económicas porque, como explicó Fuentes, “éstas fueron hechas por la vía de los tecnócratas del PRI desde 1986, cuando se abandonó el modelo de sustitución de importaciones, y en 1994, cuando se firmó esa especie de armisticio con Estados Unidos que fue el Tratado de Libre Comercio”. Pero el nuevo presidente es una incógnita. Como no tiene posiciones ideológicas firmes algunos señalan con preocupación sus vínculos con grupos de extrema derecha religiosa. En lo que no parece haber duda es en que los mexicanos están dispuestos a tener una luna de miel larga y complaciente con su nuevo presidente.