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ESA MALDITA PARED

Al renacer el protagonismo internacional de las Alemanias, vuelve sobre el tapete la posibilidad de su reunificación.

9 de octubre de 1989

Sus ejércitos tienen en total más de 660 mil hombres, el contingente más grande de Europa, excluida la URSS. Sus deportistas ganaron sobradamente, con 172 medallas, los Juegos Olímpicos de Seul. Su producto interno bruto de US$1.5 billones es el segundo en el mundo.
No tiene deuda externa y su balanza comercial registra un superavit que parece de mentiras. Todos los datos anteriores son absolutamente ciertos, pero ese país extraordinario no existe sino en la imaginación de los analistas y de algunos visionarios. De existir en el mundo político real, ese país se llamaría Alemania, a secas.
Pero Alemania como entidad territorial unitaria dejó de existir hace más de 40 años, desde cuando terminó la Segunda Guerra Mundial. Hoy está dividida en dos países, la Republica Federal (Occidental), capitalista y miembro de la OTAN, y la Republica Democrática (Oriental), comunista y parte del Pacto de Varsovia.
La división de Alemania sobrevino como una consecuencia lógica del resultado de la guerra. En 1945 la catástrofe mundial había convencido a los vencedores de que Alemania, que había desatado dos guerras mundiales en el presente siglo (y perdido ambas), era una amenaza contra la paz del planeta. Pero, además del obvio interés en desvertebrar al enemigo, las potencias vencedoras - la URSS y Estados Unidos -construyeron de hecho, alrededor de la división de Alemania, el nuevo modelo de distribución del poder mundial entre dos polos de influencia bien definidos.
Pero ese orden de cosas ya no es el mismo de antes. El viejo acuerdo de postguerra está minado de base. La implacable imagen del oso ruso, empeñado en la dominación mundial, se ha revestido con los ropajes de la paz, de la mano de su líder Mijail Gorbachov. Su movimiento hacia la reestructuración del sistema soviético ha sido seguido por algunos países de su órbita, al punto de que hoy llamarlos "satélites" resulta excesivo.
Sin embargo, los movimientos hacia la democratización, que han cambiado el panorama político de países como Polonia y Hungría, son impensables en Alemania Oriental. Otto Reinhold, rector de la Academia de Ciencias de la RDA, es quien ha definido en forma más clara la encrucijada. En un reciente programa radial berlinés, el ideólogo afirmó que una opción capitalista en su país "privaria a la RDA de su principal razón de existencia". Reinhold sostiene que, a diferencia de Polonia y Hungría, la RDA tiene su legitimación en el orden socioeconómico, "ya que fue creada como alternativa socialista en territorio alemán, ante la alternativa capitalista e imperialista de Alemania Federal".
Esa razón de fondo es la explicación, segun muchos analistas, de la resistencia extrema de las autoridades alemanas orientales a admitir reformas en su economía y en su orden político, al punto de que han creado un virtual bloque antirrenovador con Checoslovaquia y Rumania. Pero los hechos parecen llevar hacia un callejón sin salida. El creciente flujo de emigrantes de Alemania Oriental hacia la Occidental (100 mil se establecerán en 1989) parece demostrar lo afirmado por Dorothee Wilms, ministra federal de asuntos interalemanes quien recientemente declaró que la fuga se debía a que los germanoorientales habrían perdido toda esperanza en una renovación de su sistema. De continuar esa situación, pocos dudan que el flujo de trabajadores calificados llevaría indefectiblemente a la quiebra de la economía germano-oriental, que con tanto trabajo había logrado colocarse a la cabeza del bloque socialista.
Alemania Federal, que tiene la obligación constitucional de recibir en su seno a todos los alemanes, teme a su turno que el flujo de mano de obra más barata cree problemas de desempleo. Pero ninguna de las dos capitales, Bonn y Berlín, parece dispuesta a ceder en puntos ideológicos que han dominado sus relacíones durante 40 años.
Pero a pesar de que en el plano ideológico el asunto parece insoluble, la reunificación de Alemania es un hecho histórico que parece desarrollarse de forma imperceptible. Los alemanes occidentales irrigan la economía de Alemania Oriental con 5.000 millones de marcos al año, no sólo en inversiones formales, sino en regalos a sus parientes y amigos. Además, marcha un programa de interconexión eléctrica entre los dos países.
Por otro lado, las Alemanias intercambian miles de estudiantes, han establecido una red de ciudades hermanas, están unidas por la historia y el lenguaje y por una cultura capaz de producir a un Bach en Leipzig (en la oriental) y a un Beethoveren Bonn (en la occidental). No en vano Erich Honecker, líder de la primera, nació en la segunda, y el ministro de Relaciones Exteriores de la segunda, Hans Dietrich Genscher, nació en la primera. Al final del siglo XX, cuando todas las consideraciones que justificaron la división de Alemania han desaparecido o han cambiado - muchos alemanes han nacido más tarde, el mundo se pregunta si la misma fuerza -el amor por la "Madre Patria" que unió a multiples Estados germanos en el siglo pasado, será capaz de reunificar a Alemania. Pero para la mayoría de los observadores, cuando la unión se produzca, si es que ello ocurre, el orden mundial este-oeste imperante en la segunda mitad del siglo XX, habrá desaparecido.