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EMPIEZA CRISTO A PADECER

El escándalo del envío de armas a Irán origina crisis de credibilidad en la administración Reagan.

22 de diciembre de 1986

Por primera vez desde que llegó a la Presidencia en 1980, republicanos y demócratas, amigos y enemigos de la administración del presidente Ronald Reagan, hablan de crisis. Durante seis años, el talento de actor, la innegable habilidad política y las dotes de comunicador de Reagan fueron suficientes para llevarlo a la Casa Blanca, luego reelegirlo y alcanzaron hasta para que, apenas unos días antes de las recientes elecciones, el Presidente pudiera jactarse de tener aún una popularidad del 67%.
Sin embargo, en los últimos cuatro meses el "ángel" del Presidente de Teflón, como han dado en llamarlo los norteamericanos (porque ninguna crítica le pega) parece haber empezado a desvanecerse. Primero fue la campaña de desinformación sobre Libia, luego el caso Daniloff, el arresto de Hasenfus en Nicaragua y ahora la venta de armas a Irán a cambio de rehenes.

LA OPINION
En todos los casos el Presidente, ya veterano en el arte de leer e interpretar papeles, pretendió convencer a la opinión pública exactamente de lo contrario a lo demostrado por los hechos y la opinión, a pesar de sus críticas, lo soportó a tal punto que tras la reciente derrota electoral, a la hora de hablar de responsabilidades, las voces de los analistas políticos eran casi unánimes al echarle la culpa de los platos rotos más a la incapacidad de los republicanos para mostrar su liderazgo en cada estado que a los errores de Reagan y su administración. Pero en el caso de Iran, parece haberse llenado la copa y así el Presidente quiera darle otro nombre diplomacia, geopolítica o el que sea, para la opinión los hechos han resultado claros: armas por rehenes, con todo lo que ello implica.
A diferencia de lo sucedido en ocasiones anteriores, en que la "magia" de Reagan en la pantalla había logrado calmar las críticas frente a sus controvertidas actuaciones, esta vez las dos intervenciones del Presidente estuvieron muy lejos de convencer. En una encuesta realizada por la cadena ABC despues de la primera alocución, el 79% de las personas desaprobaron la actitud presidencial, dato que coincide con una encuesta posterior de Los Angeles Times en la cual el 79% de los entrevistados consideró las explicaciones del Presidente por televisión "esencialmente falsas" .

EL CONGRESO
La crisis de credibilidad de Reagan no se limita, sin embargo, a la opinión pública. En el Congreso, donde ya no cuenta con la mayoría en el Senado, incluso republicanos conservadores como Barry Goldwater de Arizona, calificaron el envío de armas a Irán como "uno de los errores más graves que hayan cometido los Estados Unidos en política exterior"; mientras, los demócratas, que a partir de enero asumirán el manejo de las comisiones más importantes anunciaban desde ya el tono que adquirirán las investigaciones y debates al advertir que no están dispuestos a aceptar que la administración aplique el "privilegio del Ejecutivo" que la ley le otorga para impedir que los miembros del Consejo Nacional de Seguridad, directamente implicados en el caso, se abstengan de atestiguar frente al Congreso. La indignación de los congresistas, republicanos y demócratas, se debe ante todo a que Reagan mantuvo al Congreso completamente al margen de las negociaciones aun en los casos en que tenía obligación de haberlo informado, como en el de la intervención de la CIA. Aunque inicialmente se dijo que la CIA no había tomado parte en el caso, posteriormente se confirmó no sólo su participación, sino además que el Presidente había ordenado a su director William Casey quedarse callado, contraviniendo claramente la ley que establece que la agencia debe reportar todas sus actividades al Congreso. Adicionalmente, hasta la semana pasada se conoció en Capitol Hill que el Presidente el 17 de enero dé este año firmó una especie de decreto presidencial estableciendo excepciones, cuando el interés nacional este de por medio, al embargo decretado contra Irán en 1980.
Aunque en estos casos la ley dice que el Presidente "informará al Congreso dentro de un plazo prudente", es obvio que ningún congresista puede ver como "prudente" el plazo de 10 meses que se tomó el Presidente para comunicárselo al Congreso y menos dentro de las actuales circunstancias.

LA ADMINISTRACION
Al interior de la administración, la crisis también es evidente y las opiniones se hallan claramente divididas entre quienes fueron cómplices de la aventura presidencial como el Cheff de Staff Ronald Regan (equivalente a secretario general de la Presidencia) y el director del Consejo Nacional de Seguridad, el vicealmirante John M. Poindexter, y quienes se opusieron a ella como el secretario de Estado George Shultz y el de Defensa Caspar Weinberger. A los rumores de renuncia de Shultz siguieron los de las concesiones que Reagan le habría hecho con tal de que permaneciera en el cargo, incluida la de no enviar más armas a Irán, que el Presidente anunció públicamente en su última alocución. Oficiales cercanos al secretario de Estado aseguran, sin embargo, que ello no es suficiente y que si bien el secretario permanecerá en su cargo por algún tiempo más, mientras pasa un poco la tormenta, los días de Shultz en la administración están contados. De ser así, la moral de la administración que vería en ello una muestra clara del deterioro del gobierno, podría descender a niveles tan bajos que hiciera languidecer totalmente los dos últimos años de Reagan en la Casa Blanca. Mientras tanto, Donald Regan y Poindexter se debaten entre el silencio y la autodefensa, generando alrededor de ellos y las contradicciones en que incurren a diario, una atmósfera de recelo y desconfianza pero sobre todo una creciente sensación de incompetencia.

EL MUNDO
La crisis de credibilidad del Presidente va mucho más allá de sus fronteras. Si en Europa aún mantiene de su lado a Francia y a Italia, más por aquello de "quien tiene rabo de paja no se acerque al fuego" que por cualquier otra cosa, y a Gran Bretaña que espera por acción de bumerán que ello repercuta en un mayor apoyo para sus acciones contra Siria, no puede decirse lo mismo de los países árabes. Desde el inicio de la guerra del Golfo Pérsico, Estados Unidos ha insistido frente a los países árabes prooccidentales en su neutralidad ante el conflicto. El enviar armas a Irán contradice claramente esa política, no importa cuáles sean los motivos que se argumenten. Y perder la confianza de los árabes amigos significa perder capacidad de influencia en una zona neurálgica del mundo, económica y geopolíticamente. En cuanto a Israel, Reagan se ha negado a confirmar que sea el tercer país envuelto en las negociaciones, aunque tampoco se ha atrevido a negarlo abiertamente. No obstante, las declaraciones de fuentes israelíes que la prensa norteamericana considera confiables no dejan duda sobre el particular, hecho que tensiona aún más las relaciones en el área.
Cuánto se demorará la crisis en tocar fondo o si llegará a tocarlo, es aún muy difícil de predecir. Sin embargo, el que la tendencia en la opinión sea a cuestionar a fondo ya no un hecho sino en general la competencia de la administración y se esté llegando a poner en duda la capacidad de juicio del Presidente para tomar decisiones en una materia fundamental como es la política exterior, permite pensar que quizás ahora sí esté a punto de desbordarse la copa y éste pueda ser el comienzo del fin de la era reaganiana.