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Aunque faltan más de cuatro meses para las elecciones primarias, quedan muy pocos obstáculos en el camino de la demócrata Hillary Clinton y se multiplican los del magnate Donald Trump. | Foto: A.F.P.

ESTADOS UNIDOS

¡Cae Trump y se dispara Hillary!

El magnate se descuelga, mientras que ella se fortalece incluso cuando la atacan.

31 de octubre de 2015

Si el 8 de noviembre del año próximo Hillary Clinton gana la Presidencia de Estados Unidos, siempre se dirá que la semana que acaba de pasar definió esa situación. Hasta ahora estaba cayendo en las encuestas, tenía un par de miniescándalos encima, la amenazaba la posible candidatura del vicepresidente Joe Biden y un rival demócrata que le estaba pisando los talones. Pero todo cambió en ocho días.

Primero llegó su gran desempeño en el debate de los precandidatos demócratas, en el cual, según absolutamente todos los observadores políticos, arrasó a sus contrincantes. Además de mostrar conocimientos, sentido del humor y experiencia, contó con la inesperada ayuda del precandidato que se le estaba acercando en las encuestas: Bernie Sanders. Cuando la obsesión de todos sus contradictores era atacarla por su supuesta utilización indebida de su e-mail personal para manejar la correspondencia oficial de la Secretaría de Estado, Sanders interrumpió el debate para gritar: “Estados Unidos está harto de oír hablar de tus malditos correos electrónicos”. Con esa manita de su contendor, su triunfo en el debate fue total.

Y hablando de Sanders, pocos entienden cómo puede estar de segundo en las encuestas un socialista radical de 74 años. Sus posiciones ideológicas son de lucha de clases con terminología mamerta. Sin embargo, el sistema político en Estados Unidos está tan desacreditado, que ese anciano que grita como un profeta iluminado había sido hasta ahora el único problema de Hillary Clinton.

No era un problema serio, pues en una economía capitalista como la estadounidense no puede ser presidente un cuasi comunista. El problema serio se llamaba Joe Biden. El vicepresidente hizo creer a todo el mundo que, como la candidatura de Hillary estaba estancada, él se lanzaría al ruedo para recoger las banderas de la administración Obama. Con ocho años menos que ella y sin el peso muerto de un apellido dinástico, su posible candidatura podía acentuar el incipiente rechazo que estaba generando Hillary. Sin embargo, ella se lució de tal manera en el debate, que Biden se corrió y, con él fuera del camino, la nominación de la ex primera dama está asegurada.

Lo único que le faltaba a Hillary para terminar la semana con broche de oro era enfrentar en el Congreso a los republicanos, que la habían citado para arrinconarla en lo que ha sido su segundo miniescándalo después del de los e-mails. En este caso se trata de la acusación según la cual su negligencia como secretaria de Estado habría agravado los hechos ocurridos en 2012 en Benghazi, al oriente de Libia, cuando un ataque contra el Consulado de Estados Unidos dejó cuatro diplomáticos muertos.

Once horas duró ese interrogatorio, que acabó, sin embargo, convirtiéndose en un mano a mano. Hillary enfrentó una tras otra todas las acusaciones y al final no solo los derrotó, sino que demostró que sus inquisidores eran unos ineptos.

Todo esto coincidió con la semana en la que comenzó a desplomarse el fenómeno Trump. Hasta mediados de octubre, el magnate ganaba en todos los estados y también a nivel nacional. De pronto un cirujano afroamericano de nombre Ben Carson lo pasó en las encuestas de Iowa, un estado insignificante donde hay un caucus con muy pocos votantes, pero crucial en la contienda por ser la primera medición de fuerzas de la campaña. La segunda es en el estado de New Hampshire, y generalmente el que gana esas dos votaciones –o por lo menos una de ellas– genera una bola de nieve que con frecuencia lo lleva a la Presidencia. Trump iba barriendo en ambos por su imagen de hombre frentero que decía las cosas como son, sin la diplomacia de los políticos tradicionales.

Pero el éxito de esa fórmula lo hizo desbocarse. De ser el candidato que le decía al pan, pan, y al vino, vino, pasó a ser un multimillonario arrogante con exceso de sobradez, que comenzó a generar indignación. Trump pasó de ser visto como políticamente incorrecto a ser un matón. A las periodistas que le preguntaban cosas incómodas les decía que tenían la menstruación. Hizo sacar a empujones de una rueda de prensa al periodista de Univisión Jorge Ramos. Satanizó a su rival Jeb Bush como un blando sin carácter, que para colmo de males hablaba en español con los latinos. Y al hombre que lo pasó en las encuestas, Ben Carson, le cobró sus creencias religiosas no protestantes, cosa que en Estados unidos está prohibido en las reglas del juego de la política. Solo terceras personas pueden decir esas cosas, pero nunca un candidato a nombre propio sobre sus rivales.

Todo lo anterior hace pensar que es muy difícil que la próxima persona que ocupe la Presidencia de Estados Unidos no sea Hillary Clinton. En su partido, el Demócrata, es imposible que la derrote Bernard Sanders, pues un candidato socialista nunca ganará la nominación de un partido tradicional. Y en cuanto al Republicano, tampoco parece concebible que tenga como portaestandarte a un matón folclórico como Trump, o a un neurocirujano de raza negra con cero experiencia en política. Tarde o temprano el candidato de ese partido tendrá que ser Jeb Bush o Marco Rubio. El primero está tan desacreditado que si de milagro llega a ser el candidato difícilmente le podría ganar a Hillary Clinton. Eso deja como el más probable candidato a Marco Rubio. Pero a él se llega más por descarte que por convicción: si ninguno de los otros es viable, alguien tiene que serlo. Sin embargo, no tiene ni la edad ni la experiencia ni la credibilidad que está mostrando la esposa de Bill Clinton por estos días.