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| Foto: Francisco Batista

PERFIL

El velorio rojo

Miles de simpatizantes acompañaron la caravana fúnebre del presidente Hugo Chávez por las calles de Caracas.

7 de marzo de 2013

En otro país del mundo, el cortejo fúnebre de un presidente habría sido de negro luto y no de carmesí. Pero en la Venezuela de hoy, el “rojo, rojito” es el tono con el que se identifican millones de chavistas. Por eso los representantes del gobierno y los miles de seguidores que acompañaron paso a paso la caravana fúnebre hasta la Academia Militar en Caracas, lucían orgullosos camisas escarlatas.

Las avenidas del oeste popular de la ciudad se fueron llenando de chavistas, mientras que los opositores se resguardaron en sus casas del este por temor a que hubiera saqueos y disturbios de un pueblo dolido por la muerte de su comandante. La zozobra y la tristeza se apoderaron de la capital desde el martes, cuando fue anunciada la muerte de Chávez hacia las 5 de la tarde. Pero desde el mediodía, extraoficialmente, ya corría el rumor en la ciudad y le dañó el almuerzo a más de uno.  

Al confirmarse la mala noticia, transmitida por radio y televisión, y replicada por las llamadas aterradas de los incrédulos a amigos y familiares –lo que provocó el colapso de las comunicaciones al final de la tarde– la gente abandonó sus trabajos y corrió a casa. Como consecuencia del afán de los caraqueños, las avenidas se colmaron de carros que avanzaban de a centímetro. Solo se movían sin inconvenientes las motos y los carros oficiales, escoltados por uniformados que condujeron a los ministros y a las cabezas de todas las ramas del poder hasta el hospital, a donde la gente del común que logró llegar a pie también acudió para despedirse de su líder. “Solo pensé en correr para acá”, dijo Inoris, una joven chavista, aún medio en shock. 

“Al pueblo le pedimos canalizar su dolor en paz”, decía por televisión el presidente Nicolás Maduro, pero los 30 uniformados de la Guardia Nacional que custodiaban la entrada al Hospital Carlos Arvelo recibieron refuerzos de antimotines, que formaron un escudo humano a la entrada, por si se armaban disturbios. A excepción de algunos radicales chavistas que insultaron y agredieron a los periodistas, la vigilia en el lugar transcurrió en paz. Fue un encuentro callejero de tristes que lloraron, cantaron y recordaron al presidente. “Chávez vive, la lucha sigue”, gritaban al unísono. En otros puntos de la ciudad, los chavistas se congregaron en grupos más pequeños. Sobre la avenida Francisco de Miranda, unos pocos prendieron velitas y armaron un altar improvisado con una foto del presidente. 

Hacia las nueve de la noche, las calles de Caracas estaban desoladas y los vagones del metro iban casi vacíos. A la mañana siguiente, la ciudad amaneció desierta, silenciosa, como incrédula todavía, por la pérdida del omnipresente comandante. Como el gobierno decretó siete días de luto, muchos establecimientos comerciales no abrieron. Los niños no fueron al colegio, ni muchos de sus padres a trabajar. Se quedaron viendo televisión, una costumbre que durante los últimos 14 años se terminó arraigando, incluso entre quienes no les gusta, porque la revolución chavista ha sido una revolución televisiva. 

Por eso desde temprano, el miércoles empezó la transmisión del recorrido de más de ocho kilómetros que emprendió el cortejo fúnebre desde el hospital hasta la Academia Militar, cerca del complejo militar de Fuerte Tiuna, donde el cuerpo permanecería en capilla ardiente hasta el viernes. Millones de venezolanos vieron a través de las pantallas cuando sacaron el féretro de madera del hospital, cubierto por una bandera de seda resbaladiza. Fue tal el tumulto en el proceso, que un alto ejecutivo de la oposición, indignado, comentó que esa no era formar digna de tratar el cadáver de un jefe de Estado y que hubiera querido que la despedida de Chávez hubiera sido parecida al solemne adiós que le rindieron los estadounidenses al presidente John F. Kennedy.  

Pero como Caracas no es Washington D.C., los venezolanos no lloran con el recato de los norteamericanos y las buenas maneras nunca han sido del estilo del chavismo, el recorrido del cortejo fúnebre se pareció más a una manifestación callejera como tantas en las que Chávez reinaba sobre las multitudes. La del miércoles fue quizás una de las más tumultuosas.  

Su ataúd recorrió las calles del oeste de la ciudad, que se iban llenando de gente, como afluentes que convergen en un gran río rojo que fluía lento, pero a tropezones y empujones, y sobre el cual parecía flotar el carro fúnebre del presidente. El cajón terminó cubierto por banderas, pancartas, flores y camisetas que la gente le lanzaba al comandante como una última ofrenda.  

Casi al atardecer, la caravana entró al Paseo de los Próceres, o el Campo de Marte caraqueño, donde suelen hacerse fastuosas paradas militares desde que se inauguró, en los años cincuenta, durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. El féretro pasó bajo la mirada fría de las estatuas de bronce de los héroes de la independencia: Bolívar, Miranda, Páez, Urdaneta, entre otro, y luego recorrió otros dos kilómetros por el paseo, cuyos postes de luz estaban adornados por banderas tricolor y donde no cabía un alma más en las graderías. 

Por los parlantes se escuchaba el “Gloria al Bravo Pueblo”, del himno nacional. Más tarde, acompañaron a los caraqueños las canciones de protesta del cantautor venezolano Alí Primera y del líder de la folclórica Serenata Guayanesa, Iván Pérez Rossi, que musicalizó la famosa frase “Los que quieran patria, vengan conmigo”, que Chávez pregonaba con frecuencia. Muchos se quedaron esperando hasta caer la noche, por si lograban ver al presidente luego de la ceremonia en el Salón de Honor de la Academia Militar.   

Por pantallas gigantes a las afueras del salón, los simpatizantes vieron los honores militares rendidos al comandante, a los presidentes Cristina Kirchner, Pepe Mujica y Evo Morales, por quienes aplaudían cuando la cámara los enfocaba y quienes rindieron la primera guardia de honor. Pero aplaudieron más y más largo por los hijos de Chávez. “Que no se acaben los aplausos”, gritó emocionado un mototaxista, aún con su casco puesto. Al finalizar la ceremonia, los seguidores del mandatario que permanecían en el lugar pasadas las ocho de la noche empezaron a formar una fila para entrar y ver al presidente, que, según comentaron quienes lo vieron de cerca, lucía muy bien, más delgado y rejuvenecido, y con la boina militar. Algunos le hacían el saludo con mano firme al llegar hasta el cajón, mientras que otros se ponían la mano en el corazón. 

Por la afluencia, Nicolás Maduro anunció que el velorio iba a durar siete días más. El delirio rojo llegó tan lejos que incluso afirmó que lo iban a embalsamar para que todo el mundo lo pueda ver.

Una mujer dijo que estaba muy triste porque nunca lo vio en vida y quería mirarlo a la cara, así él no pudiera mirarla a ella, porque como Chávez no había otro. Quizás Simón Bolívar, y por eso esperaba que lo enterraran en el mausoleo que el gobierno mandó a construir para el Libertador y que fue inaugurado recientemente. Dijo, con los ojos aguados: “Se lo merece”.