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Trump celebró su victoria en Florida. A su lado, el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, quien fue criticado en su estado por apoyarlo en un acto de oportunismo. | Foto: A.P.

ESTADOS UNIDOS

Donald Trump, el hombre más peligroso del mundo

A medida que el magnate se acerca a ganar la candidatura republicana, se encienden alarmas hasta en su propio partido. ¿Qué hizo que este personaje pudiera ser un candidato viable en Estados Unidos?

5 de marzo de 2016

Las peores sospechas se hicieron realidad el martes. Ese día, Donald Trump no solo ganó 7 de los 11 estados que celebraron elecciones primarias del Partido Republicano. También les sacó una enorme ventaja a Ted Cruz y a Marco Rubio, los únicos rivales de peso que aún quedan en esa contienda.

Hoy, esa distancia es muy difícil de recortar y todo apunta a que él ganará la candidatura del Grand Old Party a las presidenciales de noviembre.

Como si fuera poco, Trump demostró que su éxito electoral no se limita a los estados del sur y el centro, donde tradicionalmente se concentran los votos conservadores, sino que también triunfó en Nueva Inglaterra, una región del noreste asociada con posiciones más progresistas. “Soy un unificador”, dijo sin ocultar su satisfacción en la rueda de prensa que convocó en un club de Palm Beach, al sureste de Florida.

Aunque las encuestas le daban la ventaja al magnate, la magnitud de su triunfo disparó la señal de alarma. En primer lugar, entre la ortodoxia del Partido Republicano (el famoso establishment), que fracasó en su estrategia de esperar a que la popularidad de Trump se desinfle. El jueves, el candidato de ese partido en 2012, Mitt Romney, dijo que Trump era “un fraude” y un tipo “no apto para la Presidencia”. Su antecesor, John McCain, que perdió con Obama en las elecciones de 2008, respaldó en un comunicado a Romney y advirtió, además, sobre las “declaraciones desinformadas e incluso peligrosas (de Trump) sobre asuntos de seguridad nacional”. Hoy, el partido tiene sus esperanzas en Ted Cruz o Marco Rubio, quienes tampoco ofrecen garantías. Cruz es un fanático religioso que ha mostrado un temperamento radical, y Rubio llegó a la contienda como representante del Tea Party, el ala más extremista del partido.

A su vez, el miedo a una Presidencia de Trump ha cruzado las fronteras. Desde América Latina hasta Europa, el mundo ha pasado de burlarse de los exabruptos del excéntrico narcisista, a caer en cuenta de que el próximo presidente del país más poderoso del planeta puede ser un personaje racista, homófobo y demagogo, que además ha insultado e, incluso, agredido a las personas con discapacidad, a los medios de comunicación y a las mujeres que le han llevado la contraria. Para completar, Trump no tuvo inconveniente en citar a Benito Mussolini, cuando el domingo publicó en Twitter una frase suya según la cual “es mejor vivir un día como un león que 100 años como una oveja”. Cuando le preguntaron si sabía a quién pertenecía, respondió: “Sé quién la dijo. ¡Pero qué importa que la haya dicho Mussolini u otra persona! Es, sin duda, una cita muy interesante. Y yo quiero ser asociado con citas interesantes”. Como resumió el semanario alemán Der Spiegel, Trump es “el hombre más peligroso del mundo”.

El embrujo autoritario

El éxito de Trump se explica por varias razones. La primera tiene que ver con el clima político y económico que impera al norte del río Grande. De hecho, tanto entre los electores de derecha como de izquierda hay una profunda desconfianza hacia la política tradicional. Y eso ha favorecido a candidatos antisistema tan diferentes entre sí como el socialista Bernie Sanders, el neurocirujano Ben Carson, la ex-CEO de Hewlett-Packard Carly Fiorina, y el propio Trump.

Sin embargo, solo el magnate ha capitalizado el descontento de un sector muy preciso, al que la recuperación económica de la crisis de 2008 dejó por fuera y que siente resentimiento hacia Washington, en general, y hacia el presidente Obama, en particular. Se trata de los hombres de raza blanca, edad mediana y baja educación, cuyas condiciones de vida se han degradado fuertemente desde 2000. Como dijo a SEMANA Robert Schmuhl, profesor de Estudios Estadounidenses de la Universidad de Notre Dame, “al usar el eslogan Make America Great Again (Hacer a Estados Unidos poderoso otra vez), Trump alude a un pasado que ellos ven con nostalgia y les está ofreciendo restablecerlo. Él es el mensajero en un momento específico en el que el clima político es apropiado para ese mensaje”.

En la actualidad, por primera vez en la historia de ese país, ellos no tienen garantizados sus ingresos y nada indica que su nivel de vida vaya a mejorar. Y debido a los cambios en la composición étnica del país de las últimas décadas –visibles no solo en la política sino también en el cine, la música y la televisión–, todo apunta a que dentro de pocos años los wasps (whites, anglosaxons and protestants, o blancos, anglosajones y protestantes) se convertirán en una minoría en su propio país.

