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El retorno de Alá
Turquía, el país musulmán más laico, miembro de la Otan y aspirante a la Unión Europea, quedó al borde de convertirse al fundamentalismo.
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Turquia es considerado el puente entre Oriente y Occidente, el punto en donde Europa y Asia se unen. Es el único país con un 90 por ciento de población musulmana dirigido por un gobierno secular democrático. Pero desde la semana pasada ese delicado sistema entró en crisis con el triunfo electoral del proislámico Partido de la Justicia y el Desarrollo (AK, por sus siglas en turco). Muchos observadores han señalado los temores de que el país caiga en una teocracia al estilo iraní.
El joven partido AK,con un año de creado, logró desplazar a los dos partidos tradicionales con 363 de los 550 escaños en el Parlamento. Algo que los analistas ven con preocupación ya que, al tener la mayoría en el Congreso, podrá gobernar en solitario.
A pesar de la victoria del AK el jefe del partido, Tayyip Erdogan, no podrá asumir como primer ministro ya que en 1999 fue condenado por el delito de 'sedición islámica' por leer un poema religioso en un discurso, lo que le impide ocupar cualquier cargo público. Ese detalle habla de lo estricta que es la organización del Estado turco, que desde sus orígenes ha tenido como principio fundamental la completa separación de la religión y el Estado.
Esa organización proviene de 1923 cuando, luego de la caída del Imperio Otomano, Mustafá Kemal, llamado Ataturk o padre de los turcos, asumió el poder. Kemal consideraba que las leyes islámicas retrasaban el progreso y estaban llevando a Turquía a la Edad Media, por lo que se dedicó a formar una república laica, eliminó la religión en la política, impuso el alfabeto latino y promovió casi a la fuerza la creación de un país al estilo occidental. Ahora es el único país musulmán que forma parte del Tratado del Atlántico Norte (Otan) y también el único que podría ser parte de la Unión Europea.
Turquía ha tenido que enfrentar una fuerte crisis que obligó a su primer ministro, Bulen Ecevit, a renunciar y adelantar en 18 meses las elecciones parlamentarias. Todo empezó cuando la economía se derrumbó en 2001, dejando un alto índice de desempleo, un 50 por ciento de la población en la pobreza y una lira turca muy devaluada. Esto llevó a pedir la ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI) y someterse a sus exigencias. A este colapso le siguió el político, que empezó en mayo cuando Ecevit tuvo que dejar el poder por una enfermedad que lo mantuvo fuera dos meses. Esto causó una crisis de credibilidad, que estalló cuando siete ministros y 59 diputados renunciaron y Ecevit quedó con la mitad del apoyo del Congreso y una mayoría que exigía su renuncia.
Las cosas no parecen claras para Turquía. El nuevo partido en el poder no ve la forma legal de posesionar a su líder y además tendrá que enfrentar una fuerte oposición de los círculos tradicionales, que ven con temor las implicaciones islamistas del AK, pues este movimiento nació de dos partidos extremistas islámicos. Líderes de la oposición como Kemal Dervis, del Partido Republicano del Pueblo, consideran que por ley el AK no puede expresar lo que realmente desea pero que busca convertir a Turquía en un Estado fundamentalista islámico.
En respuesta Erdogan insiste en que su partido es conservador de centro y prooccidental. Y también asegura que respetará los acuerdos con el FMI, que apoya el mercado libre y que hará todo lo posible para que Turquía haga parte de la Unión Europea. Pero las dudas no han desaparecido y los ojos se dirigen hacia el ejército, que es la institución que con mayor celo cuida el legado laico de Ataturk. El ejemplo de Argelia, sumida en una guerra civil por una situación parecida, resulta demasiado inquietante.