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El pistolero solitario

La captura de Jonathan Keith Idema, un cazarrecompensas que dirigía una cárcel privada en Afganistán, revela que en la era postalibán impera la ley de la selva.

11 de diciembre de 1980

El Afganistán de la posguerra se parece cada vez más al lejano oeste. Así se evidenció este mes con la captura del ex boina verde Jonathan Keith 'Jack' Idema, que perseguía la recompensa ofrecida por capturar a Osama Ben Laden y tenía montada una cárcel privada donde torturaba a afganos inocentes.

Idema era un personaje bastante conocido por los periodistas extranjeros de Afganistán. Decía ser miembro de las fuerzas especiales estadounidenses y en una oportunidad le vendió a la cadena Fox el hoy famoso video de un entrenamiento de Al Qaeda en el que usaban perros para probar los gases. También es el personaje principal del best seller de Robin Moore The hunt for Ben Laden, que cuenta las hazañas de los boinas verdes a cargo de buscar al líder de Al Qaeda en Afganistán. Idema siempre vestía gafas oscuras y pantalones camuflados. Junto a otro par de pistoleros norteamericanos y ex combatientes de la Alianza Norte realizaba allanamientos, capturaba "sospechosos" y en un par de oportunidades pidió los servicios del equipo de antiexplosivos de la Otan para que le ayudaran en sus operativos.

Un día antes de su captura, la embajada estadounidense en Kabul expidió un comunicado para distanciarse del ex militar. "El público debe saber que Idema no representa al gobierno norteamericano".

Entonces la policía y el servicio de inteligencia afgano allanaron la casa de Kabul donde operaba. Para su horror, encontraron a ocho presos afganos. Tres estaban colgados de los pies y los otros, encerrados en celdas, encapuchados y golpeados. Idema fue arrestado y tanto el gobierno de Afganistán como el estadounidense aseguraron que no tenían ningún vínculo con él. ¿Pero cómo es que un gringo medio desquiciado llegó a engañar a tanta gente?

Keith, como se le conocía en su natal Poughkeepsie, Nueva York, entró al ejército en 1975 y sirvió en un grupo de fuerzas especiales. Según dice, fue informante de la CIA en la antigua cortina de hierro. Al salir montó una empresa de seguridad y otra de equipos de combate. En 1994 quebró y lo acusaron de estafar a 60 clientes, por lo que estuvo preso tres años. Desde entonces se dedicó a demandar a antiguos socios por daños morales. También demandó a Steven Spielberg por 130 millones de dólares. Según él, El pacificador, protagonizada por George Clooney y Nicole Kidman, se basa en la historia de cuando vivía en Lituania y trabajaba como agente encubierto. En la película, Clooney frustra los planes de unos soldados rusos que desean llevar armas nucleares a Irán.

Tras el 11 de septiembre de 2001 Idema encontró un nuevo norte. Al oír de la recompensa de 25 millones por la cabeza de Osama Ben Laden se fue a Afganistán a pelear junto a la Alianza Norte, como muchos otros ex militares ávidos de aventura y tesoros. Varios de sus compañeros terminaron ocupando puestos importantes en el gobierno, lo que le permitió elaborar una red de contactos. Por eso muchos no dudan de que la cruzada paramilitar de Idema fuera auspiciada por Washington o Kabul.

Pero aparte de estas especulaciones, la existencia de Idema es representativa de la debilidad del gobierno afgano, de la anarquía y de la irregularidad de la guerra en ese país. Como Idema hay muchos otros cazadores de recompensa, traficantes de opio, mercenarios y contratistas del ejército y de los organismos de inteligencia. Estos 'Rambos' no responden a cadena de mando alguna. Suelen reunirse, vestidos de camuflado y con la pistola al cinto, en el hotel Mustafa de Kabul, donde toman bourbon junto a muchachas tailandesas traídas para trabajar en la sala de masajes.

Lo ocurrido con Idema y sus torturados es también muy grave para el gobierno de Bush, que aún no se recupera del escándalo por torturas en Irak, pues crea la impresión de que en Afganistán está pasando lo mismo. De hecho, la revelación llega tras una racha de acusaciones por maltrato a prisioneros afganos. Hace unos meses Sayed Navy, un coronel de la policía, denunció ante The New York Times que había sido víctima de abuso sexual y privación de sueño en una base estadounidense en Gardez. Al mismo tiempo, Human Rights Watch emitió un comunicado en el que varios afganos se quejaban de abusos, mientras en Guantánamo los prisioneros, considerados combatientes ilegales, comienzan a ver la luz al final del túnel. Tras años de torturas físicas y sicológicas la Corte Suprema obligó al gobierno a darles todas las garantías legales de cualquier norteamericano.

Idema es un síntoma más de los efectos perversos de una guerra contra el terrorismo que parece haberse salido de control. El sistema de recompensas multimillonarias que se entregan a cualquiera sólo ha conducido a que los contratistas de la guerra crean que, para conseguir fortuna, tienen patente de corso para cualquier cosa. Hasta para tener cárceles privadas, con todo y cámaras de tortura.