Pero hay algo más. “En Estados Unidos muchas personas no han aceptado que un negro sea presidente. La rabia que eso les produce se manifestó primero cuando floreció el movimiento del Tea Party, que en las elecciones de 2012 no prosperó a falta de un candidato que los representara. Trump, que ni ante el certificado de nacimiento de Obama dejó de poner en duda que hubiera nacido en Estados Unidos, era la persona idónea para galvanizar esos sentimientos negativos que muchos blancos sienten hacia los negros. Y en 2016, eso lo tiene cerca de convertirse en presidente de Estados Unidos”, dijo en diálogo con esta revista Steven Taylor, profesor del departamento de Gobierno de la American University de Washington.

Y en efecto, según dos encuestas realizadas por YouGov y el Public Policy Polling, el 20 por ciento de los votantes de Trump está contra la abolición de la esclavitud decretada por Abraham Lincoln en 1863. A su vez, el 31 por ciento está de acuerdo con la idea de la supremacía blanca y el 70 por ciento quiere que la bandera confederada (uno de los símbolos de los estados esclavistas del sur) siga ondeando en los edificios públicos. Las reticencias de Trump a rechazar el apoyo de David Duke, uno de los líderes históricos del Ku Klux Klan, dejaron bastante claro que el magnate no tenía problema en aceptar el apoyo de un grupo sinónimo de racismo violento.

Sin embargo, los negros están lejos de ser los únicos que Trump tiene en la mira. Como se recordará, el magnate lanzó su campaña diciendo que los mexicanos eran unos “violadores” y –tras los atentados del 13 de noviembre de París– ha recrudecido sus posiciones islamófobas y ha insistido en que su país no debe aceptar a ningún refugiado de la guerra de Siria. A su vez, ha vinculado a todos esos grupos con las amenazas económicas y de seguridad que buena parte del electorado estadounidense percibe, hasta crear una amalgama en la que ciertas colectividades sociales y étnicas son indistinguibles de la decadencia estadounidense, lo mismo que los responsables directos del caos que supuestamente se ha apoderado del país.

En ese sentido, Michael Cornfield, director del Global Center for Political Engagement de The George Washington University, dijo a SEMANA que “desde el estancamiento de los salarios hasta la amenaza terrorista, pasando por los derechos de las parejas homosexuales, Trump ha logrado convencer a algunos estadounidenses de toda una serie de amenazas que atentan contra sus vidas. También, que la solución pasa por adoptar medidas simplistas, como construir un muro en la frontera, expulsar a todos los indocumentados y alejar a todos los musulmanes. Se trata de un llamado típicamente autoritario”.

En efecto, la única característica que reúne a los electores de Trump son sus tendencias autoritarias, un rasgo de la personalidad que los expertos han relacionado con una fuerte necesidad de orden, un marcado temor hacia las amenazas externas y la necesidad de tener un líder fuerte que responda con fuerza. Y lo cierto es que estas se han concentrado en torno al Partido Republicano, que desde los años sesenta se convirtió en el partido de la ley, el orden y la defensa de los valores tradicionales. Según un sondeo realizado por el portal de noticias Vox y por la encuestadora Morning Consult, en la actualidad las personas con tendencias autoritarias se han concentrado en el GOP. Mientras que el 55 por ciento de sus votantes presenta esa característica, esta está presente apenas en el 17 por ciento de los demócratas.

Sin embargo, como dijo a esta revista Matthew MacWilliams, un estudiante de doctorado de la Universidad de Massachusetts especializado en los efectos del autoritarismo en los procesos políticos, “el terreno ya estaba abonado para una persona como Trump. Si bien las tendencias autoritarias estaban latentes, con su discurso simplista y lleno de amenazas hacia Estados Unidos, él las activó y las estimuló. Pero eso no es todo. Una enorme proporción de la gente que no tiene tendencias autoritarias, al ver amenazada su seguridad puede desarrollarlas”. Y eso es grave, pues aunque es claro que un demócrata –por más autoritario que sea– difícilmente votaría por un radical como Trump, en la actualidad dos de cada tres votantes son independientes. Y según la encuesta de Vox, casi el 40 por ciento de ellos tiene tendencias autoritarias. “Trump tiene dónde crecer y sus posibilidades de llegar a la Casa Blanca son reales”, dijo MacWilliams.

La disfuncionalidad de la política estadounidense ha impedido hasta ahora ver el peligro que representa el magnate para el mundo. Desde hace años, el Partido Republicano ha promovido guerras y políticas discriminatorias, en las que el miedo y la manipulación mediática han jugado un papel importante. Hoy, como en la leyenda del aprendiz de brujo, sus aterrados líderes no saben qué hacer con un xenófobo que los avergüenza, pero que, simplemente, quiere llevar al extremo las políticas que llevan años promoviendo.