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Elecciones en Estados Unidos: La batalla final

Estados Unidos no solo elegirá presidente. La superpotencia vive la controversia ideológica más fuerte de su historia reciente y va a escoger entre dos visiones que definirán el país del siglo XXI.

3 de noviembre de 2012

¿Coca Cola o Pepsi? ¿demó-crata o republicano? Hubo un tiempo en el que muchos hubieran contestado que los dos grandes partidos de Estados Unidos eran casi lo mismo. Tenían diferencias cosméticas, una cuestión de gusto, color o costumbre, casi como las gaseosas. Pero la campaña presidencial de este año, apretada, indecisa y sucia como pocas, sobre todo es diferente. Entre Mitt Romney y Barack Obama hay una grieta enorme, una fisura ideológica más pronunciada que en cualquier otra elección de la historia reciente. El próximo martes 6 de noviembre los estadounidenses no solo escogerán un partido, un candidato, un eslogan sino que van a elegir entre dos caminos, dos visiones opuestas que definirán al país del siglo XXI. Todo se va a resumir en el papel que el gobierno federal tendrá en la vida social, económica y política de Estados Unidos.

Para Ron Rothenbuhler, un carpintero jubilado de Toledo, una ciudad automotriz de Ohio, la respuesta es obvia. Como le dijo a SEMANA, "sin las ayudas de Obama la mitad de la gente no tendría trabajo, todo estaría cerrado, este sería un pueblo fantasma". Desde hace varias semanas no duerme más de cuatro horas por noche. Le dedica todo su tiempo a la campaña demócrata. Sabe que en su estado se van a definir las elecciones y que no hay un segundo que perder. Afirmó que "a mis 65 años nunca antes había sentido que mi modo de vida estuviera en peligro. Creo que son las elecciones más importantes que me ha tocado vivir".

Jim Irvine, un piloto de 47 años, vive a unos cuantos kilómetros de Rothenbuhler. Pero para él, "este gobierno es demasiado grande, demasiado opresivo, demasiado inefectivo. Hay que deshacerse de él, tenemos que eliminar lo que no funciona". Es director de Buckeyed Firearms, un grupo que promueve el derecho a portar armas. Está seguro de que Romney va a ser presidente. Le dijo a esta revista: "creo que Estados Unidos está amenazado. Espero que no nos sigan quitando nuestras libertades".

'Obama's way'

El 20 de enero de 2009 fue en Washington un día frío, pero eso no impidió que 2 millones de personas asisiteran a la posesión de Barack Obama. Ya se había desatado la crisis económica pero el optimismo desbordaba. En su discurso, Obama se presentó como la reencarnación de Franklin D. Roosevelt, el presidente que sacó a Estados Unidos de la Gran Depresión en los años treinta con una intervención federal masiva llamada New Deal. Obama prometió: "No solo crear puestos de trabajo, sino sentar nuevas bases de crecimiento. Construiremos las carreteras y los puentes, las redes eléctricas y las líneas digitales que nutren nuestro comercio y nos unen a todos".

Dicho y hecho. El nuevo presidente le inyectó 800.000 millones de dólares a la economía para estimular el crecimiento. Invirtió en infraestructura, en asistencia para los más pobres, en educación, en salud, en vivienda, en energía renovable, e hizo algunos recortes fiscales. Impuso una reforma a los banqueros de Wall Street, reguló las industrias que más contaminan e impulsó una ley para proteger a los consumidores. En 2009 salvó de la bancarrota a General Motors y a Chrysler, los dos colosos de la industria automotriz nacional. Según su campaña, gracias a eso más de 1 millón de personas conservaron sus empleos.

