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El presidente iraní, Mahmoud Ahmadineyad, firmó todo tipo de acuerdos con su homólogo iraquí, Jalal Talabani, durante su visita a Bagdad. Fue la primera de un mandatario iraní desde la guerra entre los dos países en los 80

Irak

Enemigos íntimos

La visita del presidente iraní evidenció que el verdadero beneficiario de la invasión a Irak fue Teherán.

8 de marzo de 2008

Las paradojas de la vida. Al bajarse del avión que lo había trasladado a Bagdad, el presidente de Irán, Mahmoud Ahmadineyad, fue llevado hasta la casa de su homólogo iraquí, Jalal Talabani, bajo la rigurosa custodia de las tropas norteamericanas, que por estar a cargo de la seguridad del país tenían la responsabilidad de protegerlo. Las mismas tropas a las que Ahmadineyad fustigó y a las que pidió reiteradamente durante los dos días de su histórica visita que abandonaran el país por considerar su presencia "una humillación para los países de la zona".

Y es que la visita de Ahmadineyad a Irak, que concluyó el pasado lunes, es el último de los dolores de cabeza que Washington enfrenta al lidiar con Irán, un país al que acusa de buscar armas nucleares, razón por la cual la ONU aprobó, mientras Ahmadineyad estaba en Irak, un tercer paquete de sanciones. Pero que, a pesar de todo, ha terminado por consolidarse como la gran potencia de la región.

Aunque acusa a Teherán de querer desestabilizar Irak, a Estados Unidos no le quedó más remedio que aceptar la invitación que el gobierno de Bagdad, de mayoría chiíta, hizo al Presidente iraní . "Es ridículo que aquellos que han desplegado 160.000 tropas en Irak nos acusen de intervenir aquí", dijo Ahmadineyad.

Su visita fue la primera de un Presidente iraní desde la sangrienta guerra que sostuvieron ambos países entre 1980-1988. Por muchos años los dos vecinos tuvieron muy malas relaciones, pero este viaje muestra que los vínculos han entrado en una nueva etapa. El gobierno iraní argumenta que es uno de los pocos países que de verdad han apoyado el proceso político iraquí y, sin ir muy lejos, durante el viaje se firmaron siete acuerdos de cooperación por un millón de dólares en campos tan diversos como educación, salud, comercio y aduanas. La clave es, en gran medida, la religión. Más del 60 por ciento de los iraquíes son chiítas y tienen lazos con el 90 por ciento chiíta de Irán. Incluso durante el régimen de Saddam Hussein (de origen sunita) muchos líderes chiítas iraquíes vivieron exiliados del otro lado de la frontera.

A pesar de ser enemigos declarados, Washington y Teherán se necesitan el uno al otro en Irak. Al punto de que a pesar de la desconfianza, representantes de ambos países se han reunido cuatro veces para discutir el futuro de Irak, y aunque no han llegado a acuerdos, a los dos les interesa la estabilidad del país.

Washington sabe que Teherán es vital para mantener la seguridad, sobre todo en el sur dominado por grupos chiítas. De hecho, se cree que Irán tiene mucho que ver con la tregua que decretó el líder chiíta Moqtada al-Sadr hace unos meses, clave en la disminución de la violencia en el país. Sin embargo, Estados Unidos desconfía de los ayatollahs y su influencia en el débil gobierno iraquí. Un temor que comparten las poblaciones de la minoría sunita que salieron a protestar por la visita de Ahmadineyad. Durante los dos días hubo varios atentados.

"Mientras Irán trata de que el gobierno del presidente Talabani se fortalezca, Estados Unidos sólo busca mantener la ocupación de un país devastado por la guerra", dijo Ali Aqamohammadi, alto miembro del gobierno iraní, en esa conocida retórica en contra de Estados Unidos, el Gran Satán. Pero en realidad, en Teherán saben que la guerra les benefició al quitar del camino a Saddam Hussein, su otro gran enemigo. Su caída ha permitido a Irán ganar influencia en la zona y todas las ayudas para apoyar y fortalecer el gobierno iraquí (patrocinado por Washington) tienen el propósito de evitar que los sunitas recuperen el poder, algo catastrófico para los intereses de liderazgo de la república islámica. La imagen de Ahmadineyad escoltado por soldados estadounidenses refleja una paradoja más profunda: que tanto Teherán como Washington dependen de su enemigo para resguardar sus intereses.