Home

Mundo

Artículo

Gordon Brown, canciller del Exchequer, siempre se ha perfilado como el sucesor del primer ministro Tony Blair

Gran bretaña

El último adiós

Tony Blair se despidió de su partido, pero las dudas sobre su más probable sucesor, Gordon Brown, se mantienen.

30 de septiembre de 2006

En el aplaudido discurso de despedida ante su partido, el primer ministro británico, Tony Blair, fue insistente: el único legado que le importa consiste en que el laborismo gane su cuarta elección consecutiva. Pero su deseo no parece sencillo, a juzgar por la situación en que la colectividad llegó a su conferencia anual en Manchester. Después de casi una década en el poder, el relevo de Blair ha sido motivo de disputas y divisiones mientras los conservadores, con el renovado liderazgo de David Cameron, lideran sostenidamente las encuestas por primera vez desde 1992.

Y es que en las últimas semanas la subterránea tensión de vieja data entre los dos artífices del Nuevo Laborismo, Blair y su ministro de Economía Gordon Brown, ha salido a flote.

Cuando eran apenas unos primíparos en Westminster los dos compartían su despacho como diputados y se destacaban por su energía renovadora. Después de la súbita muerte del líder laborista John Smith, Brown y Blair cenaron el 31 de mayo de 1994 en el Granita, un restaurante italiano al norte de Londres. Según cuenta la leyenda, divulgada en la prensa inglesa, allí acordaron que Blair se convertiría en el líder más joven del partido, y eventualmente primer ministro, a cambio de que a mediados del segundo período renunciara para darle su apoyo a Brown. La pareja comenzó una profunda reforma del partido de izquierda por medio de dolorosas rupturas con la tradición. Lo alejaron de los sindicatos y lo acercaron al centro del espectro político. A Blair le gustaba declarar que no se había metido a la política para ser parte de un movimiento de protesta sino para gobernar.

Todo salió de acuerdo con los planes. En 1997 Blair se mudó al número 10 de Downing Street, la residencia del primer ministro, y Brown, a la puerta de al lado como canciller del Exchequer. En 2001 repitieron su victoria en las urnas. Pero Blair no renunció a su cargo y, por el contrario, en 2005 se convirtió en el primer laborista en conseguir un tercer mandato consecutivo. Brown había terminado la campaña, en la que siempre acompañó a un Blair desgastado por su apoyo incondicional a George W. Bush y la guerra en Irak, más fortalecido que nunca. Juntos se encargaron de recordar que bajo su gobierno Gran Bretaña ha gozado de bajas tasas de inflación y desempleo así como mayores inversiones en salud, educación y asistencia social.

Pero el famoso relevo se había retrasado tanto, con la amenaza de dinamitar las aspiraciones de Brown, que el presunto eterno heredero se impacientó. El pasado 6 de septiembre 15 parlamentarios laboristas firmaron una carta para presionar la salida de Blair y ocho de ellos renunciaron a sus cargos de bajo rango en el gobierno. Ante la presión, Blair aseguró que en menos de un año daría un paso al costado. Aunque Brown lo niega, se sospecha que él estuvo detrás de los 'amotinados'. Para todos aquellos que consideran a Blair prácticamente un Mesías, el canciller del Exchequer se convirtió en su Judas. La división de la bancada entre los partidarios de uno y otro se acentuó.

Brown trató, sin mucho éxito, de reparar el daño que le causó la asociación con el complot en su discurso de Manchester. "Ha sido un privilegio para mí trabajar con y por el más exitoso líder y primer ministro laborista", aseguró. La respuesta la recibió de la mujer de Blair, Cherie, quien según reportes de prensa lo llamó mentiroso al escuchar sus palabras frente a un monitor. La primera dama aseguró que la noticia era falsa y Blair puso fin al altercado con un poco de humor británico: "Por lo menos no me tengo que preocupar de que mi esposa se fugue con el vecino".

Pero más allá de la polémica, Brown aprovechó su discurso para presentar sus aspiraciones. Pocos cuestionan sus credenciales, pero muchos dudan de que sea un buen contrincante contra el fotogénico David Cameron, quien ha logrado revitalizar a los tories británicos al arrastrarlos, al mejor estilo de Blair, al centro político. En palabras de The Economist, "Brown es todo sustancia y, tristemente para sus datos en las encuestas, nada de estilo. Cameron es hasta ahora todo estilo y no suficiente sustancia".

Algunos pensaron que cuando Blair se despidiera de su partido sería para cerrar el círculo del 'acuerdo Granita'. Pero al final no hubo humo blanco para su más probable sucesor. "Brown es el favorito, pero hay dudas acerca de si es elegible contra Cameron. De aquí a mayo debe mostrar que tiene amplio atractivo popular", dijo a SEMANA George Jones, profesor de gobierno de la London School of Economics. Y antes del 2009 no se enfrentaría contra los tories en las urnas. Lo paradójico es que después de tanto esperar, Brown podría heredar un partido dividido e inmanejable por cuenta de su propia ambición.