En 2010 Obama dio un paso más al promover una megarreforma al sistema de salud. Hasta entonces en Estados Unidos solo estaban asegurados los que quisieran o los que pudieran. Así, más de 45 millones de estadounidenses vivían a la merced de la enfermedad. Ron Rothenbuhler le contó a SEMANA que antes del 'Obamacare', como se ha venido a conocer la ley, "había ciudadanos de segunda clase, si alguien estaba grave, solo le quedaban dos salidas: morirse o empeñar su casa para pagar la hospitalización". Ahora la cobertura es obligatoria para todos y se subsidia con créditos federales o aportes de los empleadores.

Pero mientras el intervencionismo de Washington aumentaba, también lo hacía la deuda pública. Cuando Obama recibió la Casa Blanca esta era de 10,7 billones de dólares. Ahora es de más de 16 billones, y promete seguir creciendo, pues la economía no despega. Hay 13 millones de estadounidenses desempleados, 47 millones de personas con ayuda federal para alimentarse, 16 por ciento de la población es pobre y se planea que este año la economía crezca menos de dos por ciento. Aunque el problema de la deuda venía desde antes, los economistas ortodoxos crucificaron a Obama por gastar en tiempos de vacas flacas.

Para muchos Obama fue demasiado lejos. En una entrevista la intelectual Camille Paglia, quien votó por él hace cuatro años, dijo que "el 'Obamacare' es una intrusión estalinista en la cultura estadounidense ". El politólogo Paul Kengor, autor de El comunista: Frank Marshall Davis: la historia no contada del mentor de Barack Obama, le dijo a SEMANA que "Obama va hacia el socialismo, cree en el colectivismo, en el Gran Gobierno. Él está a la izquierda de la izquierda. Eso es lo que es". Y es que en Estados Unidos, meterse con los derechos individuales es un pecado mortal.

Los más conservadores rechazan todo lo que venga de Washington, así sea para salvarles la vida. Jim Irvine, el armamentista de Ohio, le dijo a SEMANA que "sus políticas son antilibertad. Las armas son libertad. Con eso cazo y alimento a mi familia sin ayudas gubernamentales. Con eso me defiendo, no necesito llamar al 911 cada vez que hay un problema". Hay incluso quienes acusan a Obama de instigar una guerra de clases por decir que "el problema de nuestra economía es que hay una brecha entre los ultrarricos y el resto" o por acusar a Romney de ser "un pirata corporativo". La revista Forbes incluso escribió que Obama era un "socialista en la tradición reformista marxista europea". En Estados Unidos decirle eso a alguien es peor que mentarle la madre.

Mitt al ataque

¿Fue Obama demasiado lejos? Esa fue la lectura que hizo Mitt Romney al cabalgar sobre esas voces extremistas y profundizar las divisiones. Hace unos años era un político moderado, centrista, que siendo gobernador de Massachusetts pactó con los demócratas para sacar adelante una agenda conjunta y que incluso aumentó la intervención del Estado. Ahora es el campeón del antigobierno, alguien que ha dicho en la campaña, citando a Ronald Reagan, "el gobierno no es la solución a nuestros problemas, es nuestro problema".

Ese cambio radical tiene mucho de oportunismo político. Samuel Popkin, asesor demócrata de las campañas de Bill Clinton y de Al Gore y autor de The Reasoning Voter: Communication and Persuasion in Presidential Campaigns, le dijo a SEMANA que "en el partido republicano hay una guerra civil, con tres fuertes movimientos de base: los religiosos del Sur, los millonarios que no quieren impuestos y los blancos furiosos, el Tea Party. Los locos de la base le ganaron a la élite republicana y Romney está atrapado. Llevó la campaña demasiado a la derecha y ahora trata de volver al centro, pero es demasiado tarde".

La medicina de Romney para Estados Unidos es venenosa. Promete recortar, cercenar, amputar de cualquier manera el presupuesto. Quiere disminuir los gastos federales en 500.000 millones de dólares por año, va a privatizar los trenes Amtrak, acabar con el 'Obamacare', reducir los subsidios artísticos, eliminar programas de planificación, disminuir la cooperación exterior y someter la burocracia a dieta. Como dijo un asesor republicano, "hay que tener un gobierno lo suficientemente pequeño para que lo podamos ahogar en la tina". La otra parte del plan de Romney es reducir los impuestos. Muchos no entienden cómo va a lograrlo en tiempos de crisis, pero en todo caso el programa tiene radiantes a los radicales.

