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Estados Unidos: más desunido que nunca

En una semana frenética, Donald Trump exacerbó la división del país con su primer discurso sobre el Estado de la Unión y le declaró la guerra al FBI.

3 de febrero de 2018

Donald Trump solo ha sido coherente en su política de defenderse atacando. El jueves, tras varios días de intensa polémica, autorizó la publicación de un controversial informe de cuatro páginas sobre el Rusiagate. El documento, elaborado por los republicanos del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, es potencialmente explosivo. Según trascendió, acusa al FBI, al Departamento de Estado y al Partido Demócrata de conspirar en su contra al montar una operación de vigilancia clandestina contra uno de sus asesores durante la campaña presidencial de 2016.

La decisión de publicar semejante bomba abrió el viernes un nuevo capítulo de la tormenta política que vive Estados Unidos desde que el magnate llegó al poder. Desde el lunes, el director del FBI, Christopher A. Wray, le pidió a Trump vetar su publicación, pues podía poner en peligro la seguridad nacional. A su vez, los demócratas del Comité de Inteligencia denunciaron a sus colegas republicanos por haber editado a última hora el texto. Y aunque estos no negaron la acusación, la minimizaron como “cambios menores”. Todo lo cual ha envenenado hasta el punto de la ruptura las relaciones entre la Casa Blanca y el FBI, que han ido de encontronazo en encontronazo desde que el magnate se posesionó.

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Sin embargo, nada de eso se notó en su primer discurso del Estado de la Unión, en el que el presidente habló como si viviera en una realidad paralela. “Hoy, hago un llamamiento a que pongamos de lado nuestras diferencias, a que busquemos un terreno común y a que logremos la unidad que necesitamos para cumplirle a la gente”, dijo poco después de subir al estrado. Pese a su tono moderado y conciliador, a medida que transcurrieron los 80 minutos que duró su intervención (una de las más largas de la historia), el magnate enfatizó en las políticas que lo han convertido en el rey de la discordia.

Parte clave y controvertida del discurso tuvo que ver con los anunciados éxitos del gobierno en materia económica. Trump aseveró, por ejemplo, que desde su posesión el 20 de enero de 2017 ha creado 2,4 millones de puestos de trabajo, cifra récord que sitúa el desempleo en un histórico 4,1 por ciento. Pero el dato es falso. Los 2,4 millones de nuevos empleos aparecieron desde la fecha de la elección presidencial, el 8 de noviembre de 2016. Y si se hacen sumas y restas, resulta que en los tres últimos meses del gobierno de Barack Obama fueron creados 600.000 puestos.

También manifestó que su administración consiguió aprobar en el Congreso “la mayor rebaja de impuestos de la historia de Estados Unidos”, que redujo la carga tributaria para las empresas del 35 al 21 por ciento. Otra mentira. Tal como demostraron varios medios de comunicación, la mayor caída en los tributos en ese país se produjo en tiempos del presidente Ronald Reagan en 1981. Si la rebaja de este año equivale al 0,9 del PIB, la de Reagan representó el 2,9 por ciento. De modo que, con esas aseveraciones, Trump molestó a numerosos republicanos que no lo quieren y que recuerdan a Reagan como a un ídolo.

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Pero ahí no acabó la cosa. Sobre inmigración, dejó abierta la puerta para legalizar a más de un millón de jóvenes dreamers a cambio de que la oposición demócrata le ayude a conseguir los 25.000 millones de dólares para el muro en la frontera con México. Sobre el régimen dictatorial de Kim Jong-un en Corea del Norte, expresó que lo va a mantener a raya. Todo lo cual cobró un tono peligroso cuando se refirió a su arsenal atómico, pues no solo dijo que iba a aumentarlo, sino que dio por terminado cualquier proyecto de desarme nuclear.

Es indudable que el discurso de Trump sedujo a los televidentes. Según una encuesta de CBS News, el 75 por ciento de la audiencia lo aprobó, mientras que solo una cuarta parte de los consultados manifestaron su descontento. Estos porcentajes no son inusuales. Un resultado casi idéntico se produjo un año antes con el último discurso del Estado de la Unión de Barack Obama. La explicación es simple: aproximadamente tres de cada cuatro televidentes de estas intervenciones presidenciales son votantes del presidente o al menos militan en el partido que lo apoya.

Esa misma explicación permite comprender las principales reacciones que suscitó Trump según la cadena CBS News. El sondeo afirma que, tras las palabras del presidente, el 65 por ciento de los televidentes experimentaron un profundo orgullo; el 35 por ciento se sintieron más seguros; el 14 por ciento, asustados; y el 21 por ciento, furiosos. “Si se lee con cuidado, el discurso de Trump fue bastante convencional, y quizá en eso tiene razón Fareed Zakaria en su columna de ‘The Washington Post’ cuando afirma que hay tres Trumps: el Trump de circo, que es el de los tuits; el Trump incendiario, que es el de los comentarios racistas y los ataques a la prensa; y, finalmente, el Trump presidente, republicano convencional, inteligente y conciliador, que es el de los recortes de impuestos y que suele leer el teleprónter”, le dijo a SEMANA Juan Carlos Hidalgo, investigador del CATO Institute, un muy conocido think tank en Washington.

Otros analistas han sido más críticos. Para ellos, Trump se muestra en ciertas ocasiones como un estadista sensato y a la mañana siguiente deja de ser Dr. Jekyll para transformarse en Mr. Hyde. “Aunque el tono fue moderado y unificador, el mensaje no lo fue tanto. Se atribuyó éxitos económicos que no han sido suyos e insistió en una política dura con los inmigrantes. Además, es raro que anunciara un gran plan de infraestructuras, cuyo costo será de 1,5 billones de dólares, sin señalar de dónde saldrá el dinero”, le indicó a esta revista Cristina Manzano, politóloga y directora de Esglobal, una página web centrada en asuntos internacionales de actualidad.

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Hubo críticas aún más feroces. Para The Washington Post, el de Trump “fue un discurso divisivo y engañoso”. Para The New York Times, que se despachó en un editorial irónico, “es verdad que la economía está fuerte, pero eso lo que significa es que Trump no ha logrado aún descarrilar un tren que ha avanzado lentamente sin pausa desde hace nueve años, en tiempos del presidente Obama”. Y para el diario londinense The Guardian, “lo que se vio en el discurso del Estado de la Unión fue al Trump del teleprónter y no al Trump del Twitter”.

El presidente puede haber empleado un tono de oveja en frases llenas de comprensión por el contrario y de llamamientos al diálogo. Pero al poco tiempo dejó ver de nuevo sus orejas de lobo. En la madrugada del jueves ya estaba tuiteando que los demócratas no apoyan su agenda política y que su discurso del Estado de la Unión ha sido el más visto de todos, lo cual también es falso. Y en la tarde, en West Virginia, llegó a afirmar que es probable que él sea mejor presidente que George Washington y Abraham Lincoln. En síntesis, volvió a ser él.

¿Significa todo esto que Trump ha espantado el fantasma del impeachment, es decir, del juicio político que se le abre a un presidente por actitudes como la traición y también por otros delitos? ¿Significa que la investigación que le sigue el fiscal especial Robert Mueller se irá muriendo poco a poco? No. La polarización continúa y se va a profundizar. De hecho, el discurso del martes no pareció el de un presidente, sino el de un candidato en plena campaña. Como en los mítines de su campaña, su intervención terminó con ataques contra los inmigrantes y cantos nacionalistas.