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El terremoto brasileño

Washington y los organismos de crédito tiemblan ante la posibilidad de un triunfo de 'Lula' en las elecciones del domingo.

30 de septiembre de 2002

Tres derrotas sucesivas no han sido suficientes para desanimar a Luiz Inacio 'Lula' da Silva, el ex obrero metalúrgico que el 6 de noviembre podría convertirse en presidente del Brasil. De cumplirse las encuestas ese hombre tosco y carismático, al que le faltan un dedo y la educación universitaria de sus contendores, habrá desplazado a la clase dirigente del gigante suramericano. Si sucede, la victoria electoral de Lula se sentirá como un terremoto político con fuertes réplicas en el terreno económico. La prueba es que al cierre de esta edición el riesgo-país volaba sobre los 2.000 puntos, sólo superado por Argentina, Uruguay y Nigeria; las acciones caían en picada en la Bolsa de Sao Paulo y el real se cotizaba a más de 3,80 frente al dólar.

Esta vez las encuestas indican que Lula podría ganar directamente. Según Ibope Lula, que tiene 41 por ciento, obtendría 48 por ciento de los votos, apenas a 2 puntos de lo que necesita.

El oficialista José Serra está atrás, con 19 por ciento, seguido de Ciro Gomes y Anthony Garotinho, empatados en 14 por ciento, según Vox Populi. Si hubiera segunda vuelta Lula también ganaría con margen del 20 por ciento de votos pero no se descarta que, en ese caso la victoria se pudiera complicar.

De Lula a Lulinha

La historia de Lula es la del auge y crisis del 'milagro brasileño', que en la última mitad del siglo XX convirtió a ese país en la novena economía mundial al costo de una deuda externa de 300.000 millones de dólares. Llegó del campo a Sao Paulo, vendió naranjas a los 7 años, trabajó en una fábrica metalúrgica e inauguró en 1978 las huelgas que terminaron con la dictadura militar en 1985.

En 1980 había fundado el Partido de los Trabajadores, el primer laborista de América, y creado en 1983 la primera central sindical independiente, la Central Unica de los Trabajadores. Tres veces se candidatizó a la presidencia y tres veces perdió por su imagen de izquierdista recalcitrante.

Esta vez las cosas son distintas.

"Lulinha no quiere pelea. Lulinha quiere paz y amor", es el lema que Duda Mendonca, el asesor de marketing de Lula, ideó para convertir a este ogro de la izquierda sindicalista en un razonable abuelo de 57 años, barba mesurada, mirada dulce, corbatas francesas y verbo contenido, a quien cualquiera querría de presidente.

Más allá de eso Lula el pragmático selló un acuerdo electoral con el Partido Liberal, de derecha, y postuló al senador liberal José Alencar, un rico empresario, como su candidato a vicepresidente. Y para no dejar dudas de su cambio firmó en agosto un preacuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), en el que se comprometió a cumplir con las exigencias del organismo para que el país pudiera conseguir un préstamo monstruo de 30.000 millones de dólares.

La fórmula parece dar resultado. Lula light, que ya tenía el voto obrero, conquistó a la clase media e incluso a sectores empresariales. "Yo no soy 'petista', no tengo ninguna simpatía por la visión del mundo que los 'petistas' tenían hace cuatro años, pero soy un ciudadano adolorido", dijo a SEMANA José Carlos Monteiro, analista de Globo News, la principal cadena noticiosa brasileña, y profesor universitario.

Para Monteiro, "Lula no es incendiario, es el bombero para el incendio empezado por las élites". En efecto, Lula recibiría una bomba. Luego del default de la Argentina se teme que Brasil pueda dejar de pagar su voluminosa deuda.

Según la economista Ceci Vieira Juruá, de Attac-Brasil, la organización contra la deuda tercermundista, "en un siglo la deuda externa nunca fue tan elevada como ahora en relación con nuestra capacidad de pago. La deuda externa bruta es cinco veces las exportaciones. Debemos hoy al exterior el 62 por ciento de la renta per cápita, cuando en 1979 debíamos un 25 por ciento. Debemos el doble que hace 10 años sin habernos hecho más ricos".

