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El turno de Occidente

Se intensifica el desmonte del comunismo y Occidente no sabe cómo reaccionar.

4 de diciembre de 1989

Cuando el líder soviético llegó a Finlandia a finales de octubre en visita oficial, los asistentes a la recepción oyeron la mejor descripción del cambio de actitud del Kremlin hacia lo que está pasando en Europa Oriental. Cuando se le preguntó a Guennadi Guerasimov, el vocero personal de Gorbachov, cuál era el destino de la doctrina Brezhnev en la era de la perestroika, Guerasimov no dudó en afirmar que esa vieja doctrina, que permitía a la URSS intervenir en los asuntos internos de sus satélites para preservar el comunismo, estaba bien muerta y enterrada.
Para el regocijo de sus interlocutores, Guerasimov afirmó que en su remplazo había llegado la doctrina Sinatra. "¿Recuerdan la canción de Frank Sinatra 'I did it my way?' ('A mi manera'). Pues Polonia y Hungría lo estan haciendo 'a su manera'".
La anécdota pasará seguramente a la pequeña historia de uno de los eventos más apasionantes de finales del siglo, la liberalización y eventual desmantelamiento del otrora monolítico imperio soviético. Pero el mensaje encierra importantes interrogantes. Para un observador desprevenido, resultaría difícil creer que el Kremlin, que invadió Afganistán en 1979, dando muestras de una fortaleza inexpugnable, es el mismo que 10 años más tarde no sólo asiste impávido a la instalación de un gobierno no comunista en Polonia y a la proclamación de Hungría como República liberal, sino que, además, juega con el concepto de la doctrina "Sinatra".
Muchos piensan que uno de los puntos fundamentales a considerar será la concepción misma de Europa. Hasta hace unos pocos meses, los gobiernos de 12 países pensaron que su propósito histórico se completaria con establecer un mercado único para 320 millones de personas. Pero ahora Polonia y Hungría claman por adquirir algún status dentro de la Comunidad, ya sea de asociados o miembros. Ese clamor parece ganar adeptos en Alemania Occidental, Francia y hasta Gran Bretaña. Para estos países parece claro que la Comunidad debe proporcionar una ayuda suficiente como para que los países afectados sientan la diferencia entre sus viejos métodos comunistas y el capitalismo. El siguiente paso es convencer de ese extremo a Estados Unidos.
Lo que más temen los analistas es que los líderes de Occidente puedan ser inferiores a su compromiso y hasta perder la oportunidad histórica de ganarle de mano al comunismo. En Estados Unidos, el presidente George Bush y su Congreso marchan en direcciones encontradas en relación con la cuantía de la ayuda que Estados Unidos debería dedicar a los países socialistas que la soliciten. De parte del Congreso se pide la aprobación de un paquete de ayuda por US$1.000 millones para Polonia y Hungría, mientras se califica la actitud de Bush de "miope" por proponer tan sólo una ayuda de US$345 millones. Pero mientras Bush se queja de recibir críticas de "personas que descubrieron a Polonia en el mapa hace dos meses", la voz de alarma expresada por el Congreso tiene eco internacional. Durante una reciente visita a Washington, un cercano colaborador del primer ministro oestealemán, Helmut Kohl, afirmó que, para aprovechar la oportunidad histórica de limpiar al mundo de las tensiones aparecidas tras la Segunda Guerra Mundial, era necesario no solamente el apoyo económico en sus justas proporciones, sino una suerte de "liderazgo moral" que evitara cualquier posibilidad de retroceso. El mismo día, Hans Dietrich Genscher, el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania Occidental, afirmaba en Francfurt que "la historia juzgará si aprovechamos las oportunidades que emergen de esas reformas para el resto de Europa".
Ese "liderazgo moral" tiene implicaciones adicionales. A medida que se avanza en el desarme, hace carrera la idea de que, sin importar el desarrollo político de los próximos años, la OTAN y el Pacto de Varsovia deberían mantenerse no como instrumento de disuasión mutua sino de seguridad mutua. Pero en ese camino los aliados ven con preocupación que el único país que se mantiene firme en la prohibición de la venta de tecnología al bloque oriental es precisamente Estados Unidos.
Desde el Tercer Mundo, entre tanto, se oyen también preocupaciones sobre la posibilidad muy real de que el acercamiento entre el Este y el Oeste signifique un alejamiento entre el Norte y el Sur, traducido en menor ayuda para los países en desarrollo. Ese es otro peligro que se presenta en la acelerada carrera de fin del siglo. Pero para los europeos, y sobre todo para los oestealemanes, es claro que si Europa Occidental no actúa a tiempo las reformas de Polonia y Hungría podrían fallar, llevándose de paso las esperanzas de cambio en Rumania, Checoslovaquia y la otra Alemania. Sería algo que, según un analista de Francfurt, la historia no perdonaría.