Home

Mundo

Artículo

En los últimos meses, se han multiplicado las manifestaciones a favor y en contra del islam. “No se metan con el profeta” y “Paren el islam” se han convertido en frases recurrentes de uno y otro bando. | Foto: A.F.P. / A.P.

CONFLICTO

El islam, paria de Francia

Los cinco millones de musulmanes que viven en este país dividen a la sociedad entre quienes defienden la libertad de cultos y quienes temen ataques terroristas.

11 de julio de 2015

Cuarenta y un grados, sol ardiente, ni una sola gota de agua, ni un solo pedazo de comida. Saïd Harbaoui, 27 años, no escapa un segundo a la inclemencia del verano en este mes de Ramadán, ni siquiera en medio de las corrientes de aire que se crean entre los ríos Saona y Ródano, en la ciudad de Lyon. Como todos los años, este francés de origen magrebí, como se define, se priva de alimentos y de bebida durante el momento del día en el que se puede “distinguir un hilo blanco de uno negro”, como indica el Corán. Solo podrá comer cuando el Sol se oculte completamente, cuando ya floten en toda la ciudad los aromas de los postres árabes preparados en el barrio de La Guillotière durante el crepúsculo estival.

Saïd trabaja en la ciudad de Aulnay-sous-Bois, al norte de París, como jefe de redacción de una revista municipal, pero viaja todos los años a su ciudad natal, Lyon, para celebrar con los suyos el Ramadán. Como cerca de 5 millones de franceses, este joven practica el islam de una manera discreta en un país que está obsesionado con entender esta religión, con descifrarla y a veces con destruirla. Los atentados de enero contra el periódico satírico Charlie Hebdo reabrieron el debate sobre el lugar que este ocupa en ese Estado profundamente laico. Los ánimos se volvieron a agitar después del ataque de hace dos semanas en el departamento de Isère, en el que el empleado Yassin Salhi decapitó a su jefe, puso la cabeza sobre las rejas de una fábrica y la adornó con una bandera islamista. Para terminar, intentó hacer explotar el sitio industrial con su camioneta.

El hecho de que el islam sea un tema importante en la sociedad francesa no sorprende, si se tiene en cuenta que se trata de la segunda religión más grande del país. Según un cálculo del Ministerio del Interior, entre 4 y 5 millones de franceses son musulmanes, es decir, el 8 % de la población. De esas personas, 2 millones se dicen practicantes, según una encuesta del Instituto Francés de Opinión Pública (Ifop) de 2011, uno de los estudios más recientes. El catolicismo tiene 11 millones de creyentes, de los cuales, sin embargo, solo 1,7 millones son practicantes. Por lo tanto, el islam sería la principal religión ejercida, no obstante, sea difícil confirmar con exactitud ese hecho porque la ley prohíbe los censos de los ciudadanos según sus creencias.

Lo que sí asombra es el trato que se le da al islam en la esfera pública. Basta leer algunos de los títulos de las revistas más importantes de Francia para percibir esta realidad. ‘Ese islam sinvergüenza’ o ‘El espectro islamista’, se pueden leer en algunas portadas de Le Point. ‘Occidente frente al islam’, ‘Islam, las verdades que molestan’, ‘El miedo del islam’, ha titulado L’Express.

El tema de discusión principal es el terrorismo. Los actos extremistas contribuyen fuertemente a la imagen de un islam que justifica la violencia, lo que provoca a su vez acciones contra la comunidad musulmana. Poco después de los atentados de enero, se reportaron más de 150 actos islamófobos, entre ellos inscripciones xenófobas y cabezas de cerdo lanzadas contra las mezquitas. Con el atentado de Isère, las asociaciones antirracistas y los imanes reiteraron que quienes practican la religión de Alá no tienen nada que ver con los extremistas. Tras los ataques a Charlie Hebdo, Saïd sintió una mirada acusadora y violenta. “Yo no soy peligroso, soy simpático, abierto y me he integrado perfectamente en Francia… pero detrás de todos los atentados ha habido un nombre árabe, y muchas personas no logran hacer la distinción”, cuenta a SEMANA.

Los cuestionamientos que se le hacen al islam no se limitan al tema de la violencia. Políticos e intelectuales, en general de derecha, afirman que esta religión es incapaz de adaptarse a las leyes y cultura occidentales. “Esta situación de un pueblo en el pueblo, de los musulmanes en el pueblo francés, va a conducirnos al caos y a la guerra civil”, le dijo al periódico italiano Corriere della Sera el ensayista Eric Zemmour, autor del best-seller El suicidio francés, sobre la pérdida de la identidad gala.

Las medidas adoptadas en los últimos años con respecto a las manifestaciones religiosas, al velo islámico y a la dieta sirven de ejemplo a los fustigadores del islam para demostrar que existe una lucha constante entre el Estado laico y los musulmanes. Desde 2004, todo signo religioso visible está proscrito en los colegios y, desde 2010, los velos que impiden la identificación del rostro, es decir el burka y el nicab, no son bienvenidos en el espacio público. En 2011, el gobierno de Nicolas Sarkozy decidió prohibir los rezos en las calles que algunos practicaban. Con respecto a los regímenes alimenticios, algunos alcaldes han decidido suprimir los platos sin cerdo que se sirven en los restaurantes escolares públicos para los niños que practican el islam o el judaísmo.

Ese tipo de disposiciones no han sido comprendidas completamente y esto provoca actos de intolerancia: “Entiendo la ley y la cumplo, pero cuando monto en el metro o llevo mi hija al colegio siento que algunos miran con desprecio mi velo, aunque este solo disimula mi cabello, no mi cara. Cumplo la ley y quiero que me dejen en paz”, afirma a esta revista Marwa Khelif, habitante de un barrio del norte de París. 

Para los defensores de esta religión sus miembros son, como los judíos hace 80 años, chivos expiatorios. “Nos quieren hacer creer que los musulmanes son la causa de todos nuestros males: del desempleo, de la crisis económica o de la inseguridad de nuestros barrios”, señala en las páginas del diario Libération el periodista Edwy Plenel, autor de Para los musulmanes, una obra que denuncia el ambiente de discriminación en el país.

Ante la estigmatización, el gobierno juega el papel de garante de la protección de todas las religiones: “Los musulmanes son las primeras víctimas del fanatismo, del fundamentalismo y de la intolerancia. Debemos recordar que el islam es compatible con la democracia”, afirmó el presidente François Hollande luego de los atentados de enero. El gobierno lanzó hace un mes una Instancia de diálogo con el islam en Francia que deberá reunirse dos veces al año y que está compuesta por los miembros del Consejo Francés del Culto Musulmán, miembros de mezquitas y representantes del Estado. La idea es lograr identificar las preocupaciones de la comunidad, como la seguridad, la construcción de lugares de culto, la formación de imanes y las prácticas rituales.

Si el país quiere garantizar el respeto de todas las religiones ante la ley, deberá dejar de tratar a los hijos de Alá como parias de su propia patria. Ese país que acepta la diversidad es el que Saïd ama: “Recuerdo que en el colegio nos reunimos para ver el partido entre Francia e Italia de los cuartos de final de la Copa del Mundo de 1998. Yo tenía 11 años. El alcalde de nuestra ciudad, que estaba presente, y nosotros los niños teníamos la cara pintada de azul, blanco y rojo, los colores de la bandera. No había asiáticos, ni árabes, ni blancos, ni africanos. No nos distinguían por nuestros colores. Éramos Francia”.