El ex dirigente metalúrgico deberá desactivar esta bomba con una vela a Dios y otra al diablo: cumplir promesas a los obreros y a la clase media, pero tranquilizar a los mercados, al FMI y a Estados Unidos. Difícil equilibrio: montar dos caballos que corren en direcciones opuestas.

El eje del mal

Pero en el gobierno de Washington, ensañado contra el terrorismo, y en el FMI, atareado con la Argentina, un triunfo de Lula no suena nada bien. "Ellos van a insinuar que nosotros, los brasileños, junto con los venezolanos y ciertos sectores de la vida colombiana, estamos mancomunados con los cubanos y vamos a formar un 'eje del mal' en América Latina. Yo creo que es un equívoco lamentable", dice Monteiro.

"No creo que va a ser un eje del mal. Las políticas de Brasil están muy bien establecidas para que sean cambiadas de un momento a otro. Los compromisos son muy serios para que esto ocurra, sería una irresponsabilidad", dijo a SEMANA el analista Antonio Carlos Pereira, del diario Estado de Sao Paulo.

Pero lo cierto es que el triunfo de la izquierda brasileña tendría efectos continentales. En Buenos Aires el politólogo Rosendo Fraga dijo a SEMANA que las elecciones en Argentina y Brasil acentuarán "el giro hacia el populismo o el centroizquierda en el Mercosur". En Argentina "los sondeos muestran que la segunda vuelta estaría entre dos candidatos que generan fuerte desconfianza económica (Adolfo Rodríguez Saá y Elisa Carrió) y lo mismo sucedería en Brasil". Esto lleva al Fraga a pensar que "la crisis financiera del Mercosur podría acentuarse".

Está por verse si Lula pretendería hacer de Brasil un polo regional alternativo a Estados Unidos. Pero su presidencia modificaría los ritmos de Alca (Area de Libre Comercio de las Américas) y tendería a fortalecer el Mercosur. Aloizio Mercadante, uno de los asesores más importantes de Lula, escribió hace poco que el Alca es "un proyecto estratégico de Estados Unidos para consolidar su dominación sobre América Latina, por vía de la creación de un espacio privilegiado de ampliación de sus fronteras económicas". El Alca profundizará "la apertura y la desregulación económica y financiera que condujo al debilitamiento político de los Estados nacionales latinoamericanos".

El país será "el gran perdedor", en opinión de Mercadante, ya que en el período de mayor apertura, entre 1994 y 1997, las exportaciones a Estados Unidos crecieron 5,22 por ciento, mientras que las importaciones de ese país aumentaron 116,52 por ciento, una muestra de lo que sucedería con el Alca.

Pero el viraje no sería dramático. Pereira cree que "el proceso del Mercosur y el del Alca seguirán con toda la cautela, tal vez más pronunciadas. Es una cuestión de grado, no de naturaleza, de esencia. Yo veo cambios de dirección pero no creo en nada abrupto".

Los mercados votan

Antonio Prado, jefe de asesores económicos de Lula, dice que, de ganar, mantendrá los tres pilares actuales: el superávit fiscal de 3,75 por ciento; el régimen de cambio flotante y las metas inflacionarias, y que buscará un pacto social, no sólo con el empresariado sino también con las compañías extranjeras.

A pesar de todo los mercados están nerviosos. Para Monteiro, "las oligarquías están con un nerviosismo preocupante: todos los días las bolsas están manipuladas por los operadores que insinúan a los brasileños que el candidato es una amenaza a la estabilidad".

¿Default a la vista? No parece, al menos en opinión de los analistas consultados por SEMANA. "Lula tiene una posición muy clara, muy límpida en relación con los compromisos externos. Los militares, los sindicalistas, los políticos de centro izquierda y hasta los adversarios de Lula reconocen que sus iniciativas son hoy más maduras, más pragmáticas, más consecuentes que en los años anteriores", dice Monteiro.

Los mercados observan, dudan, están nerviosos, porque no están convencidos de la metamorfosis. Creen, o quieren creer, que un buen día el ex obrero se cansará con la corbata, la desatará, y, como Alien, dejará salir al monstruo que Lulinha lleva adentro.