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G20, ¿bienvenidos al infierno?

Los desacuerdos y las tensiones protagonizaron la cumbre de Hamburgo. Nuevas alianzas, reuniones críticas y protestas marcaron la reunión.

8 de julio de 2017

Expectativas y tensión: dos palabras que sin duda marcarán el recuerdo de la cumbre del G20 en Alemania. Y no es para menos. Las expectativas crecen cuando los temas centrales de la reunión son cambio climático, crisis de migrantes y políticas de mercado entre los distintos países miembros. Por otro lado, la tensión: apenas tres días antes de que comenzara la cumbre, el gobierno norcoreano afirmó que había hecho un lanzamiento de prueba de un misil intercontinental, capaz de portar material nuclear. El mensaje de Kim Jong-un fue directo y provocador: “Los bastardos norteamericanos no deben estar muy contentos con este regalo enviado en el aniversario del 4 de julio”.

Si bien parte de la atención estuvo enfocada en cómo contener la creciente amenaza de Kim, una de las reuniones que más interés despertó fue la de los presidentes Donald Trump y Vladimir Putin, la cual midió las fuerzas de ambos lados. El primer encuentro oficial entre los dos gobernantes, que duró más de dos horas, despertó mucha suspicacia, pues al parecer hubo demasiada química entre ellos. ¿Juego de apariencias? ¿Conexión genuina? Los analistas no se atreven a dar una sola interpretación. Lo cierto es que Putin y Trump se cubrieron las espaldas: ante la pregunta del estadounidense sobre una posible manipulación rusa en las pasadas elecciones, Putin lo negó sin que Trump lo pusiera en duda, lo que no dejó atrás las suspicacias. A estas contribuyó la reducida presencia de otras personas en la reunión, pues solo estuvieron los dos traductores, el secretario de Estado Rex Tillerson y el ministro de Relaciones Exteriores Sergei Lavrov, cuando normalmente asisten muchas más.

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Por otro lado, los dos se comprometieron a hacer un cese al fuego en Siria a partir del 9 de julio. Aunque no se llamen mutuamente aliados, quedó la sensación de que el Kremlin y la Casa Blanca podrían estar en su momento más cercano en décadas.

Sin duda, la cumbre fue más allá del tan mentado encuentro. La tarea de la canciller anfitriona, Angela Merkel, fue mantener la agenda oficial. Ella sabe que es vital mostrar unidad entre sus aliados (Francia y, más importante aún, China) ante las políticas radicales de Trump, sobre todo en temas de libre comercio. No es exagerado que la propia anfitriona haya dicho, muy temprano el viernes, que las “conversaciones sobre comercio han sido muy difíciles”.

El G20 es una oportunidad para que las grandes potencias dialoguen y lleguen (o no) a un acuerdo sobre temas cruciales que no solo afectan a las sociedades que dirigen, sino al resto del globo. Todo esto visto de cerca por ciudadanos inconformes y críticos dispuestos a hacerse escuchar en las calles. Con la consigna “Bienvenidos al infierno” los habitantes de Hamburgo y otras partes del mundo recibieron a los 20 más poderosos.

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Al escoger Hamburgo como la sede de la cumbre, la canciller buscaba mostrar que Alemania cree firmemente que las protestas y manifestaciones pacíficas de los ciudadanos son prueba de una democracia sana. Y esta no fue la única apuesta de Merkel. Su agenda atraviesa los puntos más álgidos de la política internacional, y paralelamente hace un llamado concreto: fortalecer y ampliar el concepto de globalización. Sin embargo, la postura nacionalista y proteccionista de Trump ha puesto a tambalear las intenciones de la dirigente alemana, y al cierre de esta edición se esperaba que el último día de la cumbre se pudiera llegar a algún punto medio que permita que entre las diferentes naciones se puedan hacer acuerdos en el futuro. Aunque hay muestras de voluntad, es poco probable que esto ocurra.

