Home

Mundo

Artículo

ENTRE DOS FUEGOS

En medio de comunistas y militares, Corazón Aquino lucha para mantener su gobierno

28 de septiembre de 1987

Una de las leyes de Murphy dice que "toda situación susceptible de empeorar, empeorará". Eso fue precisamente lo que le pasó a la presidenta filipina, Corazón Aquino, al atravesar la semana más difícil desde que asumió el poder en marzo de 1986. El miércoles 26, la situación laboral del país llegó a su punto más difícil, luego de que miles de conductores de transporte público, maestros empleados de teléfonos y obreros de fábricas se declararan en huelga para protestar contra las alzas en el precio de la gasolina. Algunos funcionarios reconocieron que casi la mitad del país estaba totalmente paralizado, no solamente por la intervención directa de la gente en la huelga, sino por las dificultades de transporte que hicieron que ni siquiera los partidarios de Aquino pudieran asistir a sus trabajos.
La huelga general fue el clímax de una difícil situación social en la que las riendas del país parecía que iban a salirse de las manos de la otrora superpopular Presidenta. La creciente actividad guerrillera, tanto en la capital como en las principales ciudades, llevó a muchos observadores a pensar que el gobierno estaba perdiendo terreno no sólo por la deteriorada situación laboral, sino por la pérdida de control en materia de orden público.
Algunos analistas coinciden en que los disturbios laborales constituyen en realidad, una urbanización de la creciente rebeldía en los campos. La reciente ola de huelgas parece ser dirigida por el Nuevo Ejército del Pueblo, el ala militar del partido comunista de Filipinas. Por otra parte, otro partido de izquierda, el Frente Nacional Democrático, tiene vínculos con el Movimiento Primero de Mayo, que fue precisamente el organizador de la huelga del miércoles y de una serie de disturbios y demostraciones que la precedieron, no sólo en Manila, sino en otras ciudades como Davao y Ciudad Cebú.
Ante el anuncio de que se realizaría la huelga, la presidenta Aquino anunció que habría un recorte parcial de las alzas en los precios, una medida de último momento que no alcanzó a evitar el arrollador éxito del movimiento huelguístico y exarcebó los ánimos de antiguos partidarios de Ferdinando Marcos, quienes esperaban al acecho para pescar en río revuelto y sacar partido del desorden.
La situación en Filipinas es explosiva, aún sin tomar en cuenta consideraciones políticas. El desempleo es del 15% en una población económicamente activa de 22.8 millones de personas, más un tercio de "subempleados", a quienes el gobierno clasifica así al tener menos de un día de trabajo por semana. A ello se agrega que el precio de los principales componentes de la dieta de los filipinos se ha doblado en los últimos días y que muchos empleadores han inflamado aún más el problema al continuar algunas prácticas salariales toleradas durante el gobierno del dictador Marcos. Menos de la mitad de las industrias de Manila pagan el jornal mínimo de 57 pesos (aproximadamente 750 colombianos). Investigaciones realizadas luego de los disturbios laborales de hace algunas semanas en Ciudad Cebú, revelaron que de las 86 fábricas involucradas, 80 no cumplían con las condiciones mínimas de trabajo, ni con los mínimos legales en materia salarial.
En medio de un panorama tan difícil, el sector empresarial también se preocupa, pero por razones diferentes. Aurelio Periquet, presidente de la Cámara Filipina de Comercio e Industria, afirma que "Lo que nos asusta no es sólo el número de las huelgas y paros, sino su carácter. Creemos que están infiltrados por el comunismo y el gobierno no puede hacer nada contra eso".
El resultado de la huelga del miércoles con su corolario de muertos y heridos, deja a Corazón en una situación de franca inestabilidad política. Agazapados detrás de los acontecimientos, estaban algunos sectores militares, que el viernes se declararon en franca rebeldía y atacaron el palacio presidencial y las estaciones oficiales de radio y televisión, en un cruento y fracasado intento de golpe de Estado. Según su líder, el coronel Gregorio Honasan, el golpe estaba destinado a restaurar la unidad nacional frente a lo que calificó como la pérdida de la voluntad política de Corazón Aquino, para enfrentar los numerosos problemas que afectan al país. Detrás del golpista se perciben las sombras del ex dictador Ferdinando Marcos y de su ministro de Defensa, Juan Ponce Enrile. Aunque la rebelión fue controlada por las fuerzas leales comandadas por el general Fidel Ramos, los rebeldes alcanzaron a tomarse importantes bases militares, como la de Campo Aguinaldo, en los suburbios de Ciudad Quezón, y algunas instalaciones militares en los alrededores de Manila. Aquino, saliendo de su mutismo, se presentó ante el país en un discurso difundido por la televisión privada y declaró a sus conciudadanos: "El gobierno está en firme control de la situación", el porvenir, es incierto, pues a la presidenta Aquino aunque le sobra corazón, parece faltarle fuerza política suficiente para enfrentar a los enemigos que la atacan por todos los flancos.