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En ‘Invictus’, Morgan Freeman interpreta a Nelson Mandela

POLÍTICA

Estadistas de película

Dos producciones cinematográficas cuentan las inspiradoras historias del sudafricano Nelson Mandela y las del brasileño Luiz Inacio Lula da Silva.

26 de diciembre de 2009

En un pasaje de Invictus, la nueva película de Clint Eastwood, una multitud de eufóricos hinchas blancos ovaciona al presidente sudafricano Nelson Mandela, interpretado por Morgan Freeman, a pesar de que no hacía mucho lo consideraban una peligrosa amenaza. En una escena de Lula, o filho do Brasil, el filme brasileño más costoso de la historia, un joven Luiz Inacio Lula da Silva pronuncia un discurso sin micrófono en un estadio para 80.000 personas, y los asistentes van repitiendo sus palabras para que todos lo escuchen. Dos momentos mágicos, cinematográficos, que recrean episodios verdaderos.

A veces, hace falta un buen filme para recordar que en la política hay historias extraordinarias, como las de Mandela y Lula. El primero estuvo encerrado durante 27 años por combatir un sistema de segregación racial, el apartheid, que aseguraba la supremacía de la minoría blanca sobre la mayoría negra. Pero, en lugar de alimentar el resentimiento, aprovechó sus décadas en prisión para seducir a sus carceleros y madurar el proyecto político que, al salir de la cárcel, lo llevó a ejercer un liderazgo libre de rencores que propició la improbable reconciliación entre los sudafricanos. El segundo, nacido en el nordeste brasileño en una profunda pobreza, dejó la escuela a los 14 años para convertirse en tornero metalmecánico, combatió la dictadura como líder sindical y después se las arregló para ser elegido Presidente.

El milagro sudafricano

Cuando salió de su prolongado encierro por la presión popular y del bloqueo internacional al régimen blanco, Mandela ya era el preso político más famoso del mundo. Al día siguiente de haber obtenido su libertad, en 1990, comenzó su singular relación con los estadios. Más de 120.000 sudafricanos eufóricos, casi todos negros, abarrotaron el de Soweto para darle la bienvenida, y Mandela aprovechó ese primer discurso para hacer un llamado a dejar atrás los rencores y declarar que "una Sudáfrica sin 'apartheid' será un hogar mejor para todos", blancos y negros.

Pero una gran parte de la minoría blanca mantenía sus dudas sobre el líder, a quien el régimen había pintado durante años como el más peligroso de los terroristas. De lado y lado había grupos radicales que bien podrían haber ahogado en sangre los sueños de democracia. Eso no le impidió a Mandela ganar las primeras elecciones libres, en 1994, pero las heridas de la división seguían abiertas y la reconciliación no estaba sellada. Eso ocurrió un año después, en otro estadio, el Ellis Park de Johannesburgo, cuando Sudáfrica ganó la final del Mundial de rugby mientras otra multitud, en esta ocasión blanca en su mayoría, coreaba "Nel-son", una y otra vez.

El Mundial de rugby es, precisamente, el episodio en que se concentra la película que Hollywood sobre el líder sudafricano. En palabras de John Carlin, autor de El Factor Humano, el libro en el que se basa el filme, "un evento que destila la esencia del genio de Mandela y del milagro sudafricano". En Sudáfrica, el rugby era para los blancos una religión laica; para los negros, un símbolo de la dominación a la que habían sido sometidos. Tanto, que solían apoyar a los equipos que enfrentaban a los 'springbok', como se apoda a la selección.

Al llegar Mandela al poder, el país llevaba varios años separado de las competencias internacionales por las sanciones contra el apartheid. Pero al ser levantadas, Mandela entendió la oportunidad que representaba celebrar un campeonato mundial en su país, y tuvo la astucia de canalizarlo para sus fines. Se trató de un triunfo tanto político como deportivo. Los favoritos eran los All Blacks de Nueva Zelanda, considerados el mejor equipo del mundo. Pero, como reconocería el propio capitán derrotado, "Les oímos corear su nombre y pensamos: ¿cómo vamos a derrotarlos?" Al final, los sudafricanos lograron la hazaña, y Mandela, vestido con la camiseta del equipo, le entregó el trofeo al capitán, François Pienar, un musculoso atleta blanco interpretado por Matt Damon. La foto se constituyó en toda una postal de la nueva Sudáfrica.

Además del parecido físico, Morgan Freeman es un estudioso del fenómeno Mandela desde hace años. Las primeras críticas de la película, que ya se estrenó en Estados Unidos y llega en febrero a Colombia, hablan bellezas de su actuación.

El hijo de Brasil

Fabio Barreto, el director de Lula, o filho do Brasil, dijo que su mayor desafío fue buscar un actor para representar al Presidente. Mientras a Mandela lo interpreta un rostro mundialmente famoso, el actor que hace de Lula, Rui Ricardo Diaz, es un ilustre desconocido. Pero el parecido también es sorprendente.

La película está inspirada en la biografía escrita por la ex asesora de Lula Denise Paraná, pero no llega hasta su carrera política ni incluye, por ejemplo, las elecciones presidenciales que Lula perdió antes de llegar al poder, en 2002. Según los productores, esa parte pública es muy conocida y por eso la película se concentra en sus primeros 35 años, desde cuando nace en el nordeste, la región más pobre de Brasil, hasta cuando se enfrenta a los militares en las huelgas de los obreros metalúrgicos en los 80. De hecho, incluye algunas imágenes originales de aquellas marchas que ayudaron a acabar con la dictadura.

En el medio, cuenta la travesía familiar de 13 días en un camión de ganado para buscar mejores oportunidades en Sao Paulo, sus cursos para convertirse en mecánico, la forma como perdió a su primera mujer, que murió mientras daba a luz, y su ascenso como líder sindical.

Es una producción ambiciosa. El presupuesto, cercano a 10 millones de dólares, no tiene antecedentes en el cine brasileño y se prevé que la exhiban en más de 400 salas, además de unas pantallas itinerantes para que llegue a los rincones más apartados y pobres donde no hay cine. Adicionalmente, los 10 millones de sindicalistas que hay en Brasil se van a movilizar para darle difusión. Por eso se espera que la vean unos 20 millones de brasileños, un nuevo récord para una producción nacional.

Aún antes de su estreno comercial, el primero de enero, ya ha despertado controversia. La oposición asegura que es una estrategia de propaganda política para convertir a Lula en una leyenda, precisamente en el año de las elecciones presidenciales. Lula ya eligió su sucesora, la ex guerrillera y ministra Dilma Roussef, pero la oposición lidera las encuestas con José Serra. Oficialmente, la película, financiada con capital privado, nada tiene que ver con el gobierno. Pero en las filas del oficialista Partido de los Trabajadores reconocen que va a pesar en las elecciones, mientras los productores aseguran que sus intereses no son políticos, sino comerciales. Lula asistió a una función especial junto a su esposa, Marisa Leticia, y Dilma. Al final no hizo ningún comentario, aunque los más suspicaces recuerdan que Lula, defensor de las alternancias y aclamado por rehusar cambiar la Constitución en beneficio propio, podría regresar en 2014.

Las historias de Mandela y de Lula, a su manera, dan cuenta del éxito no sólo de sus protagonistas, sino también de sus países. Sudáfrica pasó de paria a objeto de estudio y se prepara ser el primer país africano en albergar un Mundial de Fútbol. Brasil, de ser una eterna promesa, a liderar a las naciones emergentes. Si es verdad que los países merecen a sus dirigentes, Sudáfrica y Brasil tienen sus virtudes.