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El zar Putin

La crisis de Kiev parece un renacimiento de la Guerra Fría. Y detrás está el Presidente ruso.

28 de noviembre de 2004

La plaza Independencia de Kiev y las calles de las principales ciudades de Ucrania se llenaron de gente. Los cuatro grados bajo cero no amedrentaban a una multitud que parecía dispuesta a todo para que prevaleciera lo que consideran la expresión de la voluntad popular. La situación recordaba a los movimientos que condujeron a la caída del bloque soviético, en los días ya olvidados de la Guerra Fría, y las consignas de "Basta" que llevaban las pancartas no hacían más que reforzar esa impresión.

Según las autoridades, el vencedor de las elecciones fue el candidato oficialista y actual primer ministro, Víctor Yanukovich, el hombre de confianza del presidente saliente, Leonid Kuchma. Pero los enardecidos partidarios del candidato opositor Viktor Yuschenko salieron a las calles porque, según ellos, las elecciones fueron una farsa en la que se produjeron toda clase de abusos. Desde amedrentar a los votantes de oposición hasta permitir que los partidarios de

Yanukovich sufragaran varias veces y suministrar a los opositores bolígrafos de tinta que se borra a los pocos minutos, para que los votos llenados con ellos resultaran invalidados.

En medio de la preocupación mundial por el posible estallido de la violencia, Yuschenko se autoproclamó presidente en una reunión simbólica del Parlamento, y dijo que haría todo lo necesario para reclamar su triunfo. Pero al final de la semana dos hechos contribuyeron a bajar el riesgo de violencia. Por una parte, la Corte Suprema ordenó suspender la posesión de Yanukovich hasta que se resolviera la impugnación legal de los resultados. Y por otra, tras una reunión de los dos bandos con mediadores internacionales, Yuschenko salió el viernes a anunciar una nueva votación, que sería decidida en el curso del fin de semana. "No debemos demorar los diálogos ni esperar decisiones judiciales", dijo mientras pedía a sus seguidores que no abandonaran las calles.

La nueva Guerra Fría

La explosiva situación de Ucrania encierra un juego mucho más complejo, que involucra lo que algunos observadores no dudan en llamar el renacimiento de la Guerra Fría. Los candidatos de Ucrania representan dos tendencias que cada vez son más antagónicas, y que marcan además una división geográfica, cultural y sicológica. Yuschenko, un hombre pro occidental, casado con una norteamericana y con gran fuerza electoral en el occidente del país, basó su campaña en la conveniencia de que Ucrania se integrara a la Unión Europea y se acercara a Estados Unidos. Yanukovich, en cambio, es un apparatchik del viejo régimen, con una fuerte tendencia a estrechar los lazos políticos y económicos con Rusia. Su fortín electoral está al oriente del río Dniester, donde imperan la cultura y el idioma del viejo imperio soviético.

El presidente ruso Vladimir Putin, fiel a sus maneras poco democráticas, nunca tuvo problema en declarar su preferencia por Yanukovich. Al punto que estuvo en Ucrania poco antes de las elecciones para apoyarlo. El presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, considerado el último estalinista, hizo lo mismo para horror de los observadores occidentales.

Las actitudes posteriores a la elección marcan las diferencias. Mientras

Putin no tuvo problema en felicitar a su candidato aun antes de que las autoridades electorales dieran su controversial veredicto, y en criticar desde su visita a Lisboa a quienes cuestionaban el resultado, los gobiernos de la Unión Europea y Estados Unidos denunciaron el fraude y se negaron a reconocer a Yanukovich.

Lo que muestra ese contraste es que las líneas de la Guerra Fría se están reacomodando, definidas ya no por diferencias ideológicas entre comunismo y capitalismo, sino por los intereses económicos, de influencia política y regional, y hasta de la concepción de lo que es la democracia.

Para Putin, la ampliación de la Unión Europea significó que la esfera de influencia occidental tocó a su puerta en un momento en que tiene puestos sus objetivos en lo que los rusos llaman el 'extranjero cercano'. Su objetivo estratégico es estrechar la actual dependencia económica, energética y militar de Ucrania, Bielorrusia y Kazakhstan, y de ahí que fuera absolutamente indispensable que en la primera ganara el candidato favorable a sus intereses. La forma sin tapujos como hizo campaña mostró que su concepción de la democracia es radicalmente distinta a la de Occidente.

Además, muchos señalan que Putin muestra cada vez más una faceta autoritaria que, lejos de afectar su popularidad, la ha elevado a niveles que envidiaría cualquier líder occidental. Putin ha entronizado en el país a sus viejos compañeros de cuando era agente de la KGB, se enfrentó a muerte con los 'oligarcas' de la industria petrolera, controla la radio y la televisión, eliminó la elección popular de los gobernadores y ha recuperado la retórica de la 'gloria nacional rusa'. Todo, con el beneplácito de su opinión pública.

En esas condiciones, un anuncio hecho hace dos semanas, en un acto dedicado a la lucha contra el terrorismo, dejó perplejos a los observadores internacionales. Putin dijo en su discurso que Rusia estaba en el umbral de una nueva doctrina de seguridad nacional y que su punto central sería el desarrollo de nuevas armas nucleares que estarían en servicio en pocos años. ¿Nace el nuevo oso ruso?