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EL ULTIMO EMPERADOR

Los japoneses se enfrentan en vísperas de la coronación del emperador Akihito.

26 de noviembre de 1990


Los japoneses están divididos en estas días. Pero el motivo no es solamente la cuestión constitucional de enviar o no tropas al Golfo Pérsico. Las preocupaciones de millones de japonese se orientan a problemas más profundamente arraigados en su alma. Para ningún japonés han pasado inadvertidos los preparativos de la ceremonia religiosa que se iniciará el 12 de noviembre y finalizará diez dìas después, cuando el prìncipe Akihito se habrá convertido formalmente en el emperador número 25 en el trono del Crisantemo.

Mientras los tradicionalistas creen que su Emperador se convertirá en una especie de dios viviente el día de su ascensión al trono, otros, los más occidentalizados, creen que la ceremonia no pasa de ser una tradición que poco significa en esta época de computadores y telecomunicaciones.

En medio de crédulos e incrédulos está el gobierno japonés, que no quiere tomar el riesgo de irse contra las tradiciones, pero tampoco quiere hacer aparecer al pujante Japòn como un paìs retrógrado.

En la sensible sociedad japonesa todo ocasiona polémica. Algunos grupos de vanguardia se han opuesto a que los invitados a la ceremonia griten ¡banzai!, que significa diez mil años. Es un saludo tradicional considerado como un deseo de longevidad para el nuevo soberano. Sin embarzo.

algunos todavía recuerdan que ese mismo saludo fue utilizado por Hirohito para justificar el papel jugado por Japòn en la Segunda Guerra Mundial.

Otro tema que ha generado tensiones es la anunciada fiesta religiosa Daijosai, que consiste en una ostentosa comida que se ofrece al Emperador, diez días después de su coronación y que le costará al gobierno 15 millones de dòlares (más de 8 mil millones de pesos).

En el dia señalado el Emperador vistiendo una túnica y capa blancas y acompañado por seis monjes, asistirá a una ceremonia tarde en la noche y después irá a un santuario secreto acompañado por dos sacerdotisas. Según la leyenda, en un acto de comuniòn con Amaterasu Omikami, el dios del Sol, Akihito deberá envolverse en una tela y acostarse en la cama donde renacerá como Emperador investido con sus poderes divinos.

La Constituciòn japonesa de la postguerra, escrita por Estado Unidos, define al Emperador como "un símbolo del Estado y de la unidad del pueblo". El emperador Akihito en estos meses quiere parecer más terrenal y por ejemplo, ha reducido su guardia personal, ha despedido a quienes se desempeñaban como probadores de comida para evitar que el Emperador fuera envenenado y trata de llevar una vida de pareja normal con su esposa la emperatriz Michiko.

Pero a pesar de ello, en la pomposa ceremonia del Daijosai, que se llevará a cabo en el Palacio Imperial en el centro de Tokio, el Emperador comerá arroz hervido y millo como acciòn de gracias a los dioses y luego se servirá una cena a los mil invitados.

Esa ceremonia es la que ha causado la ira de facciones políticas minoritarias. El partido socialista anunciò que boicoteará el Daijosai y sostiene que patrocinando esas fiestas religiosas, el gobierno está violando la Constituciòn que establece la separación de poderes entre la religiòn Shinto y el Estado. Por su parte, el gobierno se ha disculpado diciendo que se trata de una celebraciòn secular para recibir la cosecha. Mientras tanto, los izquierdistas radicales han puesto bombas incendiarias en las casas de líderes religiosos, y grupos derechistas dispararon contra la casa del presidente de una universidad después de que criticara públicamente el apoyo del gobierno a las ceremonias de coronaciòn del emperador Akihito.

En medio de estas tensiones, el pueblo se prepara para ser testigo de la anunciada ceremonia, que a pesar de las protestas y de los anuncios de boicot, se realizará para dar cumplimiento a lo que establece la tradiciòn de una dinastía milenaria.