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Europa en trance

Las protestas contra las alzas en los combustibles, que paralizaron casi toda Europa, podrían ir contra la globalización.

16 de octubre de 2000

La cosa comenzó en Francia. Hasta entonces el asunto no parecía tan preocupante, pues al fin y al cabo los franceses son famosos en Europa y en el mundo por su capacidad para escenificar huelgas catastróficas. Desde la toma de la Bastilla, pasando por el mayo del 68 y la destrucción de los restaurantes Mac Donald’s, la historia de desórdenes sociales de gran respaldo popular es muy larga.

Por eso pocos en el mundo se preocuparon cuando, al empezar septiembre, comenzaron los movimientos en el país galo. Los primeros fueron los pescadores, quienes bloquearon los puertos por varios días. Luego siguieron los camioneros, que emplazaron sus máquinas a la entrada de las refinerías para evitar que la gasolina llegara a las estaciones de distribución al público. En Niza los taxistas bloquearon la entrada del aeropuerto internacional y desde el miércoles 6 los taxistas comenzaron una ‘operación caracol’ que, acogida por camioneros y conductores de ambulancias, llevó al tráfico de París a un caos total.

Tras una semana de desastre el problema en Francia llegó a una solución, al menos momentánea, cuando el primer ministro, Lionel Jospin, negoció una disminución de los impuestos del 15 por ciento. Y entonces comenzó lo que tiene a los analistas de cabeza.

Las protestas por los niveles de precios de la gasolina comenzaron a hacer metástasis, uno por uno, en otros países de Europa. En Bélgica los camioneros empezaron a reunirse frente a las oficinas de la Ministra de Transporte, en Gran Bretaña se iniciaron bloqueos esporádicos mientras en Italia los pescadores se encargaban de poner su grano de arena.

Y mientras el problema llegaba a producir desabastecimiento de alimentos en las islas británicas y un descompuesto primer ministro Tony Blair intentaba llegar a un trato, la marcha de las protestas cruzó otras fronteras. Con camioneros alemanes a la cabeza, un convoy de buses y taxis bloqueó la ciudad de Saarbruecken con el objetivo de continuar hacia Munich con miles de granjeros y dos días más tarde Hanover se vio afectada. En Irlanda la mayor agremiación de conductores amenazaba al primer ministro Bertie Ahern con hacer lo propio, mientras los conductores polacos y los granjeros españoles amenazaban con fijar un ultimátum a sus respectivos gobiernos. Al final de la semana los camioneros griegos indicaban que el problema continuaría vivo en el Viejo Continente al anunciar sus propias demostraciones para el 25 de septiembre.

Reunidos en Viena, los ministros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (Opep), bajo presión de Estados Unidos y la Unión Europea, anunciaron un incremento de la producción del crudo en 800.000 barriles diarios en busca de estabilizar los precios. Pero en los mercados la situación de caos no logró calmarse.



Problema sin fronteras

La escalada de acciones en Europa, que no tiene antecedentes por su amplitud multinacional y geográfica, se convirtió en un síntoma de que los nuevos tiempos no son tan claros como parecen. Por una parte, demostró la dependencia del continente del transporte por carretera, lo cual a su vez tiene otras implicaciones. En los últimos años la ecuación del transporte cambió. Mientras en 1996 las mercancías llevadas por camiones alcanzaron 1.100 millones de toneladas, en 1970 fueron tan sólo 430. El transporte por tren pasó de 280 toneladas por kilómetro a 230. Cuando Jospin aceptó rebajar los impuestos a los camioneros se echó encima a sus aliados los Verdes, que abogan por el desarrollo de formas de transporte menos contaminantes, junto con la organización socioeconómica correspondiente.

Por la otra, la exasperación por los precios del petróleo, que a más de 30 dólares el barril, se ha triplicado en menos de un año, asumió una forma nueva. Se trata, como dijo a SEMANA el analista Pascal Drouhaut, “de una total desconfianza hacia la mundialización, que parece construirse a cualquier precio en contra de las señales culturales, simbólicas, socioeconómicas sobre las cuales vivió en Europa el Estado-Nación. El hecho de que en Gran Bretaña el índice de apoyo popular a los manifestantes fuera del 70 por ciento y del 80 por ciento en Francia, parece revelar que aparecen nuevas corrientes sociales por fuera de las tradicionales”.

El hecho de que las decisiones que llevaron a las protestas en Europa no provinieran de los gobiernos nacionales lleva a una consideración aún más inquietante. “En Europa, dice Drouhaut, la evolución que implica la mundialización se vive mal porque el Estado ha tenido origen en una concepción providencialista de su papel. Por eso estamos viviendo una paradoja fuerte: mientras la democracia aparece como el valor triunfalista a partir de la caída del muro de Berlín, nunca antes ha tenido tan poca eficacia”. Y mientras crece el abstencionismo electoral surgen nuevas formas de expresión de la voluntad o la exasperación populares.