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FIDEL 'SUPERSTAR'

A pesar de todo, Castro acaparó la atención en el aniversario de la ONU.

27 de noviembre de 1995

TENER EN NUEVA YORK LA SEDE PRINCIPAL de la Organización de Naciones Unidas es un honor que no todos los neoyorquinos aprecian. Este año las molestias y trancones fueron mucho mayores, porque con la fiesta de los 50 años de la ONU, al menos 180 jefes de Estado se dieron cita en la Gran Manzana. Y como todos podían asistir por derecho propio, fue inevitable la visita de un personaje que nunca ha sido de buen recibo para los mandatarios estadounidenses, pero que anima la fiesta: el presidente cubano Fidel Castro.
El líder caribeño ha sido el dolor de cabeza de los últimos nueve presidentes norteamericanos y Bill Clinton no es la excepción. Por eso el Departamento de Estado organizó toda una estrategia de desplantes. Castro recibió una visa por cinco días restringida a un radio de algunos kilómetros y no fue invitado a ninguno de los actos sociales oficiales. Pero el comandante se salió con la suya, pues pudo como nunca ventilar, en las fauces de su enemigo, su tema de tantos años: el bloqueo comercial impuesto por Estados Unidos contra Cuba en 1961.
Castro utilizó sus cinco minutos de discurso para reclamar el respeto a la libre determinación de los pueblos, sin modelos universales que no tienen en cuenta la diversidad de las sociedades, criticó la estructura del Consejo de Seguridad y remató, sin mencionar a Estados Unidos, diciendo que "queremos un mundo sin crueles bloqueos que matan a hombres, mujeres y niños, jóvenes y ancianos, como bombas atòmicas silenciosas". Según The New York Times, la ovación cerrada que le contestó superó ampliamente los aplausos recibidos por el propio Clinton.
De ahí en adelante, Castro usó el tiempo que le dejaron los desplantes para cumplir una agenda seleccionada entre más de 200 invitaciones privadas. Esa tarde fue entrevistado por la cadena CNN, y en la noche, de nuevo vestido de verde oliva, fue recibido en la Iglesia Bautista Abisinia, en el barrio negro de Harlem, por 1.600 personas. "Este es el aníversario 35 de mi primera visita a este barrio y lo increìble es que aún soy el excluido. Todavìa me dejan por fuera de las comidas, como si estuviéramos en los dìas de la guerra frìa", dijo entre el delirio de sus oyentes. Esa misma noche, siempre acompañado por decenas de periodistas, visitó el hotel Theresa, donde se alojó 35 años atrás, en su primera visita a Naciones Unidas, y donde entonces recibió la visita de Nikita Khruschev.
A cambio de invitaciones oficiales, se reunió para comer con lo más granado de los empresarios norteamericanos, en casa de David Rockefeller. Allí les dijo que quería aprender la eficiencia de la empresa privada, pero sin sacrificar jamás las conquistas sociales de Cuba, como la educación, la salud y la baja tasa de mortalidad infantil. Castro sabía que la idea del levantamiento del bloqueo atrae a muchos empresarios, que se sienten relegados ante los mercados potenciales de Cuba frente a inversionistas de otras latitudes.
Como si eso fuera poco, se reunió con la 'flor y nata' de los periodistas neoyorquinos en el apartamento de Mort Zuckerman, después de lo cual Peter Jennings, el presentador de ABC News, comentó que Castro seguía siendo el líder más interesante del momento, mientras su colega Diane Sawyer dijo que "mostró su dimensión, su sentido de la ironía y de la historia".
Castro remató con otras entrevistas, incluida una cadena hispana, Telenoticias. En una respuesta que reveló las dificultades planteadas para mantener el sistema socialista por la entrada de capitales extranjeros, dijo temer, más que todo, a la deshonra, que definió como "la traición a mis principios, el abandono de mis ideas. Vender a nuestro país para aceptar cambios en Cuba a cambio de condiciones políticas relacionadas con la revolución, la independencia y la soberania de mi país, es lo que más temo en la vida"
Al final, cuando salió de Estados Unidos faltando apenas 45 minutos para la expiración de su visa, Castro dejó una estela de sensaciones contradictorias. Al fin y al cabo, las manifestaciones de cubanos anticastristas fueron como nunca compensadas por las procastristas. En una época marcada por la mediocridad y la corrupción en política, Castro pareció adquirir dimensiones legendarias, y los medios mostraron una especie de fascinación hacia ese personaje como venido de otros tiempos. Nada más lejano al extrañamiento al que aspiraban los estrategas del Departamento de Estado.