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El presidente mundial

George W. Bush se posesionó con un discurso agresivo dirigido más a los extranjeros que a los norteamericanos, en el que prometió llevar la libertad a todo el mundo.

23 de enero de 2005

Faltaban tres minutos para las 12 del mediodía del jueves cuando George W. Bush se puso de pie ante el estrado preparado a las afueras del Capitolio, para pronunciar su segundo discurso de posesión como presidente de Estados Unidos. Fue la ceremonia de posesión más costosa de la historia y en ella este mandatario pronunció unas palabras llenas de llamados a la unidad del país y al compromiso de llevar la "libertad" a los confines de la Tierra.

Bush pronunció un discurso agresivo que no sólo estaba dirigido a los estadounidenses sino a todos los ciudadanos del planeta, especialmente al mundo musulmán, al que mandó mensajes cifrados todo el tiempo, como si intentara curar con palabras el daño que ha hecho a punta de armas en la región. A los que viven en la "tiranía y desesperanza" y a aquellos que son detenidos o exiliados por querer una reforma democrática en su país, "los Estados Unidos no ignorarán su opresión o excusarán a sus opresores... Cuando se alcen para defender su libertad, estaremos a su lado".

Este segundo discurso de posesión de Bush comenzó a ser criticado desde el primer momento por analistas, muchos de ellos europeos. Para ellos resulta desproporcionado hablar de que Estados Unidos "está listo en este joven siglo para los mayores logros en la historia de la libertad". Recordaron las gestas de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, en las que estuvo en juego el destino del mundo, mientras todo lo que Bush puede mostrar para sustentar su afirmación es haber destruido lo que quedaba de Afganistán y haber invadido Irak, en ninguno de los cuales puede afirmarse seriamente que hoy reine nada que se le parezca a la libertad.

Bush dijo: "Hemos llegado, a través de eventos y del sentido común, a una conclusión: la supervivencia de la libertad en nuestro país depende cada vez más del triunfo de la libertad en otras tierras". Esa frase fue seguida por otras como "No aceptamos la existencia de tiranías permanentes porque no aceptamos la posibilidad de la esclavitud permanente".

De esa forma hizo saber a los gobernantes del mundo que deben poner su barba en remojo si su conducta no se acomoda a los deseos y las concepciones de Washington. No de otra forma es posible interpretar esas palabras, si se tiene en cuenta que, por ejemplo, Muammar Gaddafi, un dictador autocrático y represor, cuenta hoy con el aval de Washington porque está dedicado a aconductarse luego de años de exportar revoluciones. O que el régimen opresivo de Arabia Saudita, de cuyo seno salió la mayoría de los terroristas del 11 de septiembre de 2001, cuenta con la amistad de Washington y es su mejor aliado en la región. Mientras tanto el presidente Hugo Chávez de Venezuela, elegido democráticamente en varias oportunidades, es amenazado por la secretaria de Estado Condoleezza Rice pues su tendencia izquierdista y su actitud independiente en América Latina es una piedra en el zapato para Washington. Por eso analistas como Michael Ratner, presidente del Centro de Derechos constitucionales de Washington, dijo que cuando Bush habla de la libertad "oculta su intención de seguir expandiendo la hegemonía norteamericana en el mundo".

La ceremonia estuvo salpicada por alusiones religiosas y por oraciones dirigidas por dos pastores. Bush, un cristiano renacido desde hace varias décadas, se ha acercado de tal manera a los grupos religiosos durante su gobierno que varios analistas se preguntan si su decisión de recurrir a exaltación de la pasión religiosa no habrá creado en Estados Unidos una división imposible de reparar. Pero el Presidente que exalta los valores morales -desaprueba el aborto y el matrimonio entre homosexuales, entre otras- es el mismo bajo cuyo mandato se impusieron la tortura en la prisión de Abu Ghraib y la detención indefinida, sin las menores garantías legales, en la base de Guantánamo. Por eso los analistas se hacen una pregunta comprometedora: ¿de qué moral y de cuál libertad habla?

"La división entre las naciones libres es el objetivo de los enemigos de la libertad", dijo Bush en un mensaje a los países europeos para sanar las heridas causadas por su decisión unilateral de invadir Irak. El mensaje fue interpretado como un esfuerzo por convencerlos de que en su segundo mandato tendrá más cuidado en evitar confrontaciones, usar más los canales diplomáticos y eventualmente volver a darle a la ONU la importancia que le quitó durante el primero. Un punto importante para recuperar el multilateralismo que tanto se extrañó durante estos cuatro años pero que, en el contexto de su discurso, fue recibido con visiones encontradas en el resto del mundo.

Irak seguirá siendo uno de los temas más conflictivos para este segundo periodo, y el éxito o fracaso de su futuro en la región depende en gran parte de los resultados de las elecciones del próximo 30 de enero (ver artículo siguiente). Por ahora, según advirtió Rice ante el Congreso en su audiencia de confirmación, no se sabe cuándo se retirarán las tropas del país, lo que causa gran malestar en el grueso del pueblo estadounidense.

Bush comenzó su segundo período con un discurso grandilocuente, pero él sabe que las segundas partes casi nunca han sido buenas para los presidentes norteamericanos. En primer lugar, la ausencia de expectativas de una nueva reelección hace que, en menos de dos años, se conviertan en lame ducks, es decir, en gobernantes sin poder real. Por eso sólo tiene un año y pocos meses para que el Congreso le apruebe su proyecto estrella en el ámbito doméstico, que es una reforma privatizadora de la seguridad social que tiene detractores tanto entre la oposición demócrata como en su propio partido republicano. Según analistas, como los congresistas entran pronto en su propio período preelectoral, podrán desmarcarse rápidamente de las políticas de Bush si creen que estas son impopulares en el electorado.

Y si las cosas no le salen al pie de la letra, Bush podría tener en Irak el escándalo usual del segundo periodo. Nixon lo tuvo con el Watergate; Reagan, con el Irán-Contra; Clinton, con Mónica Lewinski.

Pero el peor problema que afronta Bush será el de conquistar de nuevo a los estadounidenses. Menos del 50 por ciento de la población aprueba su gobierno, lo que lo convierte en el presidente reelegido de Estados Unidos que cuenta con la aprobación más baja de las últimas cinco décadas. Las manifestaciones que se escenificaron en las calles de Washington, y que no se vieron por la televisión, como hace cuatro años, muestran la polarización del país. Bush demostró con su discurso que su tendencia a la ultraderecha no sólo no ha cambiado, sino que se profundizó. Las perspectivas no son optimistas, así que a los norteamericanos sólo les queda la esperanza.