También se esperaba que la cumbre demostrara cómo se van posicionando las distintas alianzas entre los gobernantes. Además del encuentro entre Putin y Trump, fue evidente la cercanía entre Merkel y el presidente francés, Emmanuel Macron, los cuales jugarán un rol importante en mantener a la Unión Europea más unida que nunca, sobre todo después del brexit y del fortalecimiento de los partidos políticos antieuropeos. Y claro, las alianzas van más allá del Rin: Japón y China, a diferencia de Estados Unidos, quieren seguir fortaleciendo sus relaciones comerciales con Europa, y el G20 sirvió para allanar ese camino.

Los otros protagonistas

En medio de acuerdos y desacuerdos, los otros protagonistas de la cumbre fueron los manifestantes. Aunque la mayoría de protestas fueron pacíficas (como la del 5 de julio), era inevitable que hubiera algunos episodios de violencia. El reto para la Policía no era menor: al tratarse de una ciudad tan poblada y grande, el pie de fuerza de la institución alemana fue de 20.000 uniformados. Sin embargo, el primer día de la cumbre la Policía hizo una petición urgente de refuerzos, reportó que ya han arrestado a 70 personas y afirmó que los revoltosos incendiaron 20 carros.

Pertenecientes a grupos anarquistas, ambientalistas, anticapitalistas o kurdos residentes en Alemania (además de personas que simplemente están en contra de la desigualdad o el autoritarismo), estos ciudadanos quieren alzar su voz debido a las diferentes decisiones políticas de los 20 gobernantes asistentes.

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No faltan razones para protestar. Por ejemplo, las figuras de Trump, Putin y el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, generan un fuerte rechazo en la mayoría de manifestantes. Como dijo a SEMANA Veronika Wallner, miembro del movimiento Protestwelle que organizó una marcha el domingo pasado para exigir cambios políticos urgentes, los tres mandatarios comparten “una exaltación al nacionalismo, al igual que un ataque a las minorías y un desmantelamiento progresivo de la democracia. La gente les tiene miedo. Trump está a la cabeza del país más poderoso del mundo, y está en camino a destruirlo. Tenemos que actuar ahora, y eso explica por qué tanta gente está vinculada a las protestas”.

Hay razones mucho más concretas. La presencia de Erdogan en Alemania genera un malestar grande en la numerosa comunidad kurda residente en el país europeo. El mandatario ha demostrado en numerosas oportunidades su rechazo hacia los kurdos, pues está en contra de ayudarlos a consolidar su propio Estado, Kurdistán. Por esa razón, la canciller Merkel le pidió a su colega turco que no se dirigiera directamente a los nacionales de su país residentes en Alemania, pues una sola declaración incendiaria podría desencadenar más disturbios y altercados violentos.

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Los grupos ambientalistas también estuvieron muy activos para mostrar su desacuerdo a la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París, claro retroceso frente a las conquistas ‘verdes’ de los últimos años. Miembros del Partido Verde alemán fueron enfáticos, pues le dijeron a su canciller que por nada del mundo el punto del cambio climático podría quedar por fuera del comunicado final de la cumbre.

Samantha Gross, directora de Clima Internacional y Energía Limpia en la Oficina de Asuntos Internacionales del Departamento de Energía de los Estados Unidos, le dijo a SEMANA que “la canciller alemana sabe que Trump no cambiará de parecer. Lo interesante sería ver si en el comunicado oficial de la cumbre aparece el punto del cambio climático sin el visto bueno de Estados Unidos, o si más bien aparece mencionado en el resumen de la presidencia de la cumbre, que no requiere el consentimiento de los otros participantes. La primera opción es más agresiva que la segunda”.

Esas dos opciones podrían definir el alcance de una cumbre como la del G20: si bien no se esperaba que todos los gobernantes se pusieran de acuerdo entre sí, lo cierto es que fue una oportunidad para medir la resistencia de las alianzas, la firmeza de las posturas políticas, y el protagonismo e influencia de los líderes de las grandes potencias. Ahora, para los manifestantes, por más compromisos que firmen los gobernantes, el infierno parece no acabar.