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El terrorista número 20

Polémica en Estados Unidos por pedido de pena de muerte a un hombre que no llegó a participar en los atentados del 11 de septiembre.

8 de abril de 2002

Por primera vez en Estados Unidos un hombre podría ser condenado a muerte por un crimen para el que conspiró pero que no llevó a cabo. El fiscal general, John Ashcroft, planteó la posibilidad cuando anunció la semana pasada que de encontrar culpable de conspiración a Zakarias Moussaoui pedirá su condena a la pena capital. La razón para un castigo tan extremo reposa en la convicción de que Moussaoui es el “vigésimo terrorista”: el único secuestrador que el 11 de septiembre, por circunstancias ajenas a su voluntad, no pudo participar en el acto criminal que más vidas se ha llevado en la historia estadounidense.

Las autoridades comenzaron a creer en la existencia de un secuestrador ausente cuando las investigaciones sobre el atentado revelaron que los terroristas eran en total 19. En tres de los cuatro aviones secuestrados había cinco hombres y sólo en uno había cuatro. No parecía lógico que los terroristas no tuvieran el mismo número de hombres en cada aeronave. Por eso concluyeron que lo más probable es que fueran 20 al momento de planear el golpe.

Fue entonces cuando entró en escena Moussaoui, un ciudadano francés de origen marroquí que se encontraba en una cárcel del estado de Minnesota el día del atentado. Varios meses antes Moussaoui había hecho hasta lo imposible por aprender a pilotear un avión. Primero intentó en una escuela de aviación en Norman, Oklahoma, pero sus instructores de vuelo lo desahuciaron por falta de aptitudes al comprobar que ni siquiera pudo aprender con un avión ligero. Entonces se mudó a Minnesota para acumular horas de vuelo en un simulador de Boeing 747. Allí tampoco logró hacer ni un despegue. Pero lo que sí logró levantar fueron las sospechas de un instructor que lo denunció a la policía. Como consecuencia Moussaoui fue arrestado por una infracción menor a las leyes de inmigración.

Allí comenzaron a acumularse las pruebas que hoy lo señalan como el terrorista ausente. El primer indicio fue su terca necesidad de aprender a volar. El segundo, que una vez en la cárcel las autoridades francesas lo identificaron ante el FBI como un conocido militante islámico. En tercer lugar, la investigación reveló que Moussaoui recibió 14.000 dólares en efectivo de la misma fuente en Hamburgo que financió a los otros 19 terroristas. Por último, agentes federales declararon que cuando lo conducían en el avión hacia Nueva York después de los atentados, al ver las ruinas de las torres gemelas gritó eufórico “¡Que se joda Estados Unidos!”.

A pesar de todas las pruebas en su contra la intención de condenarlo a muerte por conspirar por un delito que nunca llegó a cometer ha levantado una enorme polémica. Por un lado está la oposición del gobierno de Francia, que no cree que este castigo sea justo en ningún caso y se negó a suministrar más información para el juicio de su ciudadano. Por otro lado, la pena de muerte exige niveles de prueba que vayan mucho más allá de la duda razonable y no existen antecedentes de aplicación de ésta por la intención de cometer un crimen. Ashcroft sostiene que una de las razones que justifican la aplicación de la pena de muerte es “el impacto de ese crimen en miles de víctimas”. La sensación que a muchos les queda es que el gobierno de Estados Unidos le está torciendo el pescuezo a la legislación relacionada con el delito de conspiración por cuenta de la gravedad del acto, pero el precedente legal que este caso podría generar preocupa a muchos.