Así, si para algunos Obama es un comunista, Romney es un vampiro capitalista. Él no se ayudó con una declaración, filmada por una cámara escondida, en la que dijo que "no nos sirve el 47 por ciento de los votantes. Dependen del gobierno, creen que son víctimas, creen que el gobierno tiene la responsabilidad de ocuparse de ellos, creen que tienen derecho a salud, a comida, a vivienda, a cuanta cosa".

Por si su ortodoxia no era lo suficientemente clara, en agosto escogió a Paul Ryan como fórmula vicepresidencial. Con solo 28 años Ryan llegó al Congreso en 1999, representando a Wisconsin. Energético, carismático, de origen humilde y católico, es el adalid de la revolución ultraconservadora contra la Casa Blanca. En el congreso se hizo famoso por controvertir los presupuestos de Obama y elaborar la contrapropuesta republicana. Su idea es reducir los gastos en 5 billones de dólares recortando a diestra y siniestra y reduciendo impuestos. El premio Nobel de Economía Paul Krugman dijo que el plan era "ridículo y descorazonado" pues favorece a los ricos y golpea lo pobres. Obama lo calificó de "darwinismo social" e incluso el republicano Newt Gingrich dijo que era "ingeniería social de derecha". Con Ryan a bordo Romney mostró que iba a llevar su campaña a la extrema derecha.

Si Obama prometió combatir el calentamiento global, reformar la ley migratoria, apoyar el matrimonio homosexual y el aborto, invertir en energía verde, seguir inyectando dinero público para estimular empleos, Romney le tomó la contraria en todo.

El problema es que estas estrategias están llevando el país a divisiones cada vez más hondas. Si hace cuatro años Obama prometió una presidencia por encima de los intereses partidistas, eso ahora parece una quimera. Y si Romney sacaba a relucir su trabajo con los demócratas cuando era gobernador de Massachusetts, con la vicepresidencia de Ryan es casi imposible. El politólogo Gary Jacobson, autor de The Electoral Origins of Divided Government, le dijo a SEMANA que "Estados Unidos es un país dividido. Las elecciones no van a unir el país, todo lo contrario. Lo peor es que el país además está dividido no solo por ideologías y partidos, sino por clases, valores, religiones, origen étnico. La lucha es fuerte en toda la sociedad, es un periodo de tensión".

La semana pasada, la tormenta Sandy irrumpió en la campaña como un trágico revelador de los dos caminos que le esperan a Estados Unidos. Obama activó la Agencia Federal para la Gestión de Emergencias (Fema) que revivió después de que George W. Bush le recortara su presupuesto. Romney en cambio, antes de la tormenta, dijo que quería acabar con la Fema.

Una opinión que difícilmente podía compartir Chris Christie, gobernador de Nueva Jersey, uno de los estados más golpeados. A pesar de que apoya a Romney, dijo que "el presidente ha sido increíble".

Tal vez esto sirva para que muchos estadounidenses entiendan lo que está en juego.Recortar, dejar que el mercado se haga cargo de todo, rechazar la evidencia del cambio climático puede ser mortal.

Si Obama pierde, su presidencia quedaría en la historia como un paréntesis en la hegemonía neoconservadora instaurada por Ronald Reagan. Si gana, el país daría un vuelco similar al que dio ese presidente en 1980, pero en el sentido contrario, hacia un sistema más intervencionista y liberal.

Cada cuatro años a los norteamericanos les dicen que estas son las elecciones más importantes de sus vidas. Esta vez es verdad. Está en juego la relación entre el estado y los ciudadanos, el corazón del contrato social de Estados Unidos.