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EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO

Apoyado por las ovaciones de una convención opulenta, pero con un arduo camino por recorrer, George Bush se lanza en pos de la reelección.

21 de septiembre de 1992

CUATRO AñOS MAS", GRITABA ENFEBRECIda la multitud mientras se abría la Convención Número 35 del Partido Republicano. Una convención que a pesar del enorme despliegue logístico y del entusiasmo de los delegados, no logró ocultar que el camino que deberá recorrer de aquí en adelante el presidente George Bush hacia la reelección, más se parece al de un aspi rante que al del hombre que ha vivido en la Casa Blanca durante los últimos cuatro años.
Porque lo cierto es que los presidentes en funciones tienen tradicionalmente una ventaja implícita de la que Bush claramente carece. La historia política norteamericana señala que los presidentes que aspiran a la reelección es decir, todos los que terminan su primer período llegan a su respectiva convención con sus políticas definidas y sus temas de campaña perfectamente delineados. Pero ese no es el caso de George Bush. Su presentación en el Astrodome de Houston careció de lo que un comentarista norteamericano llamó "el aura de invencibilidad" de Ronald Reagan, y más se pareció a Jimmy Carter uno de los ejemplos recientes de un presidente derrotado.
La prueba de ello es que desde que las cosas empezaron a ir cuesta abajo para Bush, los republicanos no comenzaron a buscar sus fallas sino a quién echarle la culpa de sus problemas. De ahí a convertir las debilidades de la fórmula demócrata, y no sus pro pias virtudes en el tema de campaña, no había sino un paso. Bush y su vicepresidente Dan Quayle se dedicaron a culpar a los demócratas por todo, incluida su incumplimiento de la promesa de "no más impuestos", que tanta credibilidad le ha costado al presidente. Esa gaffe, para los republicanos, es responsabilidad del Congreso dominado por los demócratas.
Ese fue el tema predominante en la Convención. Uno tras otro, los discursos se dedicaron a atacar a Clinton en todos los campos imaginables. ¿Cómo podría el gobernador de Arkansas, manejar la política internacional del país más poderoso del mundo? ¿Si Bill Clinton eludió el servicio militar, con qué autoridad podría convertirse en el comandante supremo de las Fuerzas Armadas? En tres noches consecutivas, Clinton fue pintado por los oradores como el gobernador de un estado atrasado, que ocupa el último lugar en la Unión en términos de ingreso pro medio familiar, en puestos de trabajo para la gente joven, en política ambiental; como miembro de un partido al que le encanta elevar los impuestos para sostener sus extravagantes gastos sociales a costa del "buen trabajador norteamericano", un izquierdista disfrazado, gemelo político de Jimmy Carter y, en general, como alguien a quien no se debería confiar la dirección del país. Esa tendencia fue el tema recurrente en casi todos los discursos. El comentarista de televisión y ex precandidato Pat Buchanan, dejando de lado sus ácidas críticas contra el presidente, puso lo que sería el tono de la convención cuando dijo, palabras más, palabras menos, que quienes sean republicanos son los únicos verdaderos norteamericanos. Una posición tan extremista obtuvo muchas ovaciones en el recinto, pero pocos elogios entre los políticos serios. Uno de ellos, el senador republicano Richard Lugar, comentó que "ese no es un mensaje ganador, porque no se constituyen mayorías al excluir grandes grupos de personas, ni se es conservador con ser desagradable".
Por contraste, los discursos derrocharon elogios por la figura de Bush: sus años como el piloto más joven de la marina en la Segunda Guerra Mundial, condecorado por heroísmo en combate, su calidad de padre y abuelo, sus habilidades como hombre de negocios capaz de levantar una gran fortuna en pocos años de trabajo, su calidad de libertador de Kuwait y de triunfador en la Guerra Fría.
Pero a la hora de las definiciones, cuando se trataba de explicar por qué querían cuatro años más, las cosas no resultaron tan claras. Los republicanos y en especial Bush, tienen el sabor agridulce de considerarse unos ganadores de la guerra fría a quienes nadie quiere dar el crédito. Con el agravante adicional de que sin el comunismo como enemigo, los votantes están más interesa dos en los problemas económicos internos, que en la nueva superpotencia.
Y como el tema económico es precisamente el talón de Aquiles de este gobierno, la campaña decidió mirar hacia un tema que ha sido tradicionalmente su caballo de batalla: los valores familiares. En esas condiciones resulta obvio que la verdadera estrella de la convención fuera la primera dama Barbara Bush. La insólita aparición de la señora Bush que tiene un porcentaje de simpatía entre el electorado mucho mayor que el de su marido subrayó que los republicanos están dispuestos a usar cualquier arma que tengan a mano para retener una presidencia que parece escapárseles de las manos. Pero también subrayó la nueva imagen estratégica del "Gran y Viejo Partido". Si en 1988 los republicanos se apropiaron de la bandera y los símbolos patrios para presentarse como el partido del patriotismo, en esta ocasión su tema fue la defensa de la familia. Nadie como Barbara Bush para ello.
Pero hasta en ese punto, que parecería a primera vista absolutamente inocente, subyacía la tónica prevalente en la retórica republicana: la comparación negativa. Si el partido de Bush es el defensor de la familia, es porque según los republicanos, el contendor demócrata es una amenaza para su uni dad. La esposa del candidato a la vicepresidencia Marilyn Quayle se convirtió en el símbolo de la sacrificada mujer de los 90, aquella que deja de lado su carrera para atender a sus hijos, pa ra hacer contrapeso a Hillary Clinton, la aspirante a primera dama demócrata, que es una abogada exitosa.
Ni siquiera en ese campo tan familiar, los republicanos presentaron un frente uniforme. Mientras la plataforma adoptada el primer día de la convención abrazó la prohibición del aborto, tanto la señora Bush como el vicepresidente Quayle dejaron en el aire una cierta preferencia por la libertad de escogencia.
Para muchos analistas, incluso partidarios de Bush, nunca como hoy el partido republicano parece más desorientado. Su viejo caballo de batalla, la firmeza de sus posiciones ante el comunismo, dio paso a un mundo en el que ya no es tan fácil dilucidar dónde están los amigos y dónde los enemigos. En condiciones semejantes, sólo la recuperación dramática de la economía del país parece capaz de levantar de verdad las acciones reeleccionistas. Pero aunque Bush cerró su día con un discurso que recibió buenos comentarios, su programa de cambio y de reducción del déficit resultó demasiado general como para ser contundente.
Al final de la convención, las encuestas señalaban un repunte de Bush, quien pasó de 20 puntos de desventaja ante Clinton, a sólo 10. Ese era el objetivo de la campaña republicana, y evi dentemente pone de nuevo al presidente en condiciones de ganar la batalla de noviembre. Pero para algunos, los antecedentes históricos no juegan en favor de la fórmula reeleccionista. Desde 1956, según señalan las cifras de la organización Gallup, el presidente en funciones ha estado a la cabeza de todas las encuestas para triunfar en las elecciones, o ha estado a la zaga en todas ellas para finalmente perder. La única excepción fue la de Jimmy Carter, quien tuvo una estrecha ventaja en dos oca siones sobre su retador Ronald Reagan pero finalmente perdió, lo cual tampoco es un buen precedente para Bush.
Para el analista William Schneider, esa tendencia significa que las elecciones en las que uno de los candidatos busca la reelección, el electorado forma su opinión muy pronto. "La cues tión clave es si los votantes piensan que el presidente merece ser elegido, y una vez que asumen una opinión, casi nadie es capaz de hacerles cambiar".

UNA GUERRA SIN RIESGOS
GEORGE BUSH SABE QUE SI PAra noviembre no ha puesto de rodillas a Saddam Hussein, le será muy difícil ganar las elecciones. Esa tesis, sostenida por muchos analistas norteamericanos, es reforzada por el hecho de que Washington parece dispuesto a acudir a cualquier pretexto para forzar una confrontación con el gobierno de Bagdad.
Luego de inundar a Irak en mayo con dinero falso para desestabilizar su economía, el gobierno de Bush se embarcó en el apoyo a un grupo de militares disidentes, en uno de los secretos peor guardados de la historia reciente. Cuando Saddam aplastó a los golpistas en junio pasado y efectuó una purga en la cúpula de sus fuerzas armadas, Washington decidió aprovechar el incumplimiento de los términos del cese al fuego de la guerra del golfo, para desencadenar un enfrentamiento directo que resultara en la caída del presidente iraquí.
El episodio que se presentó en julio pasado parecía ideal, pero terminó con una fea humillación para Bush. Hussein inició un juego del gato y el ratón en el que negó el ingreso a los inspectores de la ONU al Ministerio de Agricultura donde, se sospechaba, los iraquíes mantenían ciertos secretos militares. Pasaron 21 días y Hussein sólo cedió cuando la ONU aceptó que no hubiera en el equipo ningún inspector de los países que combatieron contra Irak. Saddam terminó proclamando a los cuatro vientos una "victoria diplomática". Exasperado por ese resultado, e] gobierno norteamericano decidió presionar una nueva visita que de ser negada, desencadenaría el bombardeo de las instalaciones. Pero ese plan fue revelado por el periódico The New York Times, que sostuvo que por realizarse en el fin de semana anterior a 12 iniciación de la Convención Republicana, estaba destinado a influír en ella.
Bush lo negó todo, pero menos de una semana después, el Departamento de Estado anunció que Estados Unidos y sus aliados Gran Bretaña y Francia, crearían una zona de exclusión para los vuelos de los aviones iraquíes en el sur del país a partir del paralelo 32 donde, según sostienen, Hussein está llevando a cabo una masacre contra los rebeldes chiítas. El bloqueo aéreo se haría en forma parecida al que existe sobre el norte para protección de los kurdos.
Ese plan, al revés de lo que ocurría con el anterior, no tiene el respaldo legal de la resolución de cese al fuego, que permite a Irak volar en esa región.
Por otra parte, la base de la represión iraquí no está tanto en los helicópteros como en los tanques y blindados, así que derribar aquellos no sería garantía de éxito, Pero aparte de que no hay garantía de que el ejército se rebelara contra Hussein (única forma de que caiga), la estrategia podría llevar a la des membración de Irak, un objetivo que el Departamento de Estado ha evitado consistentemente.
La división de Irak en tres regiones separadas, kurda en el norte, sunita en el centro y chiíta en el sur, es una posibilidad que los países árabes rechazan por principio, algo que Occidente comparte porque Irak es básico para la estabilidad de la región, y cualquier desmedro de su integridad sería un beneficio para Irán, cuyas intenciones de exportar la revolución islámica siguen vigentes. Turquía, un país musulmán pero no árabe, tampoco vería con muy buenos ojos la desmembración de Irak, porque ello podría acicatear los deseos de independencia de su propia población kurda.
Pero además, resulta obvio que los chiítas han estado bajo presión de Bagdad durante años y solamente ahora, con las elecciones ad portas, el gobierno de Bush resuelve actuar en su favor. Los musulmanes del mundo, muy doloridos por lo que sucede en Bosnia, donde sus hermanos están siendo masacrados sin que nadie haga nada, no recibirían bien esa doble moral.