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COREA DEL NORTE

El ocaso del 'amado líder'

Con la muerte del dictador norcoreano Kim Jong-il, hay incertidumbre por lo que pueda pasar con las bombas atómicas de este país en medio de las turbulencias de la sucesión.

24 de diciembre de 2011

Es la más grande pérdida para el Partido... es la más grande tristeza para nuestra gente y nuestra nación”, balbuceó entre lágrimas la presentadora del noticiero norcoreano, antes de anunciar que el dictador Kim Jong-il murió a los 70 años de “una crisis cardiaca” por el “gran esfuerzo físico y mental causado por su esfuerzo para construir una nación próspera”. Es el fin de un hombre oscuro e impenetrable que llevó a su país al aislamiento, la ruina, el hambre y que lo sacrificó todo para tener la bomba atómica.

Envuelto en un culto a la personalidad al más puro estilo estalinista, los libros de historia cuentan que vino al mundo en 1942 en una cabaña en Paektu, la montaña sagrada de la península, mientras una estrella aparecía en el firmamento y un arcoíris cruzaba el cielo. Es más probable que haya nacido en la Unión Soviética, donde su padre, Kim Il-sung, se había refugiado durante la guerra contra Japón.

Pasó su juventud a la sombra de su progenitor, quien tras la división de la península, al final de la Segunda Guerra Mundial, fundó Corea del Norte, impuso un régimen comunista, fue nombrado “gran líder” y a su muerte, en 1994, proclamado “presidente eterno”. Kim Jong-il lo reemplazó y pasó a ser el “amado líder”, secretario general del Partido de los Trabajadores y la cabeza de las Fuerzas Militares.

Recibió un país con una economía arruinada. Reemplazó el partido por el Ejército como columna vertebral del país y reforzó la ideología Juche, el sistema impuesto por su padre, una mezcla de leninismo y de mitología coreana, una doctrina militarista, nacionalista y autónoma.

Jefe de los servicios secretos desde 1974, no solo planeó un atentado contra el presidente de Corea del Sur en 1983, que causó la muerte de 21 personas. También puso una bomba en el avión de la compañía aérea surcoreana KAL en 1987, por la cual los 115 pasajeros murieron.

Pero la marca más nefasta que dejó es sin duda el martirio de su pueblo. Además de enviar a 200.000 compatriotas a campos de concentración, su desastroso manejo de la economía, combinado con malas cosechas, castigaron a Corea con una terrible hambruna que le costó la vida a un millón de personas entre 1995 y 1999. El régimen aceptó que el país estuvo entre “la vida y la muerte”. Pero Kim Jong-il nunca se arrepintió de nada.

Al contrario, su anacrónico régimen usó los recursos para construir el arma atómica, lo que lo aisló de la comunidad internacional. El país tiene un pequeño pero poderoso arsenal nuclear, así como misiles balísticos de hasta 10.000 kilómetros de alcance. El Ejército, en el que sirven más de un millón de soldados, se traga un cuarto del PIB, según Washington.

Dictador comunista de día, por las noches sucumbía a placeres impropios del “infatigable revolucionario” que retrataban los medios oficiales. Secretario de Propaganda en su juventud, Kim Jong-il desarrolló una pasión por el cine. Tenía una colección de 20.000 películas, con una devoción por las de James Bond y Rambo. Tomaba coñac francés Henessy, gusto que le costó 650.000 dólares por año. Con sus gafas Ray Ban y su peinado vertical, era considerado un playboy, que mandaba traer prostitutas de Rusia y China y que tuvo numerosas amantes oficiales.

Tras su muerte, su hijo Kim Jong-un, el “pilar espiritual y faro de esperanza”, como lo describió el Partido, es el tercero de la dinastía Kim en gobernar. Con solo 29 años, el tercer hijo del dictador fue preparado desde el año pasado para heredar el poder después de ser nombrado general y vicepresidente de la Comisión Militar Central. Aunque se sabe que lo asesorarán dos tíos y el jefe del Estado Mayor, hay temor por su inexperiencia y muchas preguntas sobre la estabilidad del régimen. Aún no se sabe si el Ejército, el verdadero timonel de Corea, lo va a respaldar. Y, en un país donde la información que sale al mundo exterior es mínima, nadie está seguro de quién controla el arsenal nuclear.

Por su peinado, sus expresiones severas y sus chaquetas de cuello Mao, las imágenes de Kim Jong-un revelan un increíble parecido con su abuelo y su padre. Para muchos, una estrategia para mostrar la continuidad de la dinastía roja. Pero otros esperan que más allá de los uniformes y las fotos oficiales, el más joven de los Kim liberalice un poco su país, mejore las relaciones con Corea del Sur y, sobre todo, abandone el demente y ruinoso programa nuclear.