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EN LA PUERTA DEL HORNO

Tras la masacre de Boipatong, el proceso político sudafricano se paraliza indefinidamente.

27 de julio de 1992

COMO HAN CAMBIADO las cosas desde que en diciembre del año pasado se inició la negociación para la reforma del sistema político de Sudáfrica. Entonces el presidente Frederick De Klerk era un héroe de talla mundial, que había logrado que los blancos de Sudáfrica aceptaran sentarse a dialogar con el Congreso Nacional Africano, con el objetivo de transferir el poder a la mayoría negra del país. Hoy, sin embargo, la situación parece salírsele de las manos y los logros obtenidos están a punto de fracasar. Dadas las condiciones sociales que se viven en Sudáfrica, donde 27 millones de negros viven oprimidos por cinco millones de blancos, eso puede significar una escalada sin precedentes de la violencia.
Desde que asumió el poder en 1989, De Klerk personificó una nueva actitud de su Partido Nacional, sobre la idea de que el viejo orden de cosas no podría sostenerse indefinidamente. No sólo liberó al líder Nelson Mandela (en prisión-desde 1963), y legalizó su Congreso Nacional Africano, sino inició la derogación de todas las leyes básicas del apartheid, para que la población negra tuviera los mismos derechos civiles que la de origen europeo. De Klerk tuvo incluso la fuerza para convocar en marzo pasado a un plebiscito para saber si la población blanca aprobaba las negociaciones y el SI obtuvo una clara mayoría del 69 por ciento.
Hoy, sin embargo, Sudáfrica presenta un panorama mucho menos optimista. Hace dos semanas un grupo de zulúes del partido Inkhata (viejo aliado de los grupos blancos de derecha y empeñado en una verdadera guerra civil contra el CNA) equipado con lanzas -"armas culturales"-, masacró a 39 hombres mujeres y niños residentes en el villorrio negro de Boipatong, cerca de Johannesburgo. Los testimonios indican que la masacre fue perpetrada con participación de agentes de la policía, quienes no sólo transportaron a los terroristas hasta el lugar, sino dispararon contra quienes huían despavoridos.
El hecho desencadenó la indignación mundial, y en Sudáfrica detonó la suspensión de las negociaciones que se venían realizando bajo el nombre de "Convención para una Sudáfrica Democrática". Lo peor es que no es la primera vez que se habla de vínculos entre los terroristas de Inkhata y las fuerzas de seguridad del gobierno. El problema que tiene ahora De Klerk es restaurar su credibilidad ante el CNA, y lograr que la Convención siga su curso. Algo cada vez más difícil, sobre todo después de que Mandela, en un discurso pronunciado en el lugar de los hechos, dyo que "No puedo seguir explicándole a mi gente por qué continuamos conversando con un gobierno que nos asesina". "!Queremos armas!", contestaba la multitud.
En marzo pasado, luego del espaldarazo del referéndum, las cosas iban tan bien que se hablaba de que para junio 30 estaría instalado un gobierno de transición, en el que participarían por primera vez los negros. Pero una cosa era dejar que los negros se bañaran en las mismas playas y otra entregarles el poder. A pesar de los grandes avances obtenidos, las conversaciones comenzaron a perder impulso hasta que se bloquearon por varias razones:
- El CNA quiere un gobierno en el que la mayoría tenga una clara preeminencia, mientras el Partido Nacional, en consonancia con lo dicho por el presidente en su posesión, quiere mantener mecanismos que permitan que los blancos conserven porciones significativas de poder.
- Las partes han convenido que la transición hacia la democracia tenga lugar bajo un gobierno provisional y en dos fases. Mandela quiere que esas etapas sean claramente determinadas -para evitar que la negociación se haga eterna- y que la Constitución sea reformada en un solo paquete. De Klerk sostiene en cambio que establecer fechas límite podría llevar a barrer la protección a las minorías.
- El CNA pretende que el gobierno se ejerza en forma centralizada, pero el Partido Conservador y el Inkhata de los zulúes preferirían un sistema federal que evite un monopolio de poder semejante al que existe desde hace casi 44 años.
Detrás de todo ello está la presión de quienes en el CNA creen que las negociaciones se dirigen hacia un punto muerto, y a los blancos del Partido Conservador, para quienes el gobierno ha cedido demasiado y está dispuesto a entregarles sin condiciones. Por eso, la matanza de Boipatong podría ser obra de extremistas de uno y otro bando con objetivos similares pero radicalmente opuestos.
El CNA ha puesto condiciones para retomar a la mesa, entre ellas la disolución del cuerpo de policía implicado y la prohibición de las "armas culturales" de los zulúes, y el arzobispo Desmond Tutu, premio Nobel de la Paz, ha sugerido que los atletas sudafricanos sean excluidos de las Olimpíadas, algo que sentirían mucho miles de sudafricanos blancos que tienen en esa participación el premio por su respaldo a De Klerk y la prueba de que han sido readmitidos a la comunidad intemacional. Todo ello podría influir la situación, pero existe consenso entre los analistas en que las posiciones de uno y otro bando son tan disímiles, que se requeriría un cambio de mentalidad fundamental. Un cambio que signifique que los blancos se acostumbren a la idea de perder su monopolio de poder y que los negros acepten una protección razonable a las minorías, un tema que, por otra parte, está encendiendo guerras en los cuatro puntos cardinales